Josie dejó de hablar; de pronto ya no era un relato excitante, era aterrador.
– ¿Qué sucedió?
Intenté imaginarme la escena: la carretilla dirigiéndose hacia el camión y cayendo por el borde. O Grobian y William arrojando una carretada de cajas encima de Bron y Marcena.
– No lo vi -susurró Billy-, pero oí que mi padre decía: «Creo que esto ha acabado con ellos, Grobian. Cárgalos en el camión. Los llevaremos al vertedero y dejaremos que sus familias piensen que se han fugado a Acapulco».
Billy se echó a llorar entre arcadas y sollozos que le sacudían el cuerpo entero. El arranque aterrorizó a Josie que nos miraba asustada a él y a mí con ojos como platos.
– Dale un vaso de agua -le ordené.
Di la vuelta a la mesa para acunarlo contra mi pecho. Pobre chico, presenciar cómo su propio padre cometía un homicidio. No era de extrañar que anduviera escondiéndose. Como tampoco que William quisiera dar con él.
Me sobresalté al oír una voz detrás de mí.
– Ah, eres tú, Victoria. Tendría que haberlo supuesto, con tanto alboroto.
Mary Ann McFarlane estaba de pie en el umbral.
Capítulo 44
La grabadora: ¿ángel o demonio?
Con la cabeza calva sobre su bata de tela escocesa de color escarlata, Mary Ann presentaba un aspecto sorprendente pero los tres reaccionamos en el acto ante su autoridad. Los arraigados buenos modales de Billy le hicieron ponerse de pie; se bebió el agua que Josie le había estado ofreciendo y pidió disculpas a Mary Ann por haberla despertado. Una vez superado el ajetreo de los saludos y las explicaciones de cómo me había topado con los fugitivos, Billy concluyó el relato explicando cómo habían terminado en casa de Mary Ann.
Habían pasado el resto de la noche del lunes acurrucados debajo de la mesa de trabajo, demasiado impresionados y asustados como para marcharse. Creían haber oído otras voces aparte de las de William y Grobian, aunque no estaban seguros, y no sabían si había alguien vigilando la fábrica. Por la mañana tenían frío, además de hambre. Se arriesgaron a levantarse para ir al lavabo, que estaba en la parte intacta de la planta. Como nadie los atacó, decidieron marcharse, pero no sabían adónde ir.
– Yo quería llamarla, entrenadora Warshawski -dijo Josie-, pero Billy tenía miedo de que todavía estuviese usted trabajando para el señor William. Así que vinimos aquí, ya que la entrenadora McFarlane fue la persona que ayudó a Julia cuando se quedó embarazada.
Di un puñetazo imaginario a Mary Ann.
– ¿Por qué me has dicho esta tarde que no conocías muy bien a las chicas Dorrado?
Me dedicó una de sus adustas sonrisas.
– Quería que acudieran a ti, Victoria, pero les había prometido que mantendría su secreto hasta que estuvieran en condiciones de contarlo. El problema es que yo creía que Billy se estaba escondiendo mientras resolvía la ética de los negocios de su familia; hasta que lo he oído decir ahora mismo no he sabido que había presenciado la muerte de Bron. De haberlo sabido antes, te ruego que creas que te habría llamado quam primum famam audieram.
Mary Ann suele pasar al latín cuando se pone nerviosa; hacer eso la serena, aunque dificulte que los médicos y enfermeras comprendan lo que les dice. Yo misma tengo dificultades para seguirla y, en aquel momento, estaba demasiado abrumada por el relato de Billy como para hacer el esfuerzo de traducción.
– Habéis dicho que Marcena leyó una transcripción, que no puso en marcha la grabadora -dije a Billy-. Pero ¿visteis la grabadora en Fly the Flag?
– No vimos nada -dijo Josie.
– ¿Y el padre de Billy no os vio?
– No nos vio nadie.
Ahora entendía que William anduviera buscando la grabadora con tanto afán. Se habían apoderado de su ordenador pero no tenían el original. Pero ¿por qué buscaba desesperadamente a Billy si no sabía que su hijo había estado allí? Pregunté a Billy a quién más se lo había contado.
– A nadie, señora War… sha… sky, a nadie.
– ¿No mandaste un mensaje a nadie?
Negó con la cabeza.
– Qué pasa con el blog; April dice que tenéis uno que tú y tu hermana usáis para permanecer en contacto.
– Sí, pero utilizamos alias, por si acaso. Candy está en una misión en Taegu, en Corea del Sur, mi familia, mi padre la envió allí después de… del aborto, para mantenerla alejada de la tentación y para que compensara la vida que había segado. Se supone que no debo escribirle, pero nos carteamos a través de ese blog, que está dedicado a Óscar Romero porque él es mi… mi héroe espiritual. Mi padre no sabe nada, y cuando le escribo uso mi alias, Gruff, pero…
Billy miraba el linóleo del suelo trazando círculos con su zapatilla de deporte.
– ¿Le contaste lo de Bron y tu padre?
– Más o menos.
– Carnifice podría rastrear vuestros postings en el blog a través de tu ordenador portátil, aunque hubieseis usado los alias más ingeniosos del mundo.
– Pero le conté a Candy lo de Bron desde el ordenador de la entrenadora McFarlane -objetó.
Di un grito tan fuerte que Scurry salió corriendo por el pasillo en busca de cobijo.
– ¡Tienen tu alias, así que pueden buscar cualquier posting nuevo que hagas! Y ahora podrán rastrear el disco duro de Mary Ann. Si pretendéis pasar desapercibidos es absolutamente imprescindible que no mantengáis contacto con el mundo exterior. Ahora tengo que pensar dónde aparcaros; los detectives de tu padre se meterán en el ordenador de Mary Ann en cuestión de horas. Quizá también tengamos que trasladarte a ti -agregué dirigiéndome a mi antigua entrenadora.
Mary Ann dijo que no pensaba moverse de su casa, ni aquella noche ni en ningún otro momento; que se quedaría allí hasta que se la llevaran al cementerio.
No perdí tiempo discutiendo con ella ni tratando de convencer a los chicos de que debían trasladarse; mi tarea más urgente era encontrar la grabadora de Marcena antes de que lo hicieran los sabuesos de William. Puesto que según parecía la llevaba a todas partes, sin duda la tenía consigo el lunes. A lo mejor sólo había leído una transcripción porque estaba grabando la reunión y fue lo bastante precavida como para no dejarles ver su aparatito.
El gran bolso de Prada, que también llevaba Marcena a todas partes, no había aparecido después del asalto, o sea que era más que probable que estuviera en poder de William. También había registrado los restos del Miata. Si la pluma no estaba allí, ni en casa de Morrell, ni en la de los Czernin, entonces sólo cabía suponer que Marcena la había perdido en Fly the Flag o en el camión que los llevó al vertedero. O en el propio vertedero, incluso. Puesto que no sabía dónde estaba el camión y no podía inspeccionar el vertedero hasta el día siguiente, pasaría por la fábrica ahora mismo, antes de que William tuviera la misma idea.
Confié en que Billy y Josie siguieran a salvo en casa de Mary Ann y los dejé allí. Costaba lo suyo vivir con tanta incertidumbre. La víspera me habían seguido, pero aquel día no, que yo notara. Aunque había estado usando mi teléfono durante la última hora y Billy había usado el ordenador de Mary Ann. Fui a la sala de estar y eché un vistazo a la calle por la rendija de las cortinas. No vi a nadie vigilando, pero nunca se sabe.
Josie los había llevado hasta allí. Era cuatro años más joven que Billy, pero también una superviviente urbana más práctica y realista. Fue a ella a quien di instrucciones de cerrar el pestillo con cadena en ambas puertas y de no abrir a nadie más que a mí; si no regresaba aquella misma noche, tendrían que contar lo que estaba sucediendo a un adulto de fiar.
– Habéis hecho bien en no hablar por el teléfono de la entrenadora McFarlane, y debéis seguir así, pero tenéis que prometerme que llamaréis al jefe Rawlings del Distrito Cuarto si no recibís noticias mías por la mañana. No habléis con nadie más que con él.