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Chikako había estado sonriendo, pero las últimas palabras de la niña desprendían un tono tan acusador que la sonrisa se le borró de la cara.

– Señorita Kinuta, ¿quién es ella? -repitió la niña. Michiko se enderezó en el acto, apartó las manos de la niña de alrededor de su cintura y se volvió hacia Chikako.

– ¡Oh, qué despistada! Lo siento. Detective Ishizu, le presento a Kaori Kurata -dijo Michiko, colocando ambas manos en los hombros de la niña.

– Hola, soy Chikako Ishizu. Es un placer conocerte -la saludó e intentó esbozar una nueva sonrisa.

Sin embargo, la expresión de la niña no cambió.

– ¿A qué ha venido? -repitió, sin apartar la vista de Chikako y aún pegada a Michiko.

Michiko parecía acostumbrada a aquel tipo de reacción por parte de la niña. Dándole unos pequeños golpecitos en los hombros, aseveró:

– No es así como se recibe a los invitados. Para empezar, voy a presentártela. La detective Ishizu es uno de mis modelos a seguir en la policía. Ahora trabajamos juntas, así que quería que la conocieras y por eso la he traído conmigo hoy…

Kaori parpadeó y, entonces, sus gritos ensordecedores empezaron a resonar en el espacioso techo del elegante vestíbulo.

– ¡No! ¡Váyase! ¡No quiero que esté aquí! ¡Váyase! ¡Váyase! -Sus chillidos acribillaron a Chikako como mil agujas. No estaba acostumbrada a recibir semejante rechazo, tan directo y rotundo.

Tras desgañitarse la voz imprecando a Chikako, Kaori se dio la vuelta y se alejó por el pasillo de la casa. Empujó un par de puertas dobles talladas con gran esmero y desapareció tras ellas.

– Kaori-chan… -Michiko tenía un tic en la mejilla. Parecía desear que se la tragase la tierra-. Lo siento muchísimo, detective Ishizu.

– No se preocupe, no pasa nada -dijo Chikako en un intento por quitar hierro al asunto-. Probablemente haya tenido malas experiencias con la policía durante los interrogatorios.

– Sí… De hecho, se siente muy incómoda ante los extraños.

Unas perlitas de sudor se concentraban en el puente de la nariz de Michiko. A Chikako le pareció que pese a mostrarse tranquila y serena en todo momento, su falta de experiencia salía inevitablemente a la luz, en este caso, por los poros de su piel. Ser detective, como es natural, implicaba tener que vérselas con no pocos indeseables. Achantarse ante palabras hirientes y provocaciones de todo tipo podía constituir un obstáculo en el desempeño del trabajo.

Así y todo, la situación pilló a Chikako por sorpresa. No había podido siquiera intercambiar unas palabras con la pequeña Kaori Kurata. ¿A qué se debía ese repentino arrebato?

Una mujer ataviada con un delantal surgió apresurada por las dobles puertas tras las que Kaori había desaparecido. Si estuviera en una casa corriente, supondría que aquella elegante cuarentona era la madre, pero…

– Buenos días, señorita Kinuta. Gracias por venir. -La mujer hizo una leve reverencia y reparó en Chikako. Su comportamiento no encajaba con el de la mujer de la casa-. Discúlpenme, pero ¿ha pasado algo con la señorita Kaori?

Así que era el ama de llaves.

– Lo siento, parece que la hemos molestado -dijo Michiko, algo avergonzada.

– ¿Y usted es…?

Chikako se presentó, pero Michiko interrumpió para proseguir con las explicaciones.

– En realidad, la detective Ishizu es de la Brigada de Investigación de Incendios de la policía de Tokio. Detective Ishizu, le presento a Fusako Eguchi que se encarga de las tareas domésticas de la casa.

Tras intercambiar unas palabras formales a modo de saludo, Chikako le preguntó:

– ¿Es normal que Kaori reaccione así?

Fusako estrechó su mano con firmeza.

– ¡En absoluto! Yo diría más bien que la señorita Kaori se comporta con una excesiva tranquilidad -explicó, poniendo un énfasis especial en las palabras «señorita» y «excesiva tranquilidad». Su expresión era modesta, pero la inclinación de la cabeza, la posición de sus labios y la mirada de sus ojos denotaban cierta intención acusadora. «Ha sido usted quien ha enfadado a la señorita Kaori.»

– Bueno, dejémosla tranquila un rato y más tarde lo intentaremos de nuevo -sugirió Michiko con afabilidad-. ¿Podríamos esperar en el salón?

La mirada de Fusako recayó momentáneamente en Chikako.

– Sí, siento tenerlas aquí de pie. Por favor, entren -repuso.

– ¿Y Kaori? -preguntó Chikako, perfectamente impasible.

– La señorita Kaori ha subido corriendo a su habitación y se ha encerrado.

– La habitación de Kaori queda en la planta superior. Es un dúplex -añadió Michiko a título explicativo. Chikako supuso que Michiko quería o bien tranquilizarla con un «no aparecerá en un rato» o bien contenerla con un «por favor, no intente presionarla demasiado».

– Bueno, en ese caso, sentémonos -respondió Chikako con resolución, instando a Fusako a dar el siguiente paso. «El propósito de mi visita es recopilar información sobre los dieciocho incendios y tratar de averiguar quién los provocó. No soy ni una educadora ni una profesora ni una amiga de la casa. Puede que la niña tenga motivos para ponerse así.»

Era de suponer que Kaori hubiese desarrollado cierta aversión hacia los policías tras los interrogatorios a los que fue sometida. Ese elemento no jugaba a favor de Chikako, sin embargo, para conseguir averiguar más cosas, tendría que superar ese hándicap y tratar de entablar una relación en la que existiera un mínimo de confianza con Kaori Kurata, la única persona directamente relacionada con la serie de incendios.

Chikako y Michiko entraron en lo que parecía un hotel de lujo. Hacia su derecha quedaba la escalera que supuestamente llevaría a la habitación de Kaori. Se alzaba tras su correspondiente barandilla dibujando una majestuosa curva. Frente a las dos detectives, se extendía un salón de techo alto y de dimensiones descomunales, que triplicaba en tamaño el salón de la propia Chikako. Al otro lado de la habitación despuntaba un ventanal abierto al césped del jardín del ático. Una pequeña casa podría caber perfectamente en ese jardín suspendido en el cielo. De todos los áticos de lujo de la ciudad, ése debía de ser uno de los más codiciados.

Todo quedaba limpio y ordenado. La mesa de cristal que se alzaba junto a la pared más cercana estaba tan resplandeciente que Chikako no pudo evitar pensar en lo sucias que parecerían las ventanas de su casa en comparación. En cuanto pasaron junto a ella, los rostros de ambas detectives quedaron reflejados en su superficie. Sobre este cristal que nada tenía que envidiar a un espejo, descansaba un jarrón repleto de una espléndida composición floral que resaltaba con mucho estilo los colores del salón. Tras invitarlas a tomar asiento, Fusako se encaminó hacia la cocina o, al menos, eso supuso Chikako. Fue entonces cuando su atención recayó en las flores. Por muy artificiales que fueran, su elegancia dejaba patente que, de ningún modo, se trataba de baratijas.

Michiko se acomodó en un precioso sofá que quedaba en el centro de la habitación, de espaldas al ventanal. Por la comodidad que acompañó la maniobra, Chikako dedujo que ese era el asiento que solía ocupar cuando venía de visita. Sin embargo -tal vez avergonzada por la rabieta de Kaori y su impulso por huir de Chikako-, la detective parecía algo violenta. Se quedó falta de palabras, observándose las uñas.

En cuanto a Chikako, no dejaba de sentirse abrumada. La sala de vertiginosas dimensiones, los suntuosos adornos que la decoraban… Tanta desmesura la superaba. Al final, se acomodó discretamente en un sillón que daba hacia las escaleras y las dobles puertas por las que habían entrado.

Fusako Eguchi regresó con una bandeja de plata en la que se disponían varias bebidas. Como en un hotel de lujo. Chikako intentó imaginar el día a día de la familia Kurata en ese castillo, pero no tardó en darse por vencida. Aquel lugar solo podía ser descrito e imaginado como unas suntuosas vacaciones, no como un verdadero hogar.