– Pero ¿sabes? -Junko abrió los ojos pero no pudo encontrarlo. Daba la impresión de haberse desplazado algo más a la derecha; su voz era más distante-. No voy a matarte porque hayas descubierto el descuido de Izaki.
¿Descuido? ¿Acaso era así como consideraban la muerte de Natsuko? ¿Un descuido? ¿Algo que puedes redimir con una disculpa?
Junko recordó que a Natsuko se le iluminó la mirada cuando escuchó que Fujikawa la enviaba a buscarla, recordó sus ojos llenos de lágrimas, sus mejillas veteadas de tanto llorar.
– Lo siento. -Koichi seguía hablando con tono indiferente-. Los Guardianes planeaban matarte desde el principio. Y me asignaron a mí esa misión. Desde el primer instante, no he sido más que un asesino a sueldo.
Junko observó el cielo estrellado y exhaló. Su aliento se condensó momentáneamente en una nube blanca antes de disiparse. Junto con su amor. Y ya no podía verlo. Se había marchado.
Y solo le quedó una pregunta. «¿Por qué?»
– Se te fue de las manos. Tantos asesinatos son demasiado peligrosos para los Guardianes. Jamás podrías habernos sido de utilidad. Ya te dije lo importante que era no dejar pruebas, ¿no?
– Es demasiado indiscreta cuando asesina a alguien. -Ahora era Izaki quien hablaba-. Ni siquiera se molesta en borrar sus huellas.
– Kaori Kurata aún es joven. Si la formamos como es debido, existe una gran probabilidad de que aprenda exactamente lo que nosotros queremos. La piroquinesis sí nos será provechosa entonces. Sin embargo, tú eres ya adulta, un producto acabado. Eres tan fuerte que si algo va mal, todos corremos peligro.
Junko cerró los ojos de nuevo. Intentó concentrarse en el lugar donde ambos se encontraban, pero sentía las lágrimas caerle por el rabillo de los ojos. «Quizá solo me apetezca llorar», pensó.
Junko dejó escapar su energía sin tan siquiera saber hacia dónde se dirigía. Le sorprendió que se encontrara tan débil. Manó hacia la noche, pero fue absorbida por la fría brisa y el agua del lago. Ahora entendía por qué habían elegido ese lugar para acabar con su vida. Querían asegurarse de que no tenía posibilidades de contraatacar.
– Era cuestión de tiempo que tus objetivos llegaran a coincidir con los que perseguimos. Masaki Kogure fue uno de ellos. Ya lo teníamos arrinconado y solo intentábamos dar con el modo de acabar con él y hacer que pareciese una muerte natural o un accidente. Entonces, apareciste tú y arrasaste con él, consiguiendo llenar las portadas de todos los periódicos.
No importaba lo poderosos que fueran los Guardianes, no importaba cuántos agentes de la policía estuvieran involucrados, y tampoco importaba su capacidad para borrar cualquier evidencia, su potestad tenía límites. Los detectives que se encargaban de investigar la carnicería perpetrada por Junko podrían cruzarse accidentalmente con un Guardián que fuera tras el mismo objetivo.
– Y esa era la razón por la que debíamos encontrarte y acabar contigo.
Junko exhaló de nuevo. Empezaba a dolerle el pecho, pero aquella sensación pareció borrar lo que fuera que la impedía hablar.
– Entonces, ¿por qué tanto empeño en que me gustases?
Koichi no contestó en seguida. Ella sabía que estaba moviéndose, cambiando de posición sobre la nieve.
– No quise matarte tan pronto -reconoció finalmente, con el tono despreocupado de siempre-. En realidad, esperábamos que pudieras ayudarnos con Kaori Kurata. La hubiésemos traído aquí de no ser por esa ridícula cámara. Tú hubieses estado contentísima de tener a esa niña en tus brazos. La hermanita que nunca tuviste. Una pena.
Junko podía oír que Koichi se movía de nuevo. Dejó escapar otro rayo de energía que se evaporó en la inmensidad invernal.
– Pero ya te lo he dicho. La organización acordó que, si mostrabas la más mínima intención de atacarnos o si dudabas de algún miembro de los Guardianes, incluso si te rebelabas o nos cuestionabas, me deshiciera inmediatamente de ti. Y eso es lo que ha ocurrido. -Se disculpó de nuevo-. Pensé que si te unías a nosotros y no dabas problemas, podrías quedarte y así estaríamos juntos. Por eso quise gustarte. No hemos tenido mucho tiempo, pero ha sido divertido. Ya sabes, yo… yo…
«Estaba solo.» Junko sabía que era lo que pretendía decir.
Alguien había empezado a llorar. Podía oír sus ahogados sollozos.
«¿Soy yo? ¿Soy yo quien llora?»
No, era Izaki. El Capitán.
Junko habló de nuevo, hacia las estrellas.
– Pensé… Pensé que tú y yo… nos entendíamos.
«Sé que te sientes solo», quiso gritar.
– Pues ha sido un triste malentendido, Junko -dijo Koichi-. No hay nada en mi interior que pueda entender otro ser humano.
«Yo entendí tu soledad, porque también me sentía sola.»
– Ya te hablé de esa chica a la que obligué a acudir a una cita conmigo cuando tenía catorce años -prosiguió Koichi.
– Sí -respondió Junko en un tono tan débil que solo las estrellas pudieron oír.
– Murió hace dos años.
Junko oyó la desesperada bocanada de aire de Izaki en el breve intervalo de silencio.
– Se volvió loca a causa de lo que yo hice con su mente.
«Yo estaré a tu lado», le había prometido Junko.
– Dijiste que solo podías entregar tu corazón a alguien cuando ambos os ensuciarais las manos con la misma sangre.
Sí, eso era cierto.
– Cuando supe que mi primer amor había muerto por mi culpa, me deshice del despojo de ese sentimiento humano. Así que no tengo corazón que entregar. Sé que alguien como yo no puede permitirse amar a nadie.
Así que, ella había creído que se entendían, pero ni siquiera compartían eso. Sí, escribía obras de teatro. También sabía actuar. Y había sido una interpretación brillante. Junko casi anheló la ausencia de público.
Junko pudo ver que las estrellas parpadeaban y le susurraban algo. «Has cometido un error, has tomado la decisión equivocada, Junko. Un error de juicio. Deberías haberte aferrado a tus principios.»
Junko las escuchaba, pero por alguna razón no le importaba lo que decían. Se preguntó por qué.
– ¡Ya basta! -interrumpió bruscamente Izaki-. Acaba con su sufrimiento. No necesita saber nada más. Ten piedad.
Koichi enmudeció. Junko lo oyó caminar a su alrededor, y colocarse en posición. Cerró los ojos e intentó concentrarse en el sonido.
Capítulo 33
El hombre cuyo coche quedaba registrado en Nerima era bajito y rechoncho. En cuanto Makihara y Chikako concluyeron que no podía tratarse del sujeto que el camarero había visto en Sans Pareil, se dirigieron hacia el lago Kawaguchi. No había demasiado tráfico, de modo que llegaron a su destino dos horas más tarde.
Desconocían si el hombre que había acompañado a Junko Aoki estaría en su casa del lago o no, pero imaginaron que si merodeaban por allí se harían una idea más clara del sujeto en cuestión. Nada perdían haciendo ese viaje. Si por un golpe de suerte, él se encontraba allí, quizá Junko Aoki estuviese con él. Aquel sería un precioso regalo de Navidad.
A juzgar por cómo se agarraba Makihara al volante, parecía un jinete novato que aprende a montar a caballo y sujeta las riendas como si su vida dependiese de ello. Sin embargo, Chikako sabía que Makihara temía perder el control, pero no de un caballo, ni siquiera de un coche.
Estaba recorriendo su propia carretera. Su destino. Makihara era consciente de que por fin se encaminaba hacia la dirección correcta, que aquella carretera lo llevaría hasta Junko Aoki.
Cuando llegaron a la enorme mansión de estilo rústico, propiedad de Koichi Kido, los focos del coche iluminaron los escalones de la entrada principal. En cuanto Makihara levantó el freno de mano, vieron la silueta de alguien que se asomaba desde un lateral de la casa.
Lo que ocurrió a continuación parecía estar conectado con la pesadilla de Makihara por una línea clara y directa.
Mientras Junko intentaba aguzar el oído y adivinar dónde se encontraba Koichi -probablemente apuntándola con un arma- oyó el sonido de un motor. Un coche se dirigía hacia aquella misma dirección. Pudo oír el crujido de los neumáticos sobre la delgada capa de hielo que se había formado en la carretera despejada de nieve.