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– ¿Tienes la llave?

– ¿Puedo pedir algo primero?

Tsutsui estaba bebiendo café. O al menos eso supuso Junko al reparar en el líquido ennegrecido que contenía la taza.

No tenía sed, pero quería ganar tiempo para hacerse una idea del tipo de local en el que se encontraba. Aún esperaba poder sacar a aquel hombre la información que necesitaba. Lo único que quería era evitar llamar la atención. ¿Cuánta gente había allí? ¿El bar solo disponía de una entrada?

El lugar tenía una ventaja: las ventanas eran diminutas y quedaban cubiertas por motivos adhesivos con los que, obviamente, se pretendía conferir algo de discreción a la cafetería. Creaban una especie de efecto de cristal ahumado. Dicho efecto tomaba todo su significado por la densa cortina de polvo que tapizaba el cristal. Si lograba no prender las cortinas, no había razón para que nadie que pasase frente a las ventanas se diese cuenta de nada.

– Me gustaría tomar un café con hielo.

Tsutsui alzó la mano hacia la mujer de la barra.

– Café con hielo por aquí.

La camarera parecía disgustada y no se molestó en responder. El hombre con el que estuvo charlando se ocultó parcialmente tras la revista que sostenía en las manos para lanzar a Junko otra mirada.

– ¡Y un vaso de agua, si es tan amable! -Junko se dirigió a la mujer de la barra-. ¿Los aseos, por favor?

Junko tuvo la impresión de que había ofendido a la mujer con su pregunta. Sin articular palabra, ésta zarandeó la mano izquierda, apuntando hacia una puerta mosquitera. Puede que algún día existiera un letrero en el que se leyera: «Aseos», pero ahora solo quedaba un marco rectangular huérfano de letras. Junko se puso en pie y se encaminó hacia la puerta. Al pasar junto a la barra, sintió las descaradas miradas del hombre y la mujer. Echó un rápido vistazo hacia la parte posterior de la barra. A espaldas de la camarera, había una nevera grande y una puerta corredera que probablemente conducía a la trastienda. «Esto no me gusta nada. Una puerta normal hubiese sido más cómoda, más fácil de abrir», pensó.

Acto seguido, se volvió hacia el hombre de la barra y lanzó una sonrisa de lo más encantadora. Este se limitó a seguir mirándola, impasible.

El aseo estaba muy sucio, y el olor le daba ganas de vomitar. «Si me lavo las manos aquí, seguro que las dejo más sucias de lo que están», pensó. En un ejercicio de concentración, cerró los ojos.

El cliente de la barra no se marcharía en un buen rato. Debía hallar un modo de deshacerse temporalmente tanto de él como de la camarera. La mugre y el hedor le impedían concentrarse. Duplicó sus esfuerzos por tramar un plan de acción. Por fin, salió del aseo.

Cuando abrió la puerta, la camarera regresaba a la barra tras dejar un vaso de agua en la mesa de Junko.

– ¡Gracias! -exclamó, sonriente-. Ah, ¿podría traerme unas cerillas también?

Al volverse hacia la camarera, sintió los ojos de Tsutsui clavándosele en la espalda.

En cuanto la mujer se agachó detrás de la barra para coger las cerillas, Junko se mordió la lengua para dosificar el golpe. La descarga pasó justo por encima de la camarera y cruzó el bar como una flecha hacia la puerta de la entrada. Impacto contra el pomo y el cerrojo, y los derritió al instante, soldando la salida.

Se oyó un leve chirrido cuando la puerta, bajo la presión del impacto, casi se sale de sus goznes.

– ¿Qué ha sido eso? -El hombre de la barra se volvió hacia la entrada-. ¡Eh, hay humo saliendo de la puerta!

– ¿Qué? -exclamó la camarera, inclinándose hacia adelante.

El pomo expulsaba una fumarada negra. Apestaba, pero Junko no se detuvo. Al darle el cliente la espalda, lanzó otra descarga de energía hacia su sien derecha. Esta vez, el impulso adoptó la forma de un látigo. Manó desde el interior de Junko, se desplegó en el aire y cuando la domadora ladeó la cabeza hacia la derecha, fulminó al hombre en el punto previsto.

Tras el sonido del impacto, el hombre se desplomó del asiento.

– ¡Eh! ¿Qué te ha dado ahora? -gritó la mujer.

El látigo de energía liberada por Junko se retorció sobre sí mismo como un muelle y salió propulsado cual rayo hacia la mujer. Emitió un chasquido al cambiar repentinamente de dirección y rebotar contra el soporte de la barra, combándolo. Entonces, golpeó a la mujer, que salió disparada hacia atrás.

Su cuerpo impactó contra la puerta corredera antes de caer inconsciente al suelo. Junko dio otro latigazo hacia la nevera, que se estampó contra el lateral y empezó a fundirla. A medida que se doblaba, se inclinaba directamente sobre el cuerpo de la camarera.

En ese momento, Tsutsui se precipitó hacia Junko.

– ¿Qué demonios estás haciendo?

De inmediato, ella se dio la vuelta y le asestó un golpe en el estómago, que no solo lo frenó en seco sino que también lo propulsó por los aires. Este aterrizó contra el suelo, lo que no le impidió extender el brazo como si pretendiera obstaculizar el camino de quien lo había dejado fuera de combate. Con cautela, Junko pasó por encima del miembro, procurando no pisarlo.

El corazón le latía con tanta fuerza que apenas podía discernir un latido del siguiente. Tenía temperatura. El sudor manaba de una de sus cejas. Esos síntomas no eran fruto de la liberación de energía. No la había despedido lo suficientemente cerca de ella como para que sufriera daño alguno. No, era más bien el resultado de mostrar su verdadera naturaleza, la de un arma cargada, y de demostrar quién tenía el poder, quién era el más fuerte. La satisfacción resultó abrumadora.

– No tienes de qué preocuparte -Tsutsui yacía de espaldas, intentaba levantar la cabeza y ladearla hacia ella-. No te mataré si escuchas atentamente y respondes a mis preguntas. Es lo único que debes hacer.

– No… -Retorcía los labios y babeaba en sus esfuerzos por articular palabra-. ¡No, no me mates!

– ¿Acaso no te lo he dicho ya? No voy a matarte. Esos dos no están muertos. Solo inconscientes. -Mintió Junko.

Tsutsui era incapaz de moverse. Desesperado, hizo ademán de alejarse de Junko, pero las piernas no le respondían. Junko le sonrió.

– Por lo visto, te has roto la columna. Lo siento mucho, no pretendía ser tan brusca. Pero es culpa tuya, ¿sabes? Nada de esto habría sucedido si me hubieses dicho dónde está Asaba.

En cuanto Junko dio un paso hacia él, este prorrumpió en llanto como un niño.

– Ahora, responde a mi pregunta. ¿Dónde puedo encontrar a Asaba? ¿Dónde crees que se encuentra ahora mismo?

Le temblaron los labios. Una mezcla de saliva y sangre se deslizó por las comisuras y goteó sobre el suelo.

– ¡Venga! -instó Junko-. Quiero respuestas. La vida de alguien depende de ellas. -Se agachó para mirarlo. Estaba muerto de miedo. Pese a parpadear de modo convulsivo, no podía despegar los ojos de los de Junko.

– Sa…

– ¿Sa?

– Sakurai.

– ¿Sakurai? ¿El apellido de alguien?

– Es… Es… Es una tienda -farfulló antes de escupir la frase entera-. Ellos suelen pasar por allí. Es todo lo que sé. No sé nada más.

– ¿Dónde está ese lugar?

– U…U…U…

– ¡Suéltalo de una vez!

Daba la impresión de que Tsutsui intentaba despertar de una pesadilla. Cerró con fuerza los ojos.

– ¡No me mates!

– No te mataré siempre y cuando me respondas. Vamos, ¿dónde está?

– Uehara. Cerca de la estación de Yoyogi Uehara. Es una licorería. Hay un cartel frente a la estación. La encontrarás en seguida. -Le dio un golpe de tos. Tumbado en el suelo, su cuerpo quedaba doblado en una contorsión imposible. Pese a las convulsiones que estremecían su torso, las piernas permanecían completamente inertes. Habían quedado en la misma posición en la que habían aterrizado.