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Sorprendido de no haber alcanzado a la intrusa, su firmeza flaqueó. Junko avanzó hacia él y este reculó hacia la pared.

– ¡A-a-apártate! -Su dedo buscaba frenéticamente el gatillo. Junko entrecerró los ojos, despidiendo un delgado hilo de energía hacia la pistola.

– ¡ Ay! -El joven dejó caer el arma al suelo. Tenía ambas manos enrojecidas, y la suave piel de sus palmas se ampollaba ante sus ojos. Gritó e intentó calmar el escozor frotándose las manos contra los pantalones.

– Lo siento, eso debe de quemar -dijo Junko, sonriendo casi con ternura-. Pero no te preocupes. Me aseguraré de que no padezcas nunca más.

Conforme soltaba su sátira, fue liberando otro rayo de energía. El chico se consumió bajo las llamas, aún agazapado contra la pared. Los ojos empezaban a derretirse en las cuencas cuando ella se giró sobre sus talones y se encaminó hacia la puerta corredera.

Entreabierta, dejaba un claro de unos pocos centímetros sobre el salón envuelto en llamas. Pero en el instante en el que Junko desvió la mirada hacia ella, la puerta se cerró de golpe. Junko no pudo hacer nada contra la sonrisa de satisfacción que dibujaron sus labios.

El aire se volvía cada vez más sofocante y la temperatura iba en aumento. Sin embargo, se dijo para sus adentros que esa sensación abrasadora no procedía ni de la puerta que seguía ardiendo, ni de los cuerpos envueltos en llamas, sino de su interior. Hervía de rabia. Cuanto más intentaba controlarse, su furia más redoblaba los esfuerzos para abrir una brecha y escapar de su propio cuerpo y, como resultado, más calor generaba.

Junko se dio cuenta de que si Asaba salía de su escondrijo en ese preciso momento, lo incineraría en el acto, lo cual también podía significar el final de Natsuko. Aspiró una profunda bocanada de aire y sacudió ligeramente la cabeza. Las cortinas de encaje del salón se prendieron fuego de inmediato.

Con cuidado, Junko se colocó frente a la puerta corredera. Podía sentir el calor de las cortinas en la espalda. Entonces, abrió de un golpe la puerta.

Era una pequeña salita cubierta de tatami. No había mobiliario; tan solo una pila de ropa de cama arrugada en el centro. Pese a haber oído los sollozos de una mujer al abrir la puerta, no encontró a nadie. Junko entró.

Una ventana se abría hacia una escalera de emergencia metálica, del tipo que solía verse en todo edificio pequeño. Se podía acceder directamente a ella desde el alféizar de la ventana. Aún en el interior, Junko pudo oír la sirena de un camión de bomberos acercándose.

Los sollozos. Junko miró hacia atrás. En la pared opuesta, en una esquina que quedaba cerca de un armario empotrado, una joven con las piernas dobladas, se cubría el pecho con los brazos. A excepción de la toalla que cubría su cuerpo, estaba desnuda.

– ¿Natsuko? -Junko se acercó. La joven intentó hacerse más pequeña si cabía, escondiendo su cara veteada de lágrimas tras la toalla.

Junko corrió hacia ella y la estrechó entre sus brazos.

– No te preocupes, he venido a rescatarte. Fujikawa me envía.

En cuanto escuchó su nombre, la joven levantó la cabeza.

– ¿Fujikawa? ¿Está bien?

Junko se tensó. La energía se nutría de su rabia, cual reactor nuclear dentro del que opera una reacción en cadena. La batalla que se libraba en su interior le nublaba la vista y ajaba su lucidez. No tenía la sangre fría necesaria para tramar una mentira convincente a la repentina pregunta de Natsuko.

– Está bien -se limitó a contestar, pero había guardado silencio demasiado tiempo y la expresión de su cara traicionaba sus palabras.

– ¿Es… Está muerto? -preguntó Natsuko con voz temblorosa, antes de añadir-: Por favor, no me mientas.

Natsuko sujetó a Junko por los brazos. Ahora que la veía tan de cerca, pudo contemplar las marcas resultantes de una brutal paliza: la cara cubierta de moratones, los labios rajados e hinchados, quemaduras de cigarrillos que estigmatizaban sus brazos.

– Sí, así es -asintió Junko-. Ellos lo asesinaron. Justo antes de morir, me pidió que te encontrase.

El rostro de Natsuko se deformó, rindiéndose a los sollozos. Tenía el corazón roto. A Junko le sorprendió que aún le quedaran fuerzas para prorrumpir en llanto.

El salón estaba en llamas, y el fuego se había extendido por las cortinas hacia el techo, bloqueando la salida.

– Vamos, tenemos que salir de aquí.

Junko levantó a Natsuko e intentó conducirla hacia la ventana, pero ésta se resistió, presa del pánico.

– ¡No podemos salir por aquí! ¡Es por donde ha escapado él!

– ¿El chico que te secuestró?

A modo de respuesta, Natsuko asintió.

– Se oyó un fuerte ruido. El se asomó para ver lo que estaba sucediendo y, entonces, ¡saltó por la ventana y huyó por esa escalera!

– Tengo que ir tras él.

– ¡Te matará!

– No te preocupes. Soy más fuerte que él -le aseguró Junko cargada de confianza-. ¿Ha sido él quien te ha hecho esto? -Junko señaló las quemaduras de su brazo. Natsuko asintió-. Pues entonces le provocaré otra clase de quemaduras que le den qué pensar. ¡Venga, vámonos! ¡Este lugar está ardiendo, no puedes quedarte aquí!

Junko no lograba dar con ninguna prenda para tapar el cuerpo medio desnudo de Natsuko. La cabeza empezaba a dolerle solo de pensar lo que había tenido que padecer la chica en todo ese tiempo. Otra vez, se sublevaba su poder, buscando una salida con vehemencia.

Le tendió su abrigo. Natsuko se lo puso y se balanceó por encima de la baranda de la ventana. Fue en aquel instante cuando Junko atisbo rastros de sangre seca que emanaban desde los cortes de su muslo. Le palpitaron las sienes.

Junko siguió a Natsuko por la escalera de incendios. En el estrecho espacio que separaba los edificios, distinguió un grupo de vecinos que observaban la progresión del incendio. Los vio señalarlas y gritar. También reparó en el camión de bomberos rojo, en los uniformes plateados del equipo.

– ¡Tengo miedo! -gritó Natsuko.

Junko la sujetó por el brazo izquierdo con firmeza para ayudarla a mantener el equilibrio.

Supo de repente que jamás lograrían descender por la escalera de incendios. El tramo de escalones inferior quedaba obstaculizado por viejas cajas de cerveza, de cartón y de madera. «Conque una escalera de emergencia. Mejor dicho de almacenamiento», pensó Junko con resignación. Era imposible apartar todos esos trastos para abrirse camino hasta abajo y toda tentativa de escalar el montón de escombros sería inútil. De ahí los angustiosos gritos de la muchedumbre que se arremolinaba abajo.

Había demasiada altura desde el primer piso como para saltar. Si querían escapar de las llamas que estrechaban cada vez más el cerco de fuego a su alrededor, tendrían que subir hasta la segunda planta e improvisar. Conforme subían, Junko se percató de que la escalera culminaba en la azotea. Si Asaba había escapado por esa ventana, tendría que haber seguido el mismo camino.

Se detuvo en seco al oír un sonido sordo que procedía del interior. Se quedó paralizada y esperó. ¿Podría tratarse de él?

Abrió la puerta de la escalera que daba a la segunda planta, aunque todo quedaba sumido en el silencio. Había dos puertas en el pasillo, y Junko intentó abrir cada una de ellas, sin éxito. Divisó lo que parecía ser un diminuto ascensor al otro extremo del pasillo.

Pulsó el botón, pero el mecanismo no respondió. Probablemente el sistema eléctrico hubiese sufrido daños en el siniestro. El humo empezaba a invadir la segunda planta, y el olor a quemado llenaba el pasillo. Junko se apresuró hacia Natsuko.

– No está aquí. Venga, tenemos que subir al tejado. -Ayudó a la chica a sortear la ventana para que se incorporara a la escalera de emergencia. Solo quedaba un tramo de escalones que subir.

La «azotea» no era más que una diminuta plataforma de hormigón provista de un depósito de agua en el centro. Junko echó observó la zona. Su mirada no captó más que un detalle singular e insignificante: en el suelo se amontonaban pequeños montones de tabaco, no ya cenizas ni colillas, sino cigarrillos despedazados. Algunas reliquias de pitillos estaban partidas en trocitos, otros solo eran filtros de los que sobresalía el papel vacío. El frío viento del norte se había encargado de llevarse las briznas de tabaco. ¿Acaso la banda de Asaba subía a fumar marihuana o algo por el estilo?