– Lo suponía.
– Cuando la estantería cayó, el señor y la señora Kurata eran los únicos en la sala.
– Qué casualidad.
– Sí, mucha.
– ¿La señora Kurata lo lleva bien?
– Sí, aunque se la ve algo cansada.
– ¿Y Kaori?
– Se siente mucho mejor. Fusako Eguchi está cuidando muy bien de las dos.
– Makihara.
– ¿Qué?
– Será mejor que no abandone el cuerpo.
– ¿Y por qué me dice eso ahora?
– No importa lo lento que progrese todo, la sociedad necesita conductores como nosotros para que hagan el trabajo sin atropellar a ningún peatón.
– Una metáfora muy enrevesada.
– ¡No se ría!
– No me río, y tampoco abandonaré el cuerpo. Tengo que ganarme la vida. Y por si fuera poco, Junko Aoki me asignó una tarea muy difícil.
– Asegurarse de que Kaori… no se convierta en lo que se convirtió ella.
– Pero no puedo ser un educador a jornada completa. Al fin y al cabo, solo imparto una materia -rió Makihara antes de colgar el teléfono.
A finales de mes, con Kaori Kurata de la mano, Chikako visitó el apartamento de Junko Aoki en Tayama. No había ningún pariente que pudiera llevarse sus cosas o encargarse de su herencia. Cuando su casero irrumpió a gritos en la comisaría, Chikako se ofreció voluntaria para encargarse del asunto.
Junko Aoki fue una persona metódica, y el apartamento estaba limpio y ordenado. Kaori echó un vistazo a su alrededor con gran interés. Tomó y olió el jabón que Junko utilizaba, se colocó alrededor de los hombros el jersey que colgaba del respaldo de la silla e incluso se probó las zapatillas de Junko. Chikako dejó que Kaori hiciera lo que quisiese mientras ella guardaba algunas cosas en unas cajas de cartón. Los muebles y las cortinas eran bastante vulgares, y Chikako supuso que lo único que el casero aceptaría gustosamente sería el ordenador nuevo que descansaba sobre la mesa de la cocina.
Kaori, que seguía dando vueltas por la habitación examinándolo todo, se detuvo en la cama para recoger un perrito de peluche. Lo miró durante un momento, antes de decir:
– Estaba llorando.
Chikako se volvió para ver de qué estaba hablando, pero Kaori parecía perdida en sus cavilaciones.
– ¿Qué has dicho?
– No he dicho nada.
Chikako se dio cuenta de que habría recordado algo al reparar en ese perro, del mismo modo que Makihara solía acordarse de su hermano.
– Supongo que empiezo a oír cosas.
– ¿ Detective Ishizu?
– ¿Sí?
– ¿Cree que podría quedarme este peluche? -Se trataba de un perrito rechoncho que no estaba en su mejor época. Le faltaba una oreja y uno de los ojos colgaba de un hilo. Parecía hecho a mano, quizá la madre de Junko lo hubiese hecho para ella.
– Claro, adelante -dijo Chikako-. Cuida bien de él.
– Lo haré -aseguró Kaori mientras se aferraba al peluche.
Chikako terminó de despejar un poco la habitación, y las dos salieron fuera. A los pies de la escalera había una joven con la barbilla puntiaguda y el pelo teñido de rojo. Llevaba un pequeño ramo de flores. Chikako llamó su atención y le preguntó a quién estaba buscando.
La chica se levantó el cuello de la chaqueta. Frunció el ceño y respondió a la defensiva, como si ya hubiese anticipado esa respuesta.
– He venido a traerle flores a la persona que vivía aquí.
– ¿Aquí?
– Sí. Murió. Bueno, fue asesinada. Un tipo la mató y, después, se suicidó.
Chikako puso los ojos como platos.
– ¿Se refiere a Junko Aoki?
– Sí. -La chica se pasó la mano por el pelo en un gesto nervioso-. Lo he visto en las noticias. Mostraron su fotografía y la reconocí, de modo que llamé al canal y me puse tan pesada que acabaron dándome su dirección.
– Entiendo -dijo Chikako-. Perdone mi intromisión, pero ¿de qué se conocían?
Chikako se presentó, le mostró su placa, y explicó brevemente lo que hacía allí. La chica no mostró sorpresa alguna.
– Así que, es usted detective.
– Eso es.
– Solo vi a Junko una vez. Vino buscando a unos amigos, malas compañías, con los que yo solía salir. -Se encogió de hombros y Chikako imaginó que bajo aquel abrigo se escondía una silueta delgada-. Ahora también están todos muertos.
– ¿Solo la vio una vez y viene a traerle flores?
– Claro, ¿por qué no? ¿No es lo que se hace cuando alguien muere? Me pareció que estaba muy sola.
– Estoy segura de que le hubiese encantado. ¿Quiere que me encargue?
La chica asintió y le tendió el ramo.
– Me llamo Nobue Ito.
– Bueno, pues muchas gracias, Nobue.
Nobue se encogió de nuevo de hombros, era de suponer que en un gesto de despedida. Se dio media vuelta para marcharse, pero entonces, reparó en Kaori que se escondía tras la detective, escuchando y esperando pacientemente. Nobue y Kaori intercambiaron una mirada. De repente, la cara de Nobue se iluminó.
– ¿Agente?
– ¿Sí?
– ¿Es esta la hermanita de Junko? No… espere… Supongo que no podría tener una hermana tan pequeña.
Antes de que Chikako pudiera responder, Kaori intervino.
– Así es. Soy su hermana.
Nobue, impresionada, miró de nuevo a la pequeña.
– ¿Sabes? Vas a ser incluso más bonita de lo que fue ella. Pero ándate con cuidado y mantente alejada de los chicos malos. ¡Hay muchos y están por todas partes!
– Tendré cuidado -aseguró Kaori.
Nobue se marchó entonces, a paso ligero. Kaori tendió la mano a Chikako y se ofreció a ocuparse de las flores.
– De acuerdo, tú te encargas. Gracias. -Chikako le pasó el ramo y, entonces, tomo la otra mano de la niña.
– ¡Seguro que hace frío!
Una vez llegaron al pie de la escalera, Kaori se detuvo y volvió la vista atrás. Se quedó inmóvil durante un momento. El aire frío le enrojecía las mejillas.
– ¿Qué pasa?
– Creo que he oído a alguien llamándome. -Kaori se concentró, aguzó el oído, y acto seguido, esbozó una sonrisa-. No, supongo que empiezo a oír cosas.
Chikako pudo ver las flores reflejadas en los ojos de Kaori. Brillaban como estrellas. Como el mismísimo amor.
Miyuki Miyabe