Fusako dejó finalmente una tetera y unas refinadas tazas sobre la mesa.
– Esta casa debe de darle muchísimo trabajo -comentó Chikako.
Fusako alzó la mirada de la tetera, en un gesto educado.
– ¿Cómo dice? -No pareció haber leído entre líneas el comentario de Chikako.
Con lo cual, Chikako fue más explícita esta vez.
– Bueno, según los informes, han tenido lugar ocho fuegos aquí en menos de dos años. Me gustaría que me indicara, cuando pueda, dónde se produjeron y cuáles fueron los daños ocasionados, puesto que ahora mismo no encuentro ningún rastro de tales incidentes. A eso me refería, que visto bajo esta perspectiva, tuvo que costarle mucho encargarse de reemplazar el mobiliario y arreglarlo todo.
La expresión de Fusako permaneció impenetrable, pero Chikako supuso que estaba enfadada cuando colocó la taza frente a ella, con un sonido desagradable. Era obvio que la culpaba del enfado de Kaori.
«Una pequeña reina.» La semejanza con un palacio cobraba cada vez más pertinencia.
– En realidad, me parece excesivo catalogar los incidentes de incendios -contestó Fusako con una cortesía claramente forzada-. Así que no me costó mucho limpiar.
– Detective Ishizu -intervino Michiko-. Creo recordar que en el informe redacté los detalles sobre todos los episodios.
Chikako sonrió de oreja a oreja. Hacía lo que podía por mantener una postura seria a la vez que amigable y conversadora.
– Sí, por supuesto. Pero ya que tengo la increíble suerte de encontrarme aquí, sin mencionar la gran oportunidad de conocer a la señora Eguchi, que se encarga de todo en casa, me gustaría aprovechar la ocasión para que me diera su testimonio directo sobre los hechos.
– El último incidente no tuvo lugar aquí, sino en la clase de la niña -insistió Michiko.
– Sí, es cierto, Y Kaori salió herida esa vez. Ocurrió hace quince días -replicó Chikako con tranquilidad-. Y siguiendo el patrón establecido en secuencia, es de suponer que el decimonoveno incendio ocurra en un intervalo de siete a diez días a partir de hoy. Y nuestra presencia aquí responde a esa preocupación.
Con aquello Chikako pretendía despertar a Michiko e indicarle que había llegado el momento de ponerse manos a la obra.
– Entiendo… Sí, tiene razón. -La detective parecía algo alicaída.
A Chikako se le estaba agotando la paciencia. No daba crédito. Había esperado que Michiko fuese más inteligente, aunque acababan de conocerse y no debería haber sacado ninguna conclusión prematura.
¿Cómo alguien que a primera vista parecía tan sosegada podía verse alterada de ese modo por la rabieta de una niña?
– ¿Quiere que vayamos a ver cómo está la señorita Kaori? – Fusako se dirigía a Michiko-. Si no recuerdo mal, tenía previsto llevarla ver un concierto de piano y a comer.
– Sí. -Michiko echó un vistazo al reloj-. Pero como hemos venido tan temprano, aún tenemos tiempo.
– Es cierto, pero la señorita Kaori me dijo que quería que la ayudase a decidir qué ponerse -apuntó Fusako.
– Eso pensaba hacer una vez zanjadas las presentaciones.
Chikako hizo caso omiso de las obvias indirectas en su conversación, pero no reparó en terciar con una observación:
– Hoy es día laborable. ¿No se supone que Kaori ha de estar en la escuela?
– Hoy… no va a ir a clase -se apresuró a contestar Michiko, como si quisiera ahorrar la molestia a Fusako.
– ¿Aunque no esté enferma?
– Tal y como redacté en mi informe, se han extendido desagradables rumores en la escuela, y la niña está pasando por un momento difícil. Algunos días, Kaori dice que no tiene el valor de enfrentarse a ello.
– La señorita Kaori no asiste a una escuela pública -interrumpió Fusako de forma pedante, al parecer, contenta de tener algo que añadir-. Se trata de un centro privado, la Academia Esencia. La filosofía que rige el tipo de enseñanza que promueven se basa en fomentar el aprendizaje en un ambiente libre y en valorar la idiosincrasia del alumno…
– ¿En serio? -Chikako sonrió de nuevo. Al parecer, Fusako pretendía continuar con este tono, así que la detective frustró la intención de discutir del ama de llaves con una conclusión tajante-. Ya veo, en otras palabras, la afición por la música clásica es una alternativa deseable para la niña. -Levantó la taza-. Qué bien huele. -Tomó un sorbo y se dio cuenta de que pese al delicioso olor, el té estaba tibio. -Bien, señora Eguchi…
A tenor de las interrupciones en la conversación, Michiko y Fusako intercambiaron una mirada de desconcierto.
– ¿Sí?
– ¿Qué tal si usted y yo charlamos un rato? Podemos dejar que la detective Kinuta se encargue de Kaori. De todos modos, ese era el plan, ¿no es cierto?
Fusako, visiblemente nerviosa, lanzó una mirada suplicante a Michiko, en busca de ayuda.
– No le robaré mucho tiempo. Una hora bastará. ¿Qué tal si…? Ya sé. Puesto que al parecer mi presencia molesta a Kaori, vayamos a otro sitio y una vez que la detective Kinuta y Kaori se vayan, podemos regresar aquí.
– Pero… esto… ¿sola? Detective Ishizu, ¿tiene usted…? ¿Tiene usted…?
– Una autorización oficial, no. Pero la serie de incendios sospechosos no ha sido aún aclarada. Además, ahora, hay heridos de por medio. Los datos que he encontrado en el informe de la detective Kinuta son demasiado trascendentes como para ser ignorados. Considerando que, hasta este momento, la investigación no ha arrojado luz alguna sobre la cuestión, la policía apreciaría su cooperación. Por supuesto, pretendo pedir lo mismo tanto a los padres de Kaori como a su profesor.
Para ese momento, Michiko Kinuta debía de estar lamentándose de haber pedido ayuda a su «tío» Ito a quien tanta estima tenía. Y desde luego, las gotas de sudor habían vuelto a aparecer en el puente de su nariz.
– Oh, entiendo, bueno, hum… -El final de la dubitativa respuesta de Fusako se vio seguido por una deflagración seca. Venía del propio salón.
Estupefacta, Chikako volvió la cabeza y rastreó la habitación para localizar la fuente del sonido. Parpadeaba de forma nerviosa en una reacción instintiva ante lo inconcebible. Fusako dejó caer la bandeja de plata. La taza de Michiko aterrizó en su plato emitiendo un fuerte ruido. Chikako se puso de pie de un salto, y se alejó del suave sillón.
Las flores artificiales del jarrón que descansaba sobre la mesa estaban ardiendo. El precioso ramo se había convertido en enormes llamas rojas, y esas abrasadoras gerberas despedían un incandescente polen, obligando Chikako a recular. Las flores de fuego se hicieron tan vigorosas como para alcanzar el alto techo que empezaba a desconcharse.
Capítulo 14
Chikako actuó con rapidez. Fusako se quedó paralizada junto a la bandeja de plata que había caído al suelo, así que Chikako tuvo que zarandearla por el brazo para atraer su atención.
– ¿Dónde está el extintor?
– ¿El extintor? -farfulló ésta, confusa.
Chikako volvió a sacudirla por el brazo, con más vigor esta vez.
– ¿Dónde?
Por fin, Fusako pareció despertar y salió apresurada por las dobles puertas del salón. Chikako la seguía de cerca. El ama de llaves emergió en un gran pasillo, giró a la izquierda y empujó un nuevo par de dobles puertas que daban a otro pasillo. Se detuvo frente a lo que parecía ser un estante repleto de cachivaches y sacó un pequeño extintor de entre la oscuridad. Empezó a manipularlo a tientas.
Chikako se lo arrebató de las manos sin mediar palabra y regresó al salón, quitando la clavija de seguridad de camino. Las flores del jarrón seguían ardiendo pero las llamas de lengua rojiza ya no lamían el techo ennegrecido que, al menos, no se había prendido fuego. Era obvio que habían elegido una pintura ignífuga.
Sin perder la sangre fría, apuntó al jarrón con la boquilla del extintor que, con un fuerte siseo, despidió una generosa cantidad de espuma, apagando las llamas en el acto. No solo acabó con el incipiente foco sino que, en menos de un minuto, el potente olor químico del matafuego invadió la habitación, y subyugó por completo el humo resultante de la combustión.