– Es precioso. -Koichi echó un vistazo alrededor del restaurante-. Pero la gente no suele venir aquí sola, ¿no?
– Cierto. De vez en cuando, venía acompañada.
Daba la sensación de que Koichi contó hasta cinco antes de preguntar:
– ¿Con Kazuki Tada?
Junko asintió, sin apartar la mirada de la llama. Le explicó que había llevado allí a Tada para mostrarle que podía encender las velas, pero que, en una ocasión, acabó prendiendo fuego a un Mercedes Benz aparcado en la calle. Tada se quedó de piedra, y ella se arrepintió aunque, por otro lado, también se sintió orgullosa de saber que después de eso, él la miraría con otros ojos.
Koichi escuchó sin interrumpirla ni una sola vez, ni hacer el menor comentario. Sus ojos tenían la misma mirada soñadora que los de Junko. Cuando ésta concluyó su historia ya era medianoche. Tenía la taza vacía y el número de clientes del restaurante ya era más reducido.
– Eh, me pregunto qué es eso -dijo Junko, señalando algo que quedaba medio escondido tras la barra.
Era un candelabro enorme. La parte superior tenía forma de corazón y, con las velas sin encender, parecía parte del atrezo de un escenario.
Koichi sonrió, distraído.
– ¿No es el tipo de velas que utilizan en las recepciones de boda?
Un camarero que andaba cerca los escuchó, y se detuvo con una resplandeciente copa en la mano.
– Es para mañana -sonrió.
– ¿Por qué? ¿Celebran una boda aquí?
– No, es Nochebuena. Muchos de nuestros clientes son parejas, y esto dará un toque romántico al ambiente. También lo utilizamos para el día de San Valentín.
El camarero retomó su tarea, y Koichi dijo en voz baja:
– Una campaña de promoción sobre el buen gusto…
Junko escrutó el candelabro en forma de corazón y contó las velas. Veinte en total.
Koichi no la invitaría dos veces a su casa. Fingió estar bromeando cuando sugirió que fuera a conocer a su gata, pero Junko sabía que estaba solo, era consciente de sus miedos, de su sed de compañía. Estaba segura porque ella también se sentía así. Llevaba muchos años sin saber cómo apaciguar esa sensación que no era capaz de ignorar sino que, por el contrario, ganaba en intensidad.
Se acordó de lo impotente y sola que se sintió la tarde en la que leyó el correo electrónico y oyó la voz de Koichi al teléfono, y cómo su corazón anheló su compañía. Solo hacía diez días que se conocían, pero compartían algo en lo que el tiempo tenía poco que decir.
También recordó que había herido sus sentimientos al entrar en el Sans Pareil. Y que lo había hecho a propósito. Había llegado la hora de dar el siguiente paso.
– ¿Crees que le gustaré a Visión?
Los ojos de Koichi se iluminaron. No daba crédito. Ella sonrió – una sonrisa sincera esta vez- a su genuina expresión de sorpresa.
– Mira -dijo, señalando el candelabro. Koichi giró la cabeza y pareció quedar más asombrado aún. Todas las velas del candelabro estaban encendidas.
– Solo tengo una cosa que pedirte.
– ¿ Qué es?
– Cuando estemos solos, hazme reír. -Su intención era sonreír e intentar quitarle importancia a sus palabras, pero cuando les dio voz, le temblaron los labios-. Pero, por favor, no te rías de mí.
Sintió que Koichi le cogía la mano bajo la barra y la apretaba con fuerza.
– ¿Por qué haría algo así? Te lo prometo.
Koichi cumplió su promesa. En aquel apartamento sorprendentemente acogedor y agradable, y sobre su cama grande y limpia, rió a carcajadas, y cuando dejó de hacerlo, vio sus blancos dientes asomar entre sus labios antes de posarse sobre los suyos. Aparte de la cicatriz de la ceja, reparó en varias heridas más. Koichi explicó pacientemente la historia que se ocultaba tras cada una de ellas hasta que los dos perdieron el interés.
«¿Cuántas veces te has caído de la bicicleta? ¿Cuántos huesos te has roto? ¿En cuántas ocasiones te has golpeado la cabeza? ¿Cuántas veces has ido en ambulancia? ¿En cuántas ocasiones te hiciste daño? Es increíble que hayas sobrevivido a eso…»
«Todo ocurrió porque te sentías solo. Del mismo modo que he estado menoscabando mi corazón, tú has estado maltratando tu cuerpo. Porque no podíamos aceptar que éramos diferentes de los demás. Es un don que no pedimos, sino que nos fue concedido, a la fuerza. Cargamos con demasiada responsabilidad. Nadie puede ayudarnos. Pero a partir de ahora, yo estaré a tu lado.»
Al principio, fue Koichi quien la sostuvo entre sus brazos, pero cuando quedaron dormidos, fue Junko quien lo abrazó. Como una madre. Como una amante.
Se despertó por el ruido de la calle. Junko se incorporó lentamente. Aún era de madrugada. Koichi dormía como un bebé, con la cabeza hundida en la almohada. Ella echó un vistazo a su alrededor, en busca de algo que ponerse, y encontró su camisa a los pies de la cama.
Junko se bajó de la cama y Visión, hecha un ovillo en el sillón, abrió sus brillantes ojos azules. Era difícil distinguir su cuerpo en la oscuridad, pero Junko se volvió hacia ella, con el dedo en los labios.
– Shh… No despiertes a tu amo.
Junko deslizó los brazos por las mangas de la camisa y, a continuación, abrió la persiana de la ventana. Tal y como imaginaba, estaba nevando. Por una vez, la previsión meteorológica había acertado.
Los copos eran grandes y redondos. Por lo visto, también había estado lloviendo. Desde aquella altura, no podía ver el suelo, pero sí los tejados de las casas vecinas que aún no estaban blancos, de modo que probablemente la nieve acabara de empezar a caer.
«Así que, al fin y al cabo, vamos a tener unas Navidades blancas.»
Junko sonrió. Jamás había esperado que la connotación romántica de esas palabras fuese a extrapolarse a su vida. Descansó la cabeza en el marco de la ventana y observó caer la nieve. Al principio, tuvo algo de frío, pero no tardó en olvidarlo conforme los recuerdos, nuevos pensamientos, sensaciones e imágenes que invadían atropelladamente su mente empezaron a cobrar nitidez. Las lágrimas se le deslizaron por las mejillas.
– ¿Qué haces?
Koichi se levantó y la rodeó con sus brazos desde detrás. Le acarició las mejillas con la cara y retrocedió, sorprendido.
– ¿Estás llorando?
Junko se enjugó la mejilla con la mano.
– No es nada -aseguró, pero las lágrimas se transformaron en sollozos. Koichi la llevó hacia la cama y se sentó junto a ella. La abrazó hasta que las lágrimas cesaron y Junko pudo recuperar el aliento-. Lo siento. -Se secó los ojos con la manga de su camisa. Algo suave le rozó las pantorrillas. Visión maullaba.
– Mira, ella también está preocupada por ti -dijo Koichi. La gata maulló de nuevo, como si quisiera confirmarlo. Se subió a la cama de un salto y se dispuso a acomodarse en el regazo de Koichi, pero este la apartó con suavidad. La gata siguió ronroneando y acabó haciéndose un ovillo contra su espalda.
– Después de todo, parece que vamos a ser rivales.
– Cuestión de magnetismo animal.
Junko se echó a reír. Koichi le apartó el pelo de la cara, tomó sus mejillas entre las manos, y le plantó un tierno beso en los labios.
– Con esto que te acabo de dar, se terminaron las lágrimas.
– ¿Tú crees?
– Claro. Es la mejor medicina.
Aún sonriendo, él la miró a los ojos, intrigado.
– ¿Por qué llorabas?
– Por nada, en serio. No sé qué me ha pasado. Estaba pensando en un montón de cosas, y de repente, me he echado a llorar. -Junko descansó la cabeza en su hombro y permaneció inmóvil, envuelta en su cálida fragancia masculina-. Estaba pensando en alguien que no pude salvar.
– ¿Quién? Espero que no te importe que te pregunte.
– No, no me importa. De todos modos, ya te habrás enterado por las noticias. -Junko levantó la cabeza-. Natsuko Mita.