– ¡Oiga! ¡Usted! -La mujer se acercó corriendo a ella, seguida por el chirrido de las botas. Junko intentó levantarse. El agua le empapaba el abrigo, el frío se le coló en los huesos y la hizo temblar. El mareo se hacía cada vez más intenso, y el olor del vapor le daba ganas de vomitar.
– ¡Oiga! ¿Qué demonios está haciendo? ¡Contrólese!
«Estoy bien, lo siento», quiso decirle antes de desmayarse.
Cuando Junko volvió en sí, lo primero que vio fue un rostro escrutando el suyo.
Una chica. Era bonita, tenía la barbilla afilada, la nariz respingona, los ojos almendrados y sus labios esbozaban un ligero puchero.
Junko intentó hablar, pero antes de articular palabra, la chica volvió la cabeza y dirigió su voz hacia atrás, por encima del hombro.
– ¡Mamá, parece que se está despertando!
Junko movió los ojos para ver lo que la rodeaba. Divisó el techo de madera y una simple lámpara colgando de un cable. Estaba abrigada y descansaba sobre una superficie suave.
«Me habrán llevado a algún sitio para que descanse…»
– ¿Estás bien? -preguntó la chica, inclinándose hacia ella.
Junko no podía encontrarse la voz, así que asintió. El movimiento le recordó el dolor del hombro.
– Bien -murmuró la chica. Tenía una expresión tensa y seria-. Estábamos decididos a llamar a una ambulancia si no recobrabas el conocimiento pronto. Estábamos muy preocupados.
Junko intentó incorporarse, pero su cuerpo se negaba a moverse. Se humedeció sus labios secos y, por fin, pudo hablar.
– Siento mucho causaros tantos problemas. Supongo que he desfallecido.
La chica le lanzó una mirada suspicaz, como si la estuviese sometiendo a la prueba del polígrafo.
– Estás herida, ¿verdad? -dijo entonces.
Un escalofrío invadió a Junko.
– Sí… Algo así.
Así que, se habían percatado de la herida. Aunque, al parecer, no habían llamado a ningún médico. Bien. Si alguien llegaba a reconocerla, se daría cuenta de que la herida había sido provocada por un arma de fuego, y tendría que informar a la policía. Eso podía derivar en un sinfín de complicaciones.
– Pero no es grave -añadió Junko-. He pillado un resfriado y me encuentro algo mareada, eso es todo. Ya me encuentro mejor.
Para dar algo de credibilidad a sus palabras, Junko intentó animarse. Se apoyó en el brazo derecho para incorporase. Echó un vistazo a su alrededor.
El suelo estaba cubierto de tatami y había una mesita baja en el centro alrededor de la cual se levantaban algunas sillas bajas. Junko estaba tumbada cerca de esa mesa. Le habían quitado el abrigo y los zapatos, y cubierto con una manta. Era suave y olía bien.
Hablando de olores, la fragancia de aquel vapor impregnaba débilmente la habitación. Debía de estar en la zona habitable de la tienda de tofu. Un biombo dividía el espacio, abriendo otro compartimento. Había una televisión junto a la chica, y encima de ella, un reloj marcaba las horas. Eran casi las siete de la mañana.
Aquello significaba que llevaba inconsciente, al menos, una hora. Acababa de recibir un disparo y no se había permitido descansar ni un momento, de modo que la herida había hecho mella. Había cometido un error. Se mordió el labio.
La chica observaba a Junko con una expresión cargada de recelo. Junko reparó en que llevaba un blusón blanco. Iba vestida igual que la mujer que había conocido en la calle antes de perder el conocimiento, excepto que no llevaba mascarilla ni el pelo cubierto. Debía de tratarse de una de las personas que había visto trabajando en el interior de la tienda.
Una vez más, la chica alzó la voz por encima del hombro.
– Mamá, ¿puedes venir un momento? -Entonces, volvió la cara y miró a Junko y con la misma expresión seria, inquirió-: Oye, has venido preguntando por el bar Plaza, ¿verdad? Eso comenta mi madre.
– Sí…
– ¿Para qué? -preguntó la chica a quemarropa-. ¿Eres…? ¿Fuiste…? Pero eres algo mayor que yo, así que…
La chica observaba con atención a Junko mientras lanzaba sus preguntas a medias. Junko aguantó la mirada, confusa. Su interrogadora agachó la cabeza ligeramente.
– ¿Te has metido en algún lío con Asaba? -soltó con determinación-. ¿Ha ocurrido algo grave? ¿Es por eso por lo que estás aquí?
Junko puso los ojos como platos. La chica, al captar la reacción, asintió como si lo comprendiera todo.
– Ya, entonces es eso. Me lo figuraba. No veo otro motivo por el que vinieses a buscar a Asaba.
– ¿Conoces a Asaba?
– Bueno, sí -repuso ésta, encogiéndose de hombros-. Somos amigos desde la guardería. También asistimos al mismo instituto.
– ¿Es de este vecindario?
– Sí. Solía vivir en el Plaza. Había un apartamento en la segunda planta.
– ¿Sabes a dónde se mudó cuando cerraron el local?
– No tengo ni idea. No se me ocurre ningún sitio.
Antes, en la calle, la madre de esa chica había afirmado con una fría indiferencia que no tenían nada que ver con el Plaza. Sin embargo, si sus hijos habían compartido guardería, los padres de ambos debían de haberse visto alguna que otra vez. Quedaba claro que la madre de esa chica había mentido, la cuestión era por qué. ¿Querría proteger a los Asaba? ¿O procuraba quedar al margen de todo lo que concerniese a esa familia?
A juzgar por la expresión obnubilada de la chica y el interrogatorio al que estaba sometiendo a Junko, lo más probable es que se tratara de lo segundo. Quizá, alguna mujer que hubiera tenido problemas con Asaba hubiese pasado por ahí antes.
– Deduzco que, como yo, han venido otras mujeres preguntando por Asaba, ¿no es así?
– Y no solo mujeres -asintió la chica-. Por aquí ha pasado de todo, desde acreedores hasta la policía.
– ¿La policía?
– Sí, agentes de paisano. Asaba debió de haber hecho algo, y lo descubrieron.
– ¿Cuándo ocurrió eso?
La chica desvió la mirada hacia el calendario que colgaba de la pared y se quedó observándolo un momento, perdida en sus cavilaciones.
– Pues hará unos seis meses. El Plaza aún estaba abierto, y la madre de Asaba vivía allí.
– Me pregunto qué hizo.
– Ni idea. Los detectives no largan nada a no ser que sea necesario -explicó la chica y, adoptando un tono ligeramente cómplice, añadió-: Y si llegan a sospechar de ti, no te dan tregua.
Junko escrutó con más detalle las facciones de la chica. No llevaba maquillaje y el pelo, que le caía sobre los hombros, quedaba bien peinado y retirado hacia atrás, detrás de las orejas. Reparó en la cantidad de pendientes que llevaba en ellas.
– He acabado aquí por casualidad -aseguró Junko-. Pero los demás… Y la policía también… ¿Por qué razón acuden aquí para preguntar por Asaba?
– ¡Como si no lo supieras ya! -rió la chica. Cuando estalló en carcajadas, sus ojos almendrados se eclipsaron bajo dos finas líneas que la hicieron parecer más joven de lo que probablemente era.
– No lo entiendo.
– Me ocultas algo. En fin, qué más da. Todo el mundo miente. No solo tú. -Junko escuchó sin hacer el menor comentario. La chica prosiguió-: Es porque andaba con Asaba y los otros hasta hace un año.
– ¿Estabas en su banda?
– Sí. Pero eso es agua pasada -aseguró la chica mientras clavaba la mirada en los ojos de Junko-. Lo he dejado. Ahora ya no tengo nada que ver con ellos.
Fue una aseveración forzada. Junko sintió que un potente miedo subyacía bajo sus palabras. No era que a la chica le molestase que la interrogaran, ni que quisiera dejar claro que ya no tenía nada que ver con Asaba y su banda. Más bien era como si hubiese huido de algo que la había aterrado y aún necesitara recordar que se encontraba a salvo.
Sí, era eso. La chica había logrado escapar de Asaba y su banda. Tuvo que experimentar cosas que aún la hacían temblar cuando remontaban a la superficie.