Ito tuvo la ocasión de trabajar con él en un caso ocurrido en el distrito de Minato. Un financiero y su familia fueron asaltados y asesinados, e Ito tuvo varios encontronazos con Shinagawa que sacó a relucir una actitud de lo más obcecada.
– Vamos, no le des tanta importancia -tranquilizó Chikako a su compañero-. Por más que el arma homicida fuera el fuego, este caso es más de «homicidios» que de «incendios».
– ¡Sí, ya lo sé!
– ¿Qué ha dicho el capitán?
– Dice que deberíamos concentrarnos en recopilar información.
Chikako asintió. Shimizu enmudeció, aún se le veía algo disgustado. No es que no entendiese la situación, simplemente le gustaba protestar. De hecho, no había perdido el tiempo; mientras aguardaba la llegada de su compañera, aprovechó para presentar al equipo forense una lista exhaustiva de los elementos de la investigación que solicitaba la Brigada de Incendios.
– Ya que Shinagawa no se ha dignado a decirnos nada, he hecho alguna que otra indagación por mi cuenta -prosiguió Shimizu-. El aviso es de una mujer. De no ser por ella, habría pasado mucho tiempo antes de que nadie descubriera los cuerpos.
Chikako asintió.
– No podemos afirmar con seguridad que viera el fuego desde fuera. Según la gente del barrio, nadie vio ningún incendio.
– Me pregunto cuándo cerraron este sitio.
Chikako sacó su libreta y empezó a buscar entre sus anotaciones.
– Acerería Isayama. El director salió por pies cuando las cosas se pusieron feas. Según los archivos, quebró en la primavera de 1991. Coincide más o menos con el pinchazo de la burbuja económica.
– Hace siete años… -dijo Shimizu, pensativo. Sin transición, enarcó ambas cejas y miró a Chikako-. ¿De dónde sacas esa información, Ishizu? ¿Has interrogado a algún testigo?
– Entre toda esa gente de ahí, se encuentran varios residentes. Los he escuchado hablar. Eso es todo -repuso ella-. Claro que no se trata de información contrastada, pero a veces resulta sorprendente la buena memoria que tienen los vecinos.
Shimuzu alzó sus huesudos hombros.
– ¿No es algo arriesgado hacer caso de los cuchicheos de las abuelas?
– De las abuelas, no. De los abuelos -añadió la detective-. Oh, por cierto. Antes he visto a algunos tipos merodear por aquí. Apuesto a que eran de la Yakuza. Quizá sean acreedores de la Acerería Isayama. Probablemente fueran ellos quienes rompieran las bisagras de esa puerta.
– ¿Ah, sí? -La cara de Shimizu adoptó su habitual expresión de descontento.
En aquel preciso instante, retiraban hacia un lado el plástico azul. Uno de los detectives asomó tras él e invitó a Chikako y Shimizu a acercarse.
– ¡Todo vuestro!
Pasaron por el camino acordonado y se apresuraron hacia el interior.
Al otro lado del plástico, la iluminación instalada por el equipo de investigación dotaba el interior de la nave de una luz casi cegadora. Había varios agentes allí, pero los ojos de Chikako se vieron arrastrados hacia los cuatro cuerpos que yacían en el suelo. Se abrió paso hacia ellos casi como si la reclamaran.
El que quedaba a la derecha yacía junto a un depósito de agua oscura y estancada. Los otros tres quedaban entre una cinta transportadora y lo que parecían estanterías de almacenamiento. Estaban de cara a la pared izquierda del recinto.
Quedaron petrificados en diferentes posturas. Uno yacía boca arriba con los brazos abiertos; otro parecía arrastrarse. Se diría que el tercero, recostado y con la cara pegada al suelo, estaba a punto de darse le vuelta.
Había asombrosas diferencias entre los tres cuerpos de la izquierda y el que quedaba a la derecha. Mientras que los primeros estaban carbonizados, el último se había salvado de la cremación. Y si bien ciertas zonas de su piel y ropa estaban ennegrecidas, un vistazo más detenido reveló que solo se trataba de hollín.
El cuerpo también mostraba indicios de hemorragia y heridas recientes. Shimizu se acercó y, con un leve codazo, dio un toque de atención a Chikako que estaba absorta en su observación de los cuerpos, sin hacer mucho caso a los detectives encargados de la investigación.
Sin embargo, su compañero pareció visiblemente emocionado cuando Chikako señaló una de las heridas.
– Es una herida de bala, ¿verdad? -preguntó este.
Chikako no era capaz de determinarlo a simple vista. Tenía la mirada clavada en el rostro del muerto. Era joven. Un rostro que debió de ser atractivo antes de quedar desfigurado por los golpes y el dolor.
Chikako rezó una breve y silenciosa oración por su alma. Hecho esto, se acercó al corrillo de detectives que cuchicheaban justo a medio camino entre el hueco que separaba los cuerpos de la izquierda y el de la derecha. Un hombre bajito pero robusto ocupaba el centro del círculo. Se trataba del capitán Shinagawa.
– Detectives Ishizu y Shimizu, Incendios -dijo Chikako a modo de presentación. Hizo una reverencia y Shinagawa respondió con un golpe seco de cabeza.
– El capitán Ito me ha hablado de ustedes. Bien, espero contar con su colaboración para determinar cuál fue el artefacto empleado para carbonizar los cuerpos -afirmó, con tono inesperadamente suave-. He de decir que en este punto de la investigación, dudo que puedan aportar ninguna novedad. Los análisis forenses tardarán en revelar sus conclusiones y, como pueden ver, todavía no se ha procedido al examen anatómico de los cuerpos. Según parece, existe un caso previo en el que utilizaron un método similar. Quiero un informe completo sobre este antecedente.
– Se trata del homicidio del río Arakawa.
Al oír las palabras de Chikako, intervino el hombre más fornido que quedaba junto al capitán Shinagawa.
– Kinu se encarga de ese caso -murmuró el detective. Se refería al sargento Kinugasa, suboficial de otra brigada del departamento de policía de Tokio.
– No se llegó a cerrar, la investigación sigue su curso en el distrito de Arakawa. Pero es cierto que consideramos de inmediato una conexión entre ambos casos -dijo Chikako.
– No debería llegar a ninguna conclusión todavía -interrumpió el detective fornido-. Conozco el caso, pero no todo encaja con lo que tenemos aquí. Para empezar, hay un arma de fuego involucrada.
– Eso sugiere la herida de bala de la víctima que queda más apartada -añadió Shimizu que se negaba a quedar al margen.
– ¡Anda! ¿Y ha llegado solito a esa deducción? -arremetió con sarcasmo su interlocutor, ceñudo.
En el momento en el que Shimizu abrió la boca para rebatir, Chikako dio un paso hacia adelante para contenerlo.
– Tendremos preparado el informe sobre el caso Arakawa para la reunión del equipo de investigación de esta noche, pero ¿sería posible disponer de unos treinta minutos antes del levantamiento de los cuerpos? Quisiéramos proceder a nuestro propio examen preliminar.
– Faltaría más -repuso Shinagawa con indiferencia-. Higuchi quédese aquí. Estaré esperando en el coche.
Dos de los detectives acompañaron al capitán Shinagawa afuera, dejando tras ellos a Chikako, Shimizu y al detective fornido, aquel que respondía al nombre de Higuchi.
– Bien, procedan. Pero dense prisa, ¿quieren? Nos gustaría empezar cuanto antes con las autopsias.
El significado de sus palabras quedó bastante claro: «No encontraréis nada que no hayamos encontrado ya». Chikako tiró de Shimizu hacia sí y empezaron a examinar los cuerpos. Podía sentir los ojos de Higuchi clavados en la espalda.
Una vez recogidos todos los datos pertinentes, compartieron sus observaciones con Higuchi, quien se abalanzó sobre el cuaderno. Solo despego las narices de los apuntes para ordenar al equipo forense que se llevaran los cuerpos. El equipo los transportó hacia fuera e Higuchi los acompañó para supervisar todo el proceso.
A su paso, Chikako agachó ligeramente la cabeza. Se volvió hacia su compañero, al que sin duda le había costado contener los nervios hasta que Higuchi se marchara.