– Entonces, si ambos son profesores… -Makihara entrecerró los ojos, como para hacer memoria-. Debe de tratarse de los padres de Yoko Sada. Tenía dieciséis años cuando la asesinaron.
– Eso es -asintió Chikako-. Fue la segunda víctima. Era alta y le encantaba jugar al baloncesto. Cuando asesinaron a la primera chica, su madre insistió en que llevara cuidado de regreso a casa, pero Yoko se echaba a reír y decía que nadie se atrevería a meterse con alguien de su talla.
Los Sada no habían sido capaces de disociar mentalmente el recuerdo de su hija con su amor por el baloncesto. Le dijeron a Chikako que el simple hecho de pasar frente a una cancha de baloncesto, de ver una canasta, era suficiente como para echarse a llorar.
– ¿Y qué vamos a hacer cuando veamos a esa gente? -preguntó Shimizu.
A juzgar por la expresión de insatisfacción en el rostro de su compañero, Chikako supo que quería saber qué pretendía con aquella visita. Casi le resultó agradable que preguntara: «¿Y qué vamos a hacer?» cuando lo que, en realidad, quería decir era: «¿Y de qué nos va a servir?»
La noche estaba cayendo, y las farolas de Tokio empezaban a iluminar las calles. Chikako habló en voz baja mientras miraba por la ventanilla del coche.
– En las etapas iniciales de la investigación de Arakawa, hubo ciertos detectives que intuyeron una fuerte conexión con los asesinatos de las chicas. La hipótesis se tomó tan en serio que interrogaron a las familias en busca de coartadas para la noche del incidente de Arakawa. Me enteré por los propios Sada, quienes fueron interrogados y me lo comentaron.
No había sido sino un movimiento lógico teniendo en cuenta el turbio pasado de Masaki Kogure.
– Es cierto. Hablamos con todos ellos -admitió Makihara-. Pasamos revista a las coartadas de los miembros de las familias afectadas y no encontramos ningún sospechoso. Tampoco dimos con ningún familiar que tuviera conocimientos específicos sobre cómo llevar a cabo un asesinato de tales características. Fue en ese momento cuando el equipo de investigación decidió abandonar la hipótesis de la venganza. Así de sencillo. Desde entonces, se han negado a escuchar nada más sobre el tema.
Makihara parecía algo cansado.
– Sí, pero los Sada siempre han sostenido que los homicidios de Arakawa fueron actos de venganza -dijo Chikako.
Shimizu empezó a parpadear con rapidez, exaltado por el acertijo.
– Entonces, ¿creen que el autor de los crímenes fue uno de los familiares? ¿Están admitiendo que lo hizo algún conocido suyo? ¿Crees que pueden saber quién lo hizo?
– No, no es exactamente eso.
– Pero…
– La teoría de los Sada es que se trató de un ajusticiamiento más que de una venganza.
– ¿Un ajusticiamiento?
– Eso es…
Makihara guardó silencio. Shimizu le lanzó otra mirada de soslayo.
– … Obra de quien se toma la justicia por su cuenta -prosiguió Chikako-. El asesino de Kogure y de los tres miembros de su banda no tuvo por qué tener ningún tipo de relación con las colegialas. Pudo tratarse de una persona que se sintió ultrajada por el hecho de que Kogure no respondiera de sus actos ante la justicia. Alguien que decretó que ni él ni sus cómplices merecían seguir viviendo. Pudo tratarse de cualquiera.
– A mí me suena a linchamiento -dijo Shimizu en voz baja.
– Es una manera de verlo.
– Pero no hay pruebas de que Kogure asesinara a esas chicas. Al fin y al cabo, quizá fuera inocente. No fue detenido ni tampoco acusado formalmente del crimen por ausencia de evidencias físicas.
Makihara dejó escapar un suspiro antes de responder al detective.
– Si su asesinato fue efectivamente un acto de castigo, al verdugo no le hizo falta prueba alguna; le sobraba con que estuviera convencido de la culpabilidad de Kogure.
Shimizu se tomó el suspiro de Makihara como un gesto de enfado ante sus propias conclusiones.
– ¡Eso es lógico! -espetó Shimizu.
– Si usted lo dice -repuso Makihara.
– ¿Qué se supone que quiere decir con eso?
– Mis disculpas.
– De todos modos, Masaki Kogure fue juzgado, declarado culpable y ejecutado por alguien que andaba detrás del asesino de las colegialas -terció Chikako-. Los miembros de su banda tuvieron la mala fortuna de encontrarse junto al sentenciado a muerte y, por ende, conocieron la misma suerte. Eso es lo que creo que sucedió en el caso de Arakawa, y los Sada comparten mi opinión. Pero me he reservado lo mejor para el final.
– ¿Y de qué se trata? -le instó Shimizu para que fuera al grano.
– Si lo que tenemos es realmente un ajusticiamiento, el que consumó la venganza querría hacer saber a las familias de las víctimas, en un momento u otro, que la muerte de sus hijas había sido vengada, que los culpables de esas atrocidades cayeron bajo el yugo de la justicia. Eso es lo que creen los Sada.
Hubo un breve momento de silencio que cayó como una suave brisa. El coche se detuvo frente a un semáforo en rojo, y Shimizu apartó las manos del volante para rascarse la cabeza.
– Todo esto me suena… -Y un atisbo de burla se apreciaba en sus palabras-. Me suena a guión de película.
– No estoy de acuerdo contigo -contestó Makihara-. No es una idea tan descabellada. Yo diría que quizá las familias de las víctimas no son las únicas que reciban una señal. Una señal que, por ejemplo, puede presentarse bajo la forma de una declaración remitida a los medios de comunicación. Sería una declaración de ajusticiamiento más que una confesión criminal.
– ¿Y dónde está esa declaración? Hasta ahora no ha aparecido nada por el estilo.
– No, por el momento. Aunque no tenemos ni idea de lo que va a pasar a continuación -matizó Makihara-. Lo único que sabemos es que Kogure fue el principal sospechoso del asesinato de las colegialas. Puede que algunos de sus cómplices sigan vivitos y coleando. Quizá el verdugo guarde silencio hasta que haya ajustado cuentas con todos ellos.
– ¿Ah, sí? -rebatió Shimizu, que seguía en sus trece-. ¿Pero cómo dar con todos los miembros sin disponer de algún tipo de organización o cuerpo de investigación?
– Aún no lo sabemos. Tal vez forme parte de algún tipo de organización o entidad. Quizá no trabaje solo.
El ambiente en la parte delantera del coche volvía a ponerse tensa, así que Chikako se inclinó hacia adelante para mediar otra vez entre los hombres.
– Shimizu, toma la siguiente a la izquierda, por favor. -Este encendió el intermitente en el último momento. Si Chikako fuese agente de tráfico, ya le hubiese dado el alto y soltado una reprimenda por su modo de conducir.
Una vez que el coche se unió con suavidad al flujo de tráfico, Shimizu continuó:
– La idea de una organización de justicieros me parece algo rebuscada. Debemos recordar que somos policías, no guionistas. Ciñámonos a los hechos.
De nuevo, Makihara suspiró profundamente y de modo significativo.
– Nadie ha dicho que la serie de asesinatos fuese llevada a cabo por una organización de justicieros.
Chikako rió a mandíbula batiente.
– Desde luego, lo que hemos hablado aquí no es más que una teoría. Pero los Sada sí lo creen. -Chikako reparó en la expresión ceñuda de Shimizu y prosiguió-: Dicen que si la hipótesis resulta ser fundada, podría valer la pena que el grupo de apoyo que dirigen se encargara de tomar cartas en el asunto. Lo que quieren decir, en definitiva, es que si por casualidad resulta que detrás de los asesinatos del río se esconden ajusticiamientos, y suponiendo que fueran cometidos por un determinado grupo que quisiera mandar un mensaje a las familias, sería importante asegurarse de que reciben dicho mensaje. En fin, están contemplando la idea de contactar con ese grupo, de hacerles saber que esperan una respuesta.
– Ya veo -asintió Makihara.
– ¿Y cómo van a hacer semejante llamamiento?