«Claro, "A" por Asaba», pensó Junko.
La voz en off prosiguió: «Nosotras éramos dos, así que no tuvimos el valor de enfrentarnos a ellos, y echamos a correr. Pero a Natsuko se le cayó el bolso en la huida, y sus cosas quedaron esparcidas por el suelo. Ellos iban tras nosotras, por lo que recogimos lo que pudimos y nos dirigimos corriendo hacia la comisaría, situada en la salida oeste de la estación. Al comprobar el contenido del bolso, nos dimos cuenta de que a Natsuko le faltaba su tarjeta de tren. La policía nos acompañó para ir a buscarla, pero ya no estaba.»
Natsuko se inquietó mucho, y su temor estaba más que justificado. Al día siguiente, recibió una llamada de Keiichi Asaba. Había averiguado su nombre, su dirección y su número de teléfono gracias a la cartera en la que Natsuko guardaba la tarjeta de tren. Empezó a acosarla. La esperaba a la salida del trabajo, junto a sus compinches. La llamaba en mitad de la noche, sin importar la hora que fuese. Natsuko vivía con sus padres e intentó poner fin a las llamadas haciendo que su padre respondiese al teléfono, pero Asaba amenazó con matar a toda su familia si no era ella misma quien atendía las llamadas.
En una semana, Natsuko, presa del pánico, les contó a sus compañeros de trabajo lo que le estaba sucediendo y les pidió consejo.
Así que hacía mucho que Natsuko se había convertido en víctima de la banda; desde el mismo momento en el que se le cayó la tarjeta de tren. Junko sintió que la impotencia se apoderaba de ella, y su cuerpo se le hizo muy pesado. «Soy un arma, un arma poderosa, pero solo dispongo de dos oídos y dos ojos.»
Junko se topó por casualidad con Asaba y esos maleantes en la vieja fábrica. En cierto modo, poder deshacerse de ellos en el acto fue un golpe de suerte. Si no hubiese estado allí esa noche, estaría escuchando en las noticias el descubrimiento del cadáver de Fujikawa y la desaparición y posible rapto de su novia, Natsuko Mita. Habrían pasado unos días hasta que dieran con el cuerpo sin vida de la joven. Y quizás diez días más tarde, dos semanas o seis meses, la policía se las habría ingeniado para arrinconar a Asaba y a los de su banda. Sin embargo, no lograrían imputarles el crimen, y esos sinvergüenzas acabarían reintegrándose poco a poco en la sociedad. Y en ese momento, tal y como había sucedido con Masaki Kogure y su banda, Junko tendría que entrar en escena. Esta vez, había tenido suerte. En menos de veinticuatro horas, había acabado con todos ellos, y evitado así más víctimas. No obstante, eso no les devolvería la vida a Fujikawa y Natsuko. Ojalá hubiera podido salvarlos.
Dieron paso a la publicidad, y Junko apagó la televisión. Alzó la vista hacia el techo y cerró los ojos. Tras sus párpados cerrados, rememoró la escena. El modo lento y elegante en el que Hikari fue propulsada por los aires y aterrizaba envuelta en llamas, frente a la casa de Hitoshi Kano.
Si lograba atrapar a los criminales antes de que éstos pudieran actuar, el trabajo sería mucho más fácil. Y de esta forma, se reduciría drásticamente la proporción de victimas colaterales, como Hikari. Igual que en la lucha contra el cáncer, cuanto antes se detectaba y se trataba el tumor, más elevada era la probabilidad de curación.
«Te has vuelto una blandengue», se mofaba en su interior. «¿Qué hay de malo en haber eliminado a Hikari? Era como la madre de Asaba o Tsutsui, el traficante de armas. Parásitos. ¿Insinúas que no deseabas verlos arder a ninguno de ellos? No te engañes. Fuiste tras ellos y los asesinaste por voluntad propia.»
Junko abrió los ojos y murmuró hacia el techo:
– No, yo no quería matarlos.
«¡Embustera! Controlas la energía de forma excepcional, y eso incluye la capacidad de elegir tus objetivos. No tienes excusa.»
¿Era cierto? ¿Era correcto pensar eso? Si había cometido errores en la elección de sus objetivos, si era posible que fallara al utilizar la energía, tendría que preguntarse por qué le había sido concedido ese don.
Siempre había creído que tenía ese poder porque sabía cómo utilizarlo. Es más, haber recibido esas capacidades extraordinarias legitimaba el uso que decidiera hacer de ellas.
El teléfono sonó.
Ella agitó la cabeza para liberarse de sus confusos pensamientos. No era bueno ver las cosas bajo esa perspectiva. Hasta hacía bien poco, Junko jamás había experimentado tal conflicto en su interior: una pugna entre sí misma y su poder. Todo le había parecido mucho más simple y fácil hasta entonces.
Tampoco consideraba que tuviera tiempo qué perder en ese tipo de reflexiones. Su energía se había restaurado del todo, y la herida del hombro ya estaba cicatrizada. Ni la policía ni los medios de comunicación habían conseguido nada que pudiese llevarlos hasta ella, por lo que había llegado el momento de retomar su tarea. Tenía que averiguar quién había disparado a Natsuko Mita, y hacerle pagar por ello. El caso no estaba cerrado aún.
El teléfono seguía sonando. Cuando cogió el auricular, su voz reflejó su irritación.
– ¿Qué?
– Estás de mal humor, ¿eh? -Era la voz de un joven. Aquello la pilló por sorpresa. ¿Quién era ese hombre?-. Oh, vamos, ¿ya te has olvidado de mí? Esas no son maneras. Pero si te dije que eras preciosa.
Ahora lo recordaba. Era él. El chico joven, aquel al que había tomado por un obseso, aquel que la llamó justo antes del hombre que le dijo cómo encontrar a Hitoshi Kano.
– Ya me acuerdo.
– Bueno, gracias.
– ¿Qué quieres?
– Vaya, una pregunta un tanto brusca, cielo. Te llamaba para felicitarte por haberte deshecho de Hitoshi Kano.
– Oye, ¿no se supone que no tienes que contactar conmigo? El hombre que me dio la dirección de Hitoshi Kano estaba muy enfadado.
– Oh, ese viejo -resopló su interlocutor-. No debería estar al mando. Siempre está de un humor de perros.
– Ha dicho que quiere conocerme.
– ¿En serio? Se supone que debe preparar el terreno, por eso no quería que me adelantase y te llamara primero. Pero no entiendo a qué viene tanta preocupación. Es obvio que ya eres una de los nuestros. Por cierto, ¿has visto las noticias?
Junko guardó silencio.
La muerte de Kano era otra de las historias que cubrían los programas que acababa de ver. Habían utilizado palabras como «incendio sospechoso» o «muertes en extrañas circunstancias». También comentaron que el método homicida se asemejaba a los asesinatos que imputaban a Asaba, pero aún no habían encontrado una relación directa entre ambos. El caso estaba siendo sometido a una «investigación agresiva».
Tuvo la impresión de que el joven leía sus pensamientos cuando prosiguió.
– No tienes de qué preocuparte. Como de costumbre, has exagerado un poco, pero la organización se asegurará de borrar las huellas.
– ¿Organización?
– Ya te lo dije. Los Guardianes.
Por primera vez, Junko sentía algo de interés. Se trataba de la organización que había localizado a Hitoshi Kano. Y, por lo visto, también era capaz de desviar el interés de la policía o de los medios de comunicación en un caso determinado.
– ¿Sabes? Creo que me gustaría conocerte -aseveró Junko que distinguió un silbido al otro lado del teléfono.
– Me alegra oírlo.
– Pero el hombre que llamó la última vez dijo que una vez me encargara de Hitoshi Kano, me daría más información. Era acerca de, esto, una persona que conozco pero que no he visto en años. Iba a decirme dónde encontrarla.
– No tienes por qué andarte con rodeos conmigo. Kazuki Tada, ¿cierto? -rió el joven-. Sí, por supuesto que te diremos dónde está. Ahora mismo si lo prefieres.
– ¿En serio?
– Claro. No querrás tener que hablar con ese viejo otra vez, ¿no? Espera un momento.
Puso la llamada en espera y sonó una preciosa melodía que parecía totalmente fuera de lugar. Se trataba de Für Elise. Tras ese breve entreacto musical, prosiguió con la conversación.