Sin embargo, resultó ir en serio la orden que obligaba a la Brigada de Incendios a mantenerse al margen del asunto y que, según Shimizu, emanaba de lo más alto de la cadena de mando. El capitán Ito había convocado a Chikako para dejárselo bien claro y asignarle otro caso.
– ¿Y a qué viene eso, capitán? -le preguntó a quemarropa aunque de forma involuntaria, como si estuviese llevando a cabo un interrogatorio. El capitán Ito clavó la mirada en la redonda tez de Chikako y esbozó una irónica sonrisa.
– Ishizu, no olvides que te estás dirigiendo a un superior. -Ella bajó la mirada hacia las manos del capitán mientras intentaba templar los nervios. Era extraño que los hombres de su generación lucieran aún sus anillos de casado. Ito siempre lo llevaba puesto. El elegante anillo de oro blanco, resplandeciente en su áspera mano, parecía estar algo fuera de lugar -. Sé lo que estás pensando y probablemente tengas razón. Tiene que haber una conexión entre los últimos incidentes y el caso Arakawa.
– Entonces…
Con autoridad, Ito levantó la mano para silenciarla.
– Piensa un poco. De momento, más nos vale mantener esa hipótesis extraoficial. Si sacamos a colación la teoría de la venganza, ya sabes lo que pasará. Se nos echarán encima con cosas como: «De acuerdo, entonces, ¿de qué arma estamos hablando? Y si es un único acto de venganza, ¿lo habrá perpetrado una sola persona? ¿Dos? ¿Cómo pueden dos personas llevar a cabo semejante carnicería?». ¡Menudo berenjenal! Y lo que es peor, pueden descartar esa teoría definitivamente y, después, será más difícil recurrir a ella.
Chikako recordó la fría acogida que la víspera le dieron los investigadores del caso. También le vino a la mente la expresión melancólica de Makihara, quien tanto se había esforzado para que la teoría de la venganza fuera valorada.
– De momento, será mejor que nos ciñamos a trabajar en la sombra. Dejemos que los demás tengan la sartén por el mango y, mientras tanto, dediquémonos a recabar datos. Esa es la idea, esperar nuestra oportunidad y seguro que, tarde o temprano, llegará. Así que, en definitiva, acercarse a la escena del crimen no ha sido una idea tan equivocada.
En otras palabras, no la habían mandado a las escenas de los crímenes para interferir en el caso, solo se trataba de una técnica de acercamiento. El asunto no era la injerencia, sino simplemente mostrar con humildad el interés de la Brigada de Incendios en la investigación abierta.
Chikako accedió a sus palabras con un asentimiento de cabeza.
– Entiendo. Bueno, ¿qué caso es ese que quería encargarme, jefe? -inquirió.
El capitán abrió el cajón de su mesa y sacó un archivador de plástico que contenía un solo informe. No se trataba del tipo de carpeta reglamentaria, lo que significaba que no era un caso oficial.
Lo arrojó sobre su mesa y lo señaló a Chikako con un gesto de la cabeza.
– Este.
Chikako tomó el expediente sin título ni ninguna identificación. Echó un vistazo y reparó en la caligrafía ordenada y cuidada de las páginas. La escritura de una mujer, con toda probabilidad.
– Empápate bien de la lectura de este informe. Y a ser posible, me gustaría que te pusieras en contacto con la inspectora que lo redactó. La ayuda que puedas aportar será bienvenida, como detective de incendios, por supuesto, y también como mujer.
Chikako sintió que algo se ocultaba en las palabras de su superior, algo que normalmente no estaba ahí. Observó su rostro con atención. Ito echó un vistazo a su alrededor, se inclinó ligeramente hacia adelante y prosiguió en voz baja.
– Es un asunto delicado, así que prométeme que vas a escuchar con atención y no vas a enfadarte.
– Hum.
– La autora del informe es del Departamento de Menores, distrito de la Bahía de Tokio. Tiene veintiocho años y apenas lleva cinco con la placa de detective. Se unió a la policía porque quería seguir los pasos de su padre… que también fue mi mentor.
Así que de eso se trataba. Chikako sonrió.
– Entonces, capitán, ¡esa joven detective es como una hija para usted!
Ito le devolvió la sonrisa.
– ¿Hija? ¡Eso son palabras mayores! Digamos que es más como una hermana muy pequeña. Aún está un poco verde, pero no le falta ambición. En cuanto a este expediente es privado, y me lo entregó por iniciativa propia, a título consultivo. Así que, estoy excediendo mis competencias al ponerlo en tus manos, pero… -Su sonrisa se desvaneció, y su voz rozaba ahora el susurro-. Pero lo que contiene esta carpeta es bastante interesante. Es acerca de una serie de incendios de pequeñas proporciones, pero guardan cierto paralelismo con lo de Arakawa y lo sucedido ayer. Parecen imposibles. Creo que te intrigará.
Ya era bien entrada la noche cuando Chikako terminó de leer el informe. Había sido muy difícil concentrarse en comisaría con tantas distracciones. Pese a los buenos motivos expuestos por el capitán Ito para que sus hombres no se involucraran en la serie de incendios iniciada en la fábrica de Tayama, Chikako no podía evitar darle vueltas al asunto.
El marido de Chikako estaba trabajando en Tokio, pero lo hacía hasta tarde, así que cuando llegó a casa estaba sola. Extendió las páginas sobre la mesa del salón y se preparó una taza de té antes de sentarse a leerlas. Para cuando terminó, el té estaba frío. No lo había tocado. Regresó a la cocina para servirse otro.
Ito tenía razón. Aquello era imposible.
Pequeños incendios que se repetían alrededor de una niña de trece años que vivía en un edificio situado en el distrito de la Bahía de Tokio. En teoría, parecía un caso bastante simple. Los incendios siempre tenían lugar cuando la chica estaba cerca, en otras palabras, ella se encontraba en todos los escenarios. Se habían registrado dieciocho incendios hasta la fecha, y el más reciente se había saldado con un herido: un compañero suyo de clase que fue ingresado en el hospital con quemaduras.
Dieciocho focos de incendio y un denominador común: siempre la misma niña. Bastante sospechoso. No obstante, la pequeña se empecinaba en negar que fuera ella quien provocara los incendios. Insistía en que no hacía nada; el fuego simplemente «aparecía».
La autora del informe recalcaba que, al tratarse de una menor de edad, e. caso debía contemplarse con las máximas precauciones. También se hacía énfasis en que, por lo visto, el blanco de la investigación no respondía al perfil de una típica adolescente problemática. Sacaba muy buenas notas en la escuela, y no había constancia de cualquier trastorno del comportamiento. Nada que señalar tampoco en cuanto a su entorno familiar. Un padre director de la sucursal de un importante banco de Tokio; la madre, hija de un acaudalado médico, formaba parte del equipo directivo de una clínica familiar. La niña, hija única, gozaba de la exclusiva dedicación de sus padres.
Es más, el documento añadía que la amplia mayoría de las personas que habían tenido la ocasión de conocer y hablar con la niña quedaban hechizadas por su dulce personalidad, y no podían sino dar credibilidad a sus declaraciones. Pero por más que proclamara su inocencia, dieciocho incendios habían tenido lugar en su presencia. Aquello no era más que una prueba circunstancial, pero de mucho peso.
En las páginas del documento que tenía entre sus manos, las circunstancias que rodeaban la aparición de cada uno de los dieciocho incendios quedaban detalladamente enunciadas: los hechos, registrados con todo lujo de detalles, y toda conclusión, exenta de cualquier juicio de valor. Chikako las leyó con atención, y quedó impresionada por la profesionalidad con la que había sido redactado el informe. A medida que los incidentes se sucedían, los rumores sobre la niña fueron multiplicándose y quedaron reseñados en el expediente aunque bajo la mención de «información subjetiva». También quedaba patente lo mucho que habían afectado dichos rumores tanto a la niña como a los padres de la misma. En definitiva, quien estaba detrás de este informe era, sin duda alguna, un concienzudo oficial de policía.