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– Sí, por eso queríamos hablar con usted. Hemos pensado que quizá esta vez valga la pena esforzarse por localizar a Tada.

– ¿Cuando dicen «localizar a Tada» quieren decir que no saben dónde puede estar ahora? – Shimizu parpadeó, atónito.

– No tenemos ni idea. Poco después de que su madre falleciera, dejó el trabajo, se mudó y, según su padre, no ha aparecido por casa en dos años. Solo llama de vez en cuando.

Chikako supo adonde querían llegar los Tada.

– Entiendo. Andaré con los ojos abiertos y si me cruzo con él, me aseguraré de decirle lo preocupados que están.

El alivio inundó los rostros de los Sada.

– ¡Ay, qué maleducada! ¡Se me ha olvidado ofreceros algo de beber!

Cual resorte, la señora Sada se levantó de un salto, pasó junto al altar de su hija y se encaminó hacia la cocina. Las flores que quedaban frente a la placa de Yoko se mecieron a su paso. A Chikako le dio la impresión de que Yoko estaba haciéndole señales, entre risas, como si quisiera decir: «¡Qué cabeza tiene mi madre!»

Mientras tomaban a sorbos el delicioso café que la señora Sada les había preparado, Chikako aclaró la razón de su visita. En vista del e-mail que acababa de leer, la explicación no le llevó demasiado tiempo.

Si la persona que había detrás de la muerte de Masaki Kogure y de aquella serie de nuevos asesinatos se veía movida por la sed de venganza, existía la posibilidad de que enviara algún tipo de mensaje a las familias de la victimas. De hacerlo, no cabía la menor duda de que utilizaría la página web de los Sada. La pareja escuchó con atención las palabras de Chikako.

– Descuide, detective. Filtraremos con sumo cuidado todos los e-mails que recibamos a partir de ahora.

No obstante, Chikako no quería alimentar sus esperanzas, por lo que se apresuró a añadir:

– Pero por favor, no le den demasiadas vueltas. Los asesinatos de hoy han tenido lugar en tres ubicaciones diferentes y bastante alejadas entre sí. Y el número total de víctimas duplica el de Arakawa. El método parece idéntico, pero si se trata del mismo y único asesino, tendremos que averiguar el objetivo que persigue.

El señor Sada frunció el ceño y desvió la mirada hacia la foto de su hija.

– Tiene razón, ya habido demasiadas muertes…

– ¿Han sido identificadas las víctimas de hoy? -preguntó la señora Sada.

– No, aún no.

– Cuando lo hagan, habrá determinados factores a tener en cuenta. Por lo pronto, tendremos que considerar si las nuevas víctimas tenían cuentas pendientes con la justicia o si, al contrario, eran inocentes -apuntó el señor Sada.

La pareja invitó a los detectives a cenar, pero estos declinaron la oferta y se marcharon. Shimizu insistió en que tenía que devolver el coche.

– Bueno, supongo que tomaré el nuevo monorraíl de Yurika- mome para volver a casa -dijo Chikako.

– ¿No vas a pasar por la central? -quiso saber su compañero.

– No merece la pena. De todos modos, ya han comunicado la orden de que la Brigada de Incendios se mantenga al margen. Iré a casa y redactaré un informe para el capitán Ito.

– Yo también me voy a casa -dijo Makihara.

Shimizu esbozó una mueca que venía a decir: «Nadie te ha preguntado». Chikako aún sonreía para sus adentros cuando los focos del coche de la brigada desaparecieron tras una esquina.

– ¿Qué le ha parecido el encuentro con los Sada? -preguntó Chikako al reparar en la expresión de melancolía en el perfil de Makihara. El matrimonio le había dado las hojas impresas y las llevaba bajo el brazo. Cuando el viento invernal sopló, su abrigo y las hojas ondearon al unísono.

– No consigo sacarme de la cabeza a ese Kazuki Tada -respondió con evasivas.

– Sí, me pregunto qué pretendía con todo aquello. Me cuesta creer que él solo pueda llegar al fondo del caso Arakawa.

Chikako emprendió la marcha. Makihara la siguió un paso por detrás, sumido en un silencio sepulcral. Supuso que tomaría el tren con ella, pero cuando la estación de Odaiba asomó a lo lejos, él se despidió.

– Bueno, aquí la dejo. Muchas gracias.

– ¿No va a tomar el tren?

– Prefiero caminar un rato.

– Pero si hace un frío que pela…

– Necesito ordenar mis pensamientos.

Pero cuando Chikako se disponía a preguntar lo que tenía en mente, Makihara se apresuró a añadir:

– No puedo dejar de pensar en ese tipo. ¿Qué se propone Kazuki Tada?

Y antes de que Chikako pudiese asimilar la pregunta, él ya se había esfumado.

Capítulo 11

Junko estaba exangüe. De camino a su apartamento, las rodillas empezaron a Saquearle de cansancio. La herida del hombro había vuelto a abrirse.

Entró en casa, se desplomó en la cama y no tardó en sumirse en un profundo sueño. No sabía si había dormido tres o trece horas cuando abrió los ojos. Una sed insoportable la obligó a levantarse y arrastrarse a la cocina para beber algo. Hecho esto, y aún con la ropa puesta, cayó de nuevo rendida en la cama. A juzgar por la tenue luz que se filtraba a través de la ventana, debía de estar anocheciendo.

Cuando volvió a despertar, el sol brillaba con fuerza. Junko se levantó y se encaminó tambaleándose hacia el cuarto de baño. Una vez más, sedienta y mareada por el hambre, se dirigió hacia la cocina. Buscó en el frigorífico y dio con algo de queso, jamón y pan. Mecánicamente, se preparó un bocadillo y lo engulló.

Una vez que la comida se asentó un poco en su estómago, cobró algo de fuerzas y comenzó a sentirse viva de nuevo. Pudo al final reparar en su aspecto. Estaba hecha un desastre. Tenía la camiseta y la ropa interior empapada en sudor. Estaba cubierta de lodo y la sangre de su herida había traspasado la tela, se había secado y encostrado. Intuyó que las sábanas y la almohada debían de estar en el mismo estado. Tendría que lavarlo todo. Sumida en sus cavilaciones, desvió la mirada hacia el balcón inundado por la luz del sol. Se preguntó qué hora era. ¿Cuánto tiempo habría estado dormida?

Las manecillas del pequeño reloj del salón marcaban las doce y cinco del mediodía. Había dormido toda la noche y la mañana.

Encendió la televisión y buscó un canal donde dieran las noticias. La fecha quedaba marcada en la pantalla, y Junko no dio crédito al enterarse de que habían pasado dos días desde su visita a Licores Sakurai.

Cambió de canal y dio con un programa de carácter informativo que retransmitía directamente desde Yoyogi Uehara, justo frente a la licorería. Un plástico azul cubría la entrada de la que Junko había volado la puerta. Sin pretenderlo, se vio arrastrada por las imágenes de la televisión. Entrecerró los ojos como un gato al acecho. Asaba estaba muerto. De repente, recordó la viva imagen de su cuerpo cayendo sobre ella al abrir la puerta del cuarto del ascensor.

¿Quién había disparado a Asaba? ¿Quién más podría haber estado ahí arriba con Junko y Natsuko?

Nada que viera en el reportaje respondería a esas preguntas. La investigación policial aún no había llegado tan lejos. Negó con la cabeza y se puso de pie. Fue a por algo de agua mineral al frigorífico y apuró la botella de un solo trago.

Volvió a sumergirse en el programa, que captó toda su atención al informar de una redada policial que había permitido el arresto de varios miembros de la banda de Asaba, ahora en detención preventiva. Se les imputaban cargos de tráfico de anfetaminas y tenencia de armas de contrabando, con las que habían llevado a cabo toda una serie de asaltos y robos en el curso de los dos últimos años. Esos chicos habían tenido mucha suerte de no encontrarse en Sakurai la misma tarde que Junko acabó con los sospechosos. La policía barajaba la hipótesis de que lo sucedido en la licorería era un ajuste de cuentas entre bandas rivales.