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– Está acostumbrada a hacer viajes tan largos conmigo, así que creo que, después de todo, te tiene celos. -Koichi entró en la casa, encendió la luz y la calefacción. Metieron sus maletas, guardaron sus cosas, y Koichi enseñó la casa a su invitada que reaccionó con asombro ante cada puerta que iba abriendo. Eran como sueños hechos realidad. Cuando dieron por concluida la visita y regresaron al salón, ya hacía calor suficiente como para quitarse el abrigo e incluso el jersey. A Junko le encantó el lugar y se sentía como en casa, lo cual era una prueba más de lo bien que iba su relación con Koichi Kido. Aquella casa era como una extensión de su persona.

Una vez acomodados, se les abrió el apetito. Prepararon una simple sopa de pasta y una ensalada. Como en el apartamento de Koichi, la cocina estaba perfectamente equipada. Incluso disponía de una enorme marmita de arcilla. Koichi estalló en carcajadas.

– Siempre quise comer un estofado en esa marmita tan grande.

– Pero es demasiado para una persona, ¿no?

– Pues claro. Cocinar con eso para uno solo sería muy aburrido, únicamente te complicaría las cosas. ¡Utilicémosla mañana por la noche!

Junko estuvo a punto de darle voz a su pregunta, la de si alguna vez había cocinado un estofado en esa marmita para otra mujer. Y de ser así, con cuántas mujeres. Sin embargo, enmudeció. Sentir celos del pasado era una pérdida de tiempo. Y no importaba cuántas mujeres habían estado ahí con él, sino que ella era diferente del resto. Solo ella podía entenderle.

Contra una de las paredes del espacioso salón, asomaba una pantalla de televisión del tamaño de la bañera de Junko. Le apetecía oír algo de música tranquila y no ver la televisión, pero quería comprobar las previsiones meteorológicas, y preguntó a Koichi si podía encenderla. Él estaba en la cocina preparando café pero le dio permiso a gritos. Junko se dispuso a encenderla cuando se percató de que no sabía cómo hacerlo. Intentó averiguarlo por sí misma, pero al final Koichi se acercó y se lo mostró.

De repente, estridentes voces y chillones colores ocuparon la pantalla. Debía de haber varios altavoces, porque Junko pudo sentir que el sonido le venía tanto desde detrás como desde arriba.

– ¿Qué sueles ver en esta televisión? ¿Películas?

– No. En realidad, casi nunca la veo.

– Qué pena…

– Bueno, veo un canal que retransmite obras de teatro, me gusta.

– No me extraña. Apuesto a que actuabas cuando eras más crío.

– ¿Cómo lo sabes? También escribí alguna que otra obra. Aunque solo para practicar. No me llevó a ningún sitio.

– Podrías seguir escribiendo si quisieses.

Junko echó un vistazo a la interminable lista de canales, pero ninguno retransmitía ni informativos ni el tiempo. Había noticias en la CNN, pero no hablaban de Japón. Eran las nueve y media, y el telediario ya había terminado, así que Junko se acomodó en un sillón, levantó los pies y decidió buscar alguna otra cosa. Koichi se sentó junto a ella y le explicó qué retransmitían los distintos canales, pero acabó bostezando y se marchó a tomar un baño. Visión se acercó a ella. Junko la cogió y la acarició hasta que la gata se acomodó en su regazo. Entonces, volvió a concentrarse en la televisión y fue pasando de un canal a otro hasta que dio con un programa musical. Se recostó en el sillón, desvió la mirada hacia el techo, y saboreó la lujosa sensación de la música cayendo sobre ella como una fina nevada.

Debió de quedarse dormida. Cuando se despertó de un sobresalto, Visión se asustó y se quedó paralizada en su regazo. Junko echó un vistazo al reloj que descansaba sobre la chimenea y vio que tan solo habían pasado veinte minutos. El concierto ya había acabado y, ahora, en un giro discordante, el canal retransmitía un programa de actualidad: «El Top Ten de los sucesos del año».

Las historias sobre las que se basaba el reportaje no eran otras que la serie de incendios provocados por la misma Junko. La fábrica abandonada de Tayama. El Café Currant en la intersección de Aoto. Licores Sakurai en Yoyogi Uehara. Y las fotografías de Fujikawa y Natsuko ocupaban ahora la pantalla.

Junko entrecerró los ojos ante la escena, pero se obligó a mirar. Seguía sin tener ni idea de cómo emprender la búsqueda del asesino de Natsuko, pero era su deber hacerlo, así que tenía que prestar atención. No se permitiría dejarse llevar por su propia felicidad.

Oyó la puerta del baño cerrarse, y el sonido de las pisadas de Koichi hacia la cocina. Dijo algo, pero Junko no lo escuchaba con claridad.

– ¿Qué has dicho?

– Digo que te sentirás mejor después de un baño. -Oyó que se abría la puerta del frigorífico y lo que parecía la pestaña de una lata de cerveza-. ¿Qué estás viendo?

– Hablan de mi enfrentamiento con la banda de Asaba.

Koichi vino corriendo de la cocina y se sentó cerca de ella en el sofá. Llevaba un albornoz y una toalla alrededor del cuello. Sin embargo, más que concentrarse en la televisión, miró fijamente a Junko.

– ¿Por qué quieres ver esto? -Koichi intentó arrebatarle el mando a distancia, pero Junko fue más rápida. No apartó la vista de la pantalla ni un momento-. Venga, estamos de vacaciones. ¿Por qué seguir pensando en el trabajo?

Junko no lo escuchaba. El añadió algo más, pero ella le puso el dedo en los labios para hacerlo callar. Estaban mostrando una especie de despacho. Según el rótulo de la pantalla, se trataba de la oficina de una organización privada llamada Stalker Hotline. Justo antes de ser secuestrada, la aterrada Natsuko Mita acudió allí para asesorarse sobre cómo lidiar con sus acosadores. Tras las mesas que enfocaba la cámara, pudo distinguir una hilera de puertas que debían conducir a las salas privadas para consultas confidenciales.

Sin embargo, Junko no estaba mirando realmente la pantalla, sino escuchando la voz en off que explicaba el papel de Stalker Hotline en el caso de Natsuko Mita.

«Parecía tan inquieta que el consejero que la atendió quedó sumamente preocupado. Desde entonces, ninguno de nosotros puede conciliar el sueño. Sufrió muchísimo y no pudimos hacer nada para salvarla.»

Un nuevo rótulo apareció en pantalla: «Shiro Izaki, vicepresidente de Stalker Hotline, filial de Kanto, Servicios Integrales para la Seguridad de las Personas».

Esa voz…

«… Huelga decir que lo fundamental para nosotros es proteger a las mujeres que acuden a nuestras oficinas, evitar que sean atacadas o asesinadas.»

Junko ya había oído esa voz antes.

«La vigilancia es lo mejor que sabe hacer un antiguo detective como yo.

«Fui detective, pero estoy jubilado.»

Era la voz del Capitán. Conocía a Natsuko Mita. Incluso si no hubiese sido él su consejero, seguro que lo había visto en Stalker Hotline.

«Oh, ¡eres tú!»

Y, entonces, el disparo.

La escena de la azotea de Licores Sakurai invadió su mente. El pálido rostro de Natsuko. Sus temblorosos hombros. La sangre seca en sus muslos. Sus labios, partidos por los golpes. Sus párpados amoratados.

Y… esparcidas en el suelo junto al tanque de agua, las briznas de tabaco.

El recuerdo la impactó con fuerza.

– ¡Fue el Capitán!

– ¿Cómo dices? -preguntó Koichi.

– ¡El Capitán asesinó a Natsuko Mita!

Junko tuvo nauseas. Era demasiado horrible, demasiado repugnante. Escupió las palabras y explicó a Koichi lo que acababa de comprender.

– Cuando fui a Licores Sakurai para rescatar a Natsuko Mita, el Capitán también estaba allí. Quizá fuera a rescatarla o puede que intentara averiguar lo que tramaban Asaba y sus compinches, no lo sé. Trabajó como detective y se enorgullece de su sistema de vigilancia, de modo que no tuvo que resultarle difícil irrumpir y desaparecer después.

Koichi soltó las manos de Junko y se dio una palmada en la rodilla, molesto.