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– No es lo que quiero hacer el resto de mi vida.

– Bueno, es demasiado pronto para…

– Lo mires por donde lo mires, es aburrido. -Nobue se pasó los dedos por el pelo-. Trabajar, comer, dormir, y trabajar otra vez. No hay nada que te haga sentir realmente viva. Y tampoco es que me vaya a hacer rica con este curro. Hay un montón de cosas geniales por explorar en el mundo, y hay tanta gente que consigue lo que quiere…

– Yo no estaría tan segura.

– De algún modo, siento que la mala suerte se ha cebado conmigo. Y eso me saca de quicio, ¿sabes?

De repente, Junko se hizo a la idea de por qué aquella chica había malgastado el tiempo con esa pandilla de maleantes. Compartían las mismas inquietudes, los mismos intereses, les gustaba divertirse del mismo modo. Acababa de descubrir parte de la razón por la que Nobue se había sentido atraída hacia Asaba y sus compinches.

Aburrimiento e ira.

Sí. Aquel grupo de cuatro del que Junko se había encargado a orillas del río Arakawa respondían al mismo perfil. «El mundo es aburrido. Quiero emociones. Es un país libre, así que podemos hacer lo que nos venga en gana. ¿Por qué hay gilipollas que lo tienen todo y yo tengo que cargar con esta vida de mierda?»

Nobue debió de experimentar la misma sensación. De hecho, aún lo hacía. No había cambiado mucho desde entonces. Lo único que tenía claro era que Asaba era un tipo espeluznante. Ahora sabía lo suficiente como para no relacionarse otra vez con él, fin de la lección.

Fuera o no consciente de ello, si otro Asaba se cruzaba en su camino, podría elegir una vida que otra vez la colocase a ella y a sus padres en una situación de peligro. Y por si no tuviese bastante con eso, podría convertirse en una amenaza para el resto de la sociedad.

¿Todas esas confesiones seguían haciendo de ella una víctima inocente? Junko se perdió en sus cavilaciones. «¿Quiero vengarme por lo que le hicieron a esta chica?». Era la primera vez que Junko se encontraba con semejante dilema. En el pasado, ya había conocido a un hombre que no había poseído el valor suficiente como para tomar represalias…

Su cara le cruzó la mente. Junko se apresuró a parpadear en un intento por conjurar aquella imagen, aquella reminiscencia.

– Por aquí, los vecinos son muy cotillas -prosiguió Nobue-. Todos saben que yo salía con Asaba y todo eso. Así que incluso si no te hubieses desplomado justo en frente de la tienda, y hubieses seguido tu camino preguntando por el Plaza, me habrías encontrado igualmente. «Ah, sí, los fabricantes de tofu, los Ito. Su hija, Nobue, era uno de ellos». Todos nuestros clientes son de la zona, así que tampoco podemos mudarnos a ningún sitio. Aunque espero que algún día nos vayamos de aquí.

«Si esta chica siguiera con la banda, ni las cicatrices ni el pavor me detendrían. La quemaría viva, aquí mismo, sin pensármelo dos veces. Cualquiera que se acerca al mal por voluntad propia, es malvado de por sí.» Así lo veía Junko. Que la chica aspirarse a estar con Asaba, haría de ella un ser tan miserable como él.

Sin embargo, por otro lado, sería una lástima. Nobue no solo se había portado muy bien con ella, sino que también le preocupaba su bienestar. Así que, a regañadientes, se obligó a preguntarle:

– Nobue, no querrás volver a formar parte de la banda de Asaba, ¿verdad?

Nobue casi se cae del banco.

– ¡Ni de coña! ¡Preferiría estar muerta!

– ¿No te pone histérica? Quiero decir, ¿no has pensado nunca vengarte de él por marcarte la espalda como una res?

Nobue ladeó la cabeza y miró a Junko con semblante grave.

– ¿Y cómo puede vengarse un ser humano del demonio? Ante la amenaza del demonio, a los humanos no nos queda otra que salir corriendo. -Se levantó.

– En fin. Gracias por todo -dijo Junko que, con una sonrisa en los labios, también se puso en pie.

– … ¿Te vas a casa?

– Sí. ¿Qué otra alternativa me queda? Yo también soy un ser humano normal y corriente.

Una mentira descarada. «Si ni siquiera soy humana. Soy un arma cargada. Que siempre acierta en el blanco. El blanco correcto.»

– Pero antes de que me marche, ¿puedes decirme si recuerdas algo sobre los lugares que Asaba solía frecuentar? Sé que hace un año que no sales con él, pero apuesto a que todavía se deja caer por algunos de esos sitios.

– ¿No pensarás en ir tras él?

– No, no iré. -Junko le lanzó una sonrisa-. ¿No te lo acabo de decir? No hay nada que yo pueda hacer.

Nobue parecía dudar. Junko tuvo la sensación de que empezaba a asustarla.

– Solían ir por el Plaza. Así que ahora no tengo ni idea de por dónde pueden moverse, ya que el bar está cerrado. Aparte de eso, daban vueltas con el coche y se detenían en algunos ultramarinos y restaurantes que abren toda la noche…

– ¿Tienes idea de con quién puede relacionarse ahora? ¿Quizá con los hermanos Takada que mencionaste antes?

– No -repuso Nobue, negando con la cabeza-. Ya te lo he dicho, solo los conocía de vista. En realidad, no sé nada de ellos, ni siquiera dónde viven. Así funcionaban las cosas. Excepto con Asaba, con quien tenía una buena relación dentro del grupo porque nos conocíamos desde siempre.

– ¿Y cómo os poníais en contacto?

– Si ibas al Plaza por la noche o los fines de semana, siempre encontrabas a alguien allí.

Se conocían de vista, salían juntos y sabían dónde y cuándo encontrarse. Eso era todo. No conocían ni siquiera sus respectivos nombres ni ningún otro detalle íntimo. La regla era la del anonimato, y no tenían otro tipo de conexión en sus vidas diarias. Mantenían una relación que no podía enmarcarse dentro de la amistad.

– Pero Nobue, alguna vez tuviste que llamarles por teléfono, ¿no?

– Sí, claro. Pero después del ataque, mi padre se deshizo de mi teléfono móvil y también de mi agenda de contactos.

Junko chasqueó la lengua, como si lamentase llegar a un punto muerto en sus pesquisas. A Nobue, por su parte, se la veía algo sorprendida. Ya estaba percatándose del cambio de actitud de Junko.

– No te enfades… Te digo la verdad -dijo la chica en un hilo de voz.

– ¿Y no sabrás dónde vive la madre de Asaba, verdad?

– Ni idea. Aunque sé dónde está la tumba de su padre.

– ¿Tumba?

«El padre de Asaba estaba muerto.»

– Murió cuando él tenía trece años. Se ahorcó.

– ¿Se suicidó?

– Sí. La empresa en la que trabajaba cerró, y perdió el puesto.

Junko ató cabos con un sobresalto. Recordó lo que los chicos habían dicho en la fábrica abandonada. ¿A eso se habrían referido?

«Asaba, ¿cómo encontraste este lugar?»

«Mi viejo trabajaba aquí hace mucho.»

«Pero eso debió de ocurrir hace muchos años, ¿no? ¿No ha trabajado desde entonces?»

«Bah. ¿A quién le importa?».

Entonces, esa era la historia del padre de Asaba. Tenía que contárselo a la policía. Ella no era más que una aficionada; jamás sabría rastrear a Asaba partiendo de la pista de un ex empleado en la fábrica abandonada. Eso no era competencia suya, sino de la policía. El tiempo volaba, y todavía no tenía ni idea de dónde podían retener a Natsuko. Tendría que apañárselas con la poca información de la que disponía.

– ¿Sabes cómo se llamaba el padre de Asaba?

– Pues imagino que Asaba.

– Claro. ¿Y dónde está la tumba?

– En un templo llamado Saihoji, en Ayase.

– ¿Y cómo sabes eso, por cierto?

Nobue se estremeció ante la agresividad de Junko.

– Porque fui allí unas cuantas veces…

– ¿Para hacer qué?

– No lo sé. Asaba entraba solo, y yo le esperaba fuera. Es un templo muy antiguo. Durante el día, nadie entra ni sale.

– Gracias. -Junko se volvió sobre sus talones para marcharse. «Un teléfono. Tenía que encontrar un teléfono.»

Nobue se levantó del banco y gritó tras ella:

– ¡Eh! ¡Junko!