– El lago Kawaguchi no queda muy lejos de aquí. Puedo comprobar ambos lugares esta misma noche. ¿Por qué no va a casa y descansa un poco? -sugirió Makihara.
– ¿Intenta deshacerse de mí? -le acusó Chikako.
– Debe de tener los pies destrozados con esas botas de goma. Puedo hacerlo yo solo. Además, es Nochebuena.
– No me entusiasma la idea de comer un pastel de Navidad con mi marido a estas horas. Y para ir al lago Kawaguchi, necesita coche, ¿no? Si conduce, podré estirar las piernas y relajarme. De modo, que lo acompaño.
Ya eran las ocho de la noche.
Capítulo 32
Era Nochebuena. Junko Aoki pasó casi toda la mañana con la cabeza bajo las sábanas. Cuando se despertó, eran las diez pasadas. Intentó levantarse, pero Koichi la arrastró hacia la cama, y pasaron lo que quedaba de la mañana abrazados.
– Me muero de hambre -dijo finalmente Koichi. El reloj casi marcaba el mediodía.
– Bueno, yo ya he intentado levantarme una vez -repuso Junko.
– A mí no me parece que hayas descansado suficiente.
– ¡Vergüenza debería darte! -Junko le dio con la almohada en la cabeza, y se escurrió de la cama para que este no pudiera alcanzarla. Koichi se echó a reír.
En el exterior, el suelo quedaba cubierto de nieve. Koichi sugirió salir a dar un paseo y almorzar fuera, pero a Junko no le apetecía salir de casa aún. Tenía que regresar al apartamento para cambiarse de ropa antes de la misión que los aguardaba esa noche, y quería retrasar todo lo posible el momento de abandonar el acogedor ambiente de la habitación donde se encontraba.
Prepararon la comida con lo poco que quedaba en el frigorífico. Resultaba que Koichi no iba al restaurante todos los días, y su cocina estaba bien equipada.
– Me gusta cocinar -reconoció-. Mañana te haré una comida en toda regla.
Junko dijo que quería pasar por casa antes de que cayera la noche, pero Koichi se opuso.
– No tienes por qué marcharte. No te vayas.
– No tengo ropa.
– Bueno, pues vayamos a comprarla.
– Qué derrochador. -Junko le dio un golpecito en la nariz, en un gesto juguetón-. No tienes que ir tirando el dinero porque seas un niño rico.
Koichi se apresuró a rodear la mesa, la cogió de la mano y tiró de ella hacia sí.
– No quiero que te vayas. Quédate conmigo todo el día, solo hoy.
– Volveré en seguida. Nos quedaremos en tu casa del lago en cuanto tengamos a Kaori, ¿no?
– Lo sé, pero tengo la impresión de que si vuelves a tu apartamento, te olvidarás de lo que ha pasado esta noche. El hechizo se romperá, te despertarás, y otra vez estaremos en el punto de partida.
Junko sintió que el corazón le daba un vuelco. Se lanzó a los brazos de Koichi y le rodeó el cuello con las manos.
– Eso no va a pasar -aseguró con dulzura.
– Sí que pasará -rebatió este, negando con la cabeza-. Así que no te vayas. Quédate conmigo.
Junko abrió la boca para decir algo, pero Koichi se la cubrió con sus propios labios. Ella cerró los ojos y se dejó llevar por el placer del beso. Sin embargo, distinguió el peligroso sabor del miedo, el miedo a estar solo y el deseo de tener a alguien cerca. «Está asustado», se dio cuenta Junko. La noche anterior, Koichi reaccionó con asombro cuando Junko accedió a acompañarlo a casa. Quizá le pillase desprevenido porque ella lo sugirió con demasiada prontitud.
Debió de pensar, al menos por un segundo, que le había dado un «empujón» sin darse cuenta. Junko poseía el poder de bloquear ese «empujón» y, lógicamente, él ya lo sabía. Sin embargo, seguía teniendo miedo. Desprendía el tipo de ansiedad que solo experimenta alguien que puede someter con su poder a cualquiera. Tenía que vivir con la inseguridad de preguntarse constantemente si la gente que lo rodeaba actuaba por voluntad propia o porque él lo provocaba.
– De acuerdo -claudicó Junko-. Me quedaré aquí. Podemos ir a trabajar juntos.
Koichi la abrazó con fuerza, y Junko le devolvió el afectuoso gesto. Sabía que no podía tranquilizar sus miedos valiéndose de palabras. Necesitaban respirar el mismo aire, ver las mismas cosas e incluso reír o enfadarse a la vez. Nada más que estar juntos.
Y, por suerte, eso era exactamente lo que Junko necesitaba.
– Voy a lavar los platos -dijo Junko, levantándose de un salto-. Me he dado cuenta de que Visión no deja de mirar tu regazo. No me apetece pelear con ella, de modo que le cedo el territorio. Pero solo un momento.
Recogieron y decidieron ir de compras a pie para disfrutar de la nieve. Expulsaban bocanadas de aire blanco y se agarraban para evitar resbalar conforme avanzaban. Ninguno de los dos tenía frío.
Fueron hasta la salida sur de la estación de Shinjuku y compraron toallas, ropa interior, productos de cosmética y otras cosas para Junko. Llevaban tantas bolsas que tomaron un taxi para regresar a casa.
El Capitán aguardaba la llegada de los jóvenes frente al edificio. Hoy parecía alguien completamente distinto. Tenía la cara pálida, ojerosa y marcada por arrugas de preocupación. Su inquietud se le reflejaba en la mirada.
– ¿Dónde habéis estado? -preguntó con voz temblorosa-. ¿Por qué no habéis cogido el teléfono móvil? Tenemos una emergencia.
Koichi miró a Junko mientras se acercaban a la entrada y empezaba a disculparse.
– Lo siento. Solo hemos estado una hora fuera. No pensé que pasara nada. Entremos y hablemos.
– Así que, ¿estabais juntos? -preguntó el Capitán a Koichi, sin apartar la mirada de Junko. Durante un instante, sus ojos se rezagaron en ella del modo que solo un hombre puede hacerlo. Ella se cruzó de brazos, como protegiéndose, y apartó la mirada.
– Te ahorrarás mucho tiempo si hablas con los dos a la vez, ¿no? -dijo Koichi con frialdad.
Junko lo siguió, y cuando atravesaron la entrada despejada del bloque de apartamentos, reparó en algo esparcido en el suelo. Hojas de tabaco. Un cigarrillo hecho trizas. Al alzar la vista, vio que el Capitán tenía otro pedacito en la mano y se disponía a desmenuzarlo.
«Qué manía tan extraña.»
De repente, recordó haber visto algo parecido antes. ¿Dónde? Si se hubiese tratado de ceniza no le habría llamado la atención lo más mínimo.
– ¿Qué te ha dado? Vamos. -Koichi le rodeó los hombros con el brazo y la arrastró consigo.
En cuanto entraron en el apartamento, el Capitán comunicó la razón de su visita.
– La misión de esta noche ha sido pospuesta.
– ¿Por qué?
– Es el ama de llaves, Fusako Eguchi.
– La misma que habló con el tal detective Makihara, ¿cierto?
– No sé qué le diría, pero ha empezado a tomar fotos de cualquiera que se acerca a la familia Kurata.
Junko había empezado a quitarse el abrigo, pero la noticia la dejó paralizada.
– ¿Cómo lo hace?
– ¿No reparó en ese extraño collar que llevaba? Pues resulta que es una cámara. Aquella noche, debió de fotografiar a los clientes del restaurante. No hay modo de averiguar si nosotros tres aparecemos en una de esas fotografías.
– ¿Y qué más da? -preguntó Junko.
– No sería lo ideal. -Koichi, inquieto, negó con la cabeza.
– ¿Por qué?
– No debemos dejar ningún rastro, así que imagina lo que puede suponer una fotografía. Da igual que la posibilidad sea mínima, tenemos que proceder con suma cautela. Estás seguro de lo que dices, ¿Capitán?
– Sí, lo he corroborado. Ha llevado a revelar algunos carretes y también la vi colocar uno nuevo en la cámara. Estoy seguro de que pensaba que nadie la observaba, pero la vi tomando algunas fotos de prueba.