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– ¿Cómo se llama su bebé?

– Momoko.

– Es una monada.

– Fue mi marido quien eligió el nombre. -Yoshiko se ruborizó-. Me da algo de vergüenza que nos casásemos tan tarde, pero mi marido es una dulzura. Adora a Momoko e incluso lava su ropa y le cambia los pañales.

– ¡Eso es maravilloso! ¿Y por qué avergonzarse? No hay límite de edad para formar una familia con la persona a quien se ama.

Yoshiko asintió, feliz.

– Cuando era soltera, me gustaba mi trabajo. Me sentía a gusto. Tenía la sensación de que la empresa dependía de mí, y también ganaba un buen sueldo. Me lo pasé muy bien trabajando allí. Pero en cuanto me casé y tuvimos a Momoko, me di cuenta de que, en realidad, siempre me había sentido sola. Junko debió de sentir lo mismo. Ojalá hubiese puesto más de mi parte para que fuésemos amigas.

– No le dé vueltas a ese asunto. Es mejor que se concentre en su marido y su bebé, y cuide de sí misma -respondió Chikako.

– Gracias -dijo Yoshiko, y se despidieron.

De fondo, Chikako pudo oír el principio de un gemido. Era casi como si el bebé hubiese esperado educadamente hasta que los invitados de su madre se marchasen para reclamar su atención.

A Chikako y Makihara les permitieron el acceso a los expedientes de Toho Paper, y pasaron por las tiendas del barrio en un intento por dar con alguien que reconociese a Junko. Sin embargo, regresaron con las manos vacías. Visitaron después la zona donde la chica vivía por aquella época, pero tampoco encontraron nada.

– Kazuki Tada me dijo que no tuvo éxito cuando vino aquí a buscarla, tras los homicidios de Arakawa.

El peso de la nieve había derribado los cableados eléctricos, por lo que la mayoría de los trenes quedaron fuera de servicio casi todo el día. Todos los taxis de la ciudad estaban ocupados, de modo que Chikako y Makihara no tuvieron más remedio que desplazarse de un sitio a otro en metro. Todos estos problemas parecían una broma pesada, pues tenían que desplazarse a los cuatro puntos cardinales de Tokio.

Hicieron una pausa en el camino para llamar a los Sada y a Kazuki Tada, a la espera de novedades. También llamaron a Fusako Eguchi para preguntar por Kaori y la señora Kurata. Aparte de eso, pasaron la tarde de Nochebuena pateándose las calles de Tokio y tachando los nombres de la lista elaborada a partir de la información proporcionada por Kazuki Tada. Todas las tiendas de Tokio lucían su decoración navideña, y los villancicos que sonaban en el interior se abrían camino hasta la calle. Chikako estaba de buen humor. Makihara seguía con el ceño fruncido e imprecaba contra la nieve de vez en cuando.

– Bueno, al menos ha parado en el momento oportuno -dijo Chikako.

Las nubes estaban más cargadas que nunca, y no parecía que fuese a escampar pronto, pero al menos de momento no nevaba. Los quitanieves ya habían despejado las arterias principales, y el tráfico se había reanudado sobre autopistas y avenidas. Dicho de otro modo, volvían a formarse los atascos habituales.

Para cuando cayó la tarde, como era de esperar, a Chikako le dolían las piernas y se sentía el doble de cansada que de costumbre.

– ¿Damos por concluida la jornada? -sugirió.

– ¿Por qué no se va a casa? -respondió Makihara-. Solo queda un lugar al que me gustaría ir, pero puedo acercarme solo.

Era un restaurante en Akasaka, llamado Sans Pareil. Chikako se remitió a la lista que dicho local encabezaba. Había una marca junto al nombre.

– Pero ya ha estado allí, ¿verdad?

– Sí. Pero cuando fui solo tenía el retrato, y ahora con la foto, quizás resulte más fructífera la visita. Me gustaría mostrársela a los empleados. Creo que a la gente le resulta más fácil hacer memoria cuando tiene una fotografía enfrente.

– Entonces, le acompaño.

Encabezaba la lista, pues era uno de los primeros lugares que Kazuki Tada había recordado.

– ¿Iban Junko y Tada a menudo?

– Fue allí donde hablaron por primera vez del asesinato de Yukie y donde se plantearon acabar con la vida de Masaki Kogure. Era el restaurante favorito de Junko Aoki. Todas las mesas están decoradas con velas. Tada dijo que encendió una para demostrarle sus capacidades. Y dado que Tada seguía sin creerle, prendió fuego a un coche que había aparcado fuera.

Negando con la cabeza, Chikako se encaminó hacia la boca del metro.

En la entrada del Sans Pareil, asomaba un abeto natural, más alto incluso que Makihara. Estaba adornado con sencillez, nada recargado. Unas cuantas luces así como nieve auténtica que salpicaba sus ramas verdes completaban la decoración.

Se trataba de un local con estilo, en el que despuntaba una barra elegante y gigantesca. Había velas iluminando cada mesa. Ya eran las seis pasadas de la tarde, y el restaurante empezaba a llenarse. Los clientes eran, sin excepción, parejas que se disponían a pasar la Nochebuena juntos. En la barra, resaltaba un gran candelabro en forma de corazón de los que solían verse en las recepciones de las bodas. El encargado del restaurante debió de pensar que le daría un toque romántico, pero a Chikako le pareció que deslucía el aire sofisticado del entorno.

El personal del Sans Pareil reconoció a Makihara en cuanto entró por la puerta. Tuvieron que maldecir para sus adentros cuando vieron al detective en una noche tan ajetreada como aquella. El encargado hizo una breve mueca aunque sin perder la compostura y, con suma amabilidad, los condujo hasta su despacho, detrás de la cocina. Accedió a que sus empleados fueran interrogados uno a uno siempre y cuando los detectives se dieran prisa. En cuanto vio el retrato y la fotografía, los apartó a un lado y alegó no recordar a aquella dienta en particular. Unos cuantos camareros afirmaron lo mismo. Ya eran casi las siete, y Makihara y Chikako estaban a punto de rendirse, cuando un joven camarero afirmó reconocerla.

– No sabía si llamarlos o no…

Era bajito y tenía un rostro de rasgos finos, como los de una muñeca. No debía de tener más de veinticinco años, y su acento situaba su lugar de nacimiento lejos de Tokio.

– Cuando vino por aquí, detective, dejó una copia de ese retrato, ¿verdad?

Makihara asintió.

– Bueno, se lo enseñé a mi novia cuando llegué a casa. Ella solía trabajar aquí a media jornada, hace tres o cuatro años. En fin, la recuerda. Dice que venía a veces, sola.

– ¿Esta mujer venía sola?

– Eso es.

– ¿No venía aquí para encontrarse con alguien, sino sola?

– Sí. Por eso mi novia la recuerda. Ya sabe, las mujeres tienen mejor memoria que los hombres. A veces, eso puede suponer un inconveniente…

Chikako se echó a reír.

– Un inconveniente para los hombres, no para las mujeres, claro.

– Sí, me ha pillado -rió este a su vez.

– ¿Y? -insistió Makihara con tono de evidente enfado-. ¿Eso es todo?

– Esto, no… -El joven camarero se rascó la cabeza-. Mi chica dice que se la veía muy solitaria, completamente ensimismada. Mi novia tiene la manía de sacar conclusiones sobre las personas e imaginar sus pasados. Entonces, concluyó que aquella mujer debía de tener una razón para venir sola. Que quizás antes acudiera con un amante que había muerto o algo parecido.

– Ah… Entiendo.

– Bueno, el caso es que además de buena memoria, es muy observadora. Y como todo se pega, ahora yo también lo soy. -El joven golpeó la foto con mucho énfasis-. Y ¿saben qué? Estuvo aquí anoche.

Makihara ya se había puesto a cerrar su bloc de notas, como si quisiera poner punto y final a aquella aburrida conversación. Pero al escuchar eso, los ojos casi se le salen de las órbitas.

– ¿Ella qué?

– Estuvo aquí. Seguro que era ella.

– ¿Sola, como de costumbre?

El camarero negó con la cabeza.

– No, estaba con un hombre. Se sentaron juntos en la barra y pidieron dos expresos. Estuvieron aquí unos treinta minutos.