Intentó parecer locuaz y relajada. «Soy la novia de Asaba», se dijo. «Me tiene comiendo de su mano y hago cualquier cosa que me pide.»
– ¿Eres tú la que ha estado llamando una y otra vez?
– Sí, he sido yo.
– ¿Y por qué no llama Asaba?
– ¿Y qué sé yo? Es usted quien ha escrito la nota. ¡Yo solo obedezco órdenes!
– ¿Quién eres?
– ¡Eh! ¿Con qué derecho me habla así? ¿Quién es usted?
– Es imposible que Asaba te haya pedido que hicieras esa llamada por él.
– ¿Por qué? ¿Y usted qué sabrá? He ido al Saihoji, ¿no? -A Junko empezaron a sudarle las palmas de las manos, pero hizo todo lo posible por mantener un tono agresivo-. ¡Fue usted quien dejó la nota diciendo que le contactásemos de inmediato! ¡Soy yo quien debería estar quejándose!
– Vale, vale. Espera un momento. -Su interlocutor empezaba a ceder. A Junko le daba la sensación de que estaba cambiando de postura, ya estuviese sentado o de pie. Su voz se hizo más nítida-. Mira, no sé quién eres. Y no tengo nada que decirle a Asaba.
– Pero si me ha pedido que le llamase por teléfono. -Junko cerró los ojos e hizo lo que pudo por fingir estar decepcionada. «¡Usa el cerebro!», se instó a sí misma. «¿Qué puedo hacer para que este tipo se vaya de la lengua?»-. Oiga, Asaba se comporta muy raro últimamente…
– ¿Raro?
– Sí. Cuando me pidió que recogiese el paquete de cigarrillos, parecía tener prisa. Ahora que lo pienso, estuvo hablando con alguien por teléfono. No me contó nada, pero cuando regresé ya se había ido. -Junko bajó la voz-. ¿Estará metido en algún lío? Está enfadado todo el tiempo y he oído algo sobre la policía.
El hombre enmudeció. Junko esperó a que hablase. Intentó pensar rápido para dar con otro cebo que lanzar si aquel tipo no empezaba a cooperar.
Pero, en ese preciso instante, mordió el anzuelo. Habló muy despacio, como si quisiera cerciorarse de algo.
– Entonces, ¿la llevas encima?
– ¿El qué? ¿La llave?
– Sí.
– La tengo. Está justo aquí.
– ¿Y Asaba te pidió que fueses a recogerla y ya no estaba cuando volviste?
– Eso es.
– ¿Y no sabes dónde está?
– No tengo ni idea. -Junko seguía metida en su papel-. Usted es Tsutsui, ¿verdad? Oiga, estoy muy preocupada. ¿Se supone que Asaba tenía que llamarlo?
– Por lo visto vamos a tener que vernos -repuso tras unos segundos de silencio. Junko aguantó la respiración, no daba crédito. La voz del hombre empezaba a sonar afónica-: Será mejor que me des lo que tienes.
– ¿Darle qué?
– Lo que había en ese paquete.
Daba la impresión de que se andaba con rodeos. ¿Intentaba asegurarse de que tenía la llave? Una de dos, o bien actuaba con suma cautela o bien era un cobarde.
– ¿Se refiere a la llave, verdad? A la que he cogido -recalcó y se apresuró a añadir-: Es de una taquilla, ¿no es así? ¿Dónde está?
Lo que le interesaba a Junko era saber qué se escondía tras la puerta que abría esa llave.
– Créeme, nena. Será mejor que no sepas para qué es esa llave. – Tsutsui debió de apartar el auricular de la boca, porque Junko ya no podía oír con claridad lo que decía. Su voz no tardó en hacerse audible otra vez-. ¿Tienes papel y lápiz?
Junko no llevaba nada consigo, pero no quería que el tipo dejase de hablar.
– Sí, dígame.
– ¿Conoces la intersección entre la autopista Mito y la avenida Kannana, la que queda en el distrito de Aoto?
– Sí, la conozco.
– Pues gira a la izquierda en el cruce, atrás queda Shiratori, ¿lo tienes? Hay un sitio llamado Currant justo antes de llegar a la primera señal de tráfico con la que te encuentres. Es una cafetería. Trae la llave.
– Vale, lo tengo. Pero hay un problema.
– ¿Qué?
– No puedo darle la llave sin avisar antes a Asaba. Supongo que lo comprenderá. -Hubo una nueva pausa, por lo que Junko continuó-: Tengo que consultarlo primero con él. ¿Seguro que no sabe dónde está?
– Yo que sé. Si no está en su apartamento, no sé dónde andará.
– Ya, pero ¿en cuál?
– Mira, tú eres su novia. ¿Y ahora resulta que no sabes dónde vive?
Junko intuyó que empezaba a ponerse nervioso, así que retomó su estrategia de mostrarse indignada.
– Oiga, el único piso que conozco es el cuchitril situado en Onishi Heights, en el barrio de Ochanomizu. Pero mencionó otro sitio en el que se alojaba. No me extraña, apenas quedan muebles donde me lleva, y también viven otros chicos. -Junko había intentado mencionar el nombre de un sitio que sonara plausible y pensó que Onishi Heights podía valer. «¡Vamos!», quiso instar al hombre de voz ronca para que le dijera lo que necesitaba saber. «¡Dime dónde vive! ¡Dime dónde puede estar reteniendo a esa chica!»
– ¿Onishi Heights? ¿En Ochanomizu?
– Sí. Es un tugurio que queda detrás de la estación.
– Entonces, cuando regresaste del templo Saihoji con la llave, ¿fuiste directamente a ese sitio?
– Eso es.
– No lo había oído nunca.
– ¡Pues eso lo dice todo! ¡Lo sabía! ¡Sabía que estaba viviendo en otro sitio! -Chasqueó la lengua e hizo lo que pudo por aparentar conmoción-. Ha estado engañándome. Seguro que hay otra chica detrás de todo esto. ¡Por eso no me ha dado su verdadera dirección!
– Tranquilízate.
– Vamos, ¡dígame dónde vive! Tengo que hablar con él. Después, nos veremos en el Currant. Supongo que preferirá verlo a él antes que a mí, ¿no? No sé de qué va todo esto, pero imagino que le interesará más encontrarse con Asaba, ¿me equivoco?
Soltó todo el recital de una vez, y antes de tener la ocasión de aspirar una bocanada de aire, él la interrumpió.
– Si Asaba no te ha dicho donde vive, no seré yo quien lo haga. -Junko distinguió un atisbo de burla en su tono-. No me metas en vuestras movidas, ¿quieres?
«¡Vaya un imbécil!»
– Venga -rogó Junko.
– ¡He dicho que no!
Aquello no pintaba nada bien. Junko suspiró y accedió:
– De acuerdo, nos vemos allí.
El Café Currant era un local sórdido.
Tenía un aspecto tan poco acogedor que daba la impresión de que no había nadie que regentara el negocio. Los clientes casaban perfectamente con el lugar: con los bolsillos vacíos y sin prisa por hacer algo al respecto. El pomo de la entrada estaba pegajoso. Cuando Junko entró, echó un vistazo al pomo y al cerrojo, y se percató de que ambos eran de latón.
Sobre un suelo mugriento se alzaban unas cuantas sillas tapizadas de plástico rojo, y dispuestas alrededor de varias mesas baratas, de contrachapado. Una mujer con un mandil de color chillón se sentaba detrás de la barra, a la entrada. Un hombre se acomodaba en una esquina, riendo y hablando de forma escandalosa. La mujer no saludó a Junko cuando entró, pero la risa del asiduo se transformó en una mueca salaz. Llevaba una camisa blanca y holgada, y una gruesa cadena de oro ocupaba el lugar de la corbata.
Su mirada se centró sin dilación en el otro lado, donde descansaban las mesas junto a la ventana. Un hombre bajito de mediana edad aguardaba allí. Llevaba ropa de trabajo gris y un gorro negro. Se encorvaba sobre un calendario de carreras y se levantó ligeramente cuando vio a Junko. Esta respondió al gesto con una inclinación de cabeza y se sentó frente a él. El plástico rojo del asiento estaba sucio y en parte desgarrado, y de sus heridas se derramaba el relleno. Era extremadamente incómodo, y Junko temió engancharse las medias.
– ¿Usted es el señor Tsutsui, verdad?
– Eso es.
– Lo he sabido de inmediato -sonrió para poner una nota de humor.
Tras el asiento del hombre se alzaba un árbol artificial cuyas hojas de plástico descoloridas caían justo a un lado de su rostro. Junko pensó que quizá eso explicaba que su interlocutor pareciera un primate en mitad de la jungla. Un mono tan viejo y feo que todos habían rehuido de él.