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Chikako estiró el cuello y echó un vistazo a su alrededor, pero no podía ver al capitán Ito por ningún lado. Nadie le había pedido aún su opinión sobre el caso de Kaori Kurata, y se preguntaba qué le habría dicho Michiko a su tío favorito.

La expresión cansada de Chikako no pasó desapercibida para Shimizu porque, por primera vez desde que se conocían, le trajo un café.

– ¡Eh, no te sorprendas tanto! Me estaba preparando uno y sobraba, ¡eso es todo! -fanfarroneó, en un intento por ocultar su vergüenza.

– Gracias. -Chikako aceptó la taza, y cuando Shimizu se dio media vuelta, lo detuvo-. Eh, espera un momento.

– ¿Qué pasa?

– Bueno, en realidad, acabo de oír una historia increíble y me estaba preguntando si alguien más joven, como tú, lograría entenderla mejor.

– ¿Qué tipo de historia? -Shimizu parecía intrigado.

– Pues trata sobre… esto, poderes psíquicos, supongo…

– ¿Cómo? -Shimizu puso los ojos como platos.

– Pues eso, de gente con facultades algo extrañas. ¿Crees realmente que pueda haber personas capaces de matar tan solo con sus capacidades mentales, con su concentración?

Shimizu se atragantó con tanta violencia que el café que escupió a punto estuvo de salpicar a Chikako.

– ¡Caramba, Ishizu! Pensaba que estabas lo suficientemente crecidita, bueno… ¡Que tenías algo de sentido común como para plantearte esos disparates!

– Entonces, ¿no crees en esas aptitudes de la psique humana?

– Por supuesto que no -descartó Shimizu, categórico-. No son más que mentiras, prestidigitación y trucos. De todos modos, los adultos, y en especial la policía, no deberían tomarse en serio esas tonterías.

– De acuerdo. Pero… Y si, por ejemplo, me enfado contigo porque te estás mofando de mí como lo estás haciendo ahora y fijo la mirada, me concentro, y tu pelo se prende fuego, ¿qué me dices entonces?

Shimizu parecía andar escaso de paciencia.

– Esto no es una novela de Stephen King. Será mejor que lo olvides.

Se dio media vuelta y se marchó con paso airado. Chikako sintió que se le hundían los hombros. «De todos modos, esa ha de ser la reacción típica, ¿no?», se dijo a sí misma.

El teléfono de su escritorio sonó. Al pensar que podía tratarse de Michiko Kinuta, descolgó de inmediato.

Era el sargento Kinugasa. No hacía ni una semana que le había sugerido encontrarse con Makihara en el distrito de Arakawa, pero Chikako tuvo la impresión de que habían pasado años.

Chikako se alegró al oír que había resuelto el caso de homicidio y robo a mano armada que lo había mantenido ocupado hasta el día anterior. Lo felicitó por el éxito.

Él le dio las gracias y, acto seguido, preguntó:

– Por cierto, ¿ha podido contactar con el detective Makihara?

– Sí, ya lo he conocido.

– ¿Qué le parece? ¿Le ha sido de ayuda?

– Bueno, en realidad, ha habido mucho revuelo alrededor de la investigación de la que le hablé. Me han retirado del caso de Tayama, con lo cual ya no preciso de su ayuda -explicó, cargada de disculpas.

Le contó todo lo que había sucedido en la comisaría, y el sargento Kinugasa pareció sorprendido a la vez que consternado por el giro que la cadena de mando había dado al asunto.

– Vaya, qué faena -gruñó.

– Bueno, ya que hay tres departamentos involucrados, quizá prefieran detectives más experimentados en el terreno.

– Ya, lo comprendo. Sin embargo, creo que mantener el contacto con el detective Makihara le será de gran ayuda a largo plazo.

Chikako estaba confusa. Era obvio que todos los que trabajaban con Makihara lo consideraban más un enigma que un elemento valioso y, francamente, Chikako compartía la opinión generalizada. Entonces, ¿qué inspiraba al sargento Kinugasa tanta confianza?

– El detective Makihara es todo un personaje, ¿no le parece? -se atrevió Chikako, con ambages-. Sostiene unas teorías bastante originales…

El sargento Kinugasa se echó a reír.

– ¿Le ha contado su teoría sobre el desencadenante de los incendios?

– Usted ya lo sabía, claro.

– Sí. Probablemente sea un reflejo de su trauma infantil. ¿Le ha contado que su hermano murió carbonizado?

– En realidad, sí.

– Jamás logró sobreponerse a ello. Aun así, es un tipo muy agudo. Espero que este caso le abra los ojos y logre encontrar la solución a esa obsesión suya.

– Yo también lo espero.

Antes de colgar, Kinugasa dijo que al día siguiente se pasaría por la central, y que allí la vería. En cuanto Chikako soltó el auricular, el teléfono sonó de nuevo. Esta vez, era Michiko Kinuta.

– Lo siento. He visto que ha llamado dos veces. ¿Ha ido al hospital a ver a Kaori?

Michiko estaba muy nerviosa, y su voz era algo más estridente que de costumbre.

– Cuando informé de lo sucedido en comisaría, me convocaron en el acto.

– Oh, ¿qué ha pasado?

– Detective Ishizu, me han sacado del caso.

– ¿Qué?

– Me han ordenado dejar el caso de Kaori. Ya me han asignado uno que no tiene absolutamente nada que ver. Mi jefe dijo que he ido demasiado lejos con Kaori y he perdido la capacidad de tratar la situación con objetividad.

– Detective Kinuta, intente calmarse.

– He sido sustituida por un detective que siempre ha considerado a Kaori culpable de los incendios. ¡Ni siquiera la ha visto nunca! Dice que solo es cuestión de tiempo hasta que envíen a Kaori a un reformatorio. -Como era natural, Michiko estaba al borde de las lágrimas.

A Chikako empezó a dolerle la cabeza.

Capítulo 21

«Ya sé qué aspecto tienes, así que te reconoceré en seguida. Y ponte guapa, ¿eh? Al fin y al cabo, es nuestra primera cita.»

El joven se lo había sugerido por teléfono, pero Junko se atavió con unos vaqueros, un jersey negro y unas botas de goma cómodas para caminar. O para correr, si fuera necesario. Puso su cartera y otros efectos básicos en su riñonera, se colocó su abrigo negro, y se marchó del apartamento.

No estaba nada nerviosa. Tal y como le había dicho al hombre mayor del teléfono, ella no tenía nada que temer incluso cuando se dirigía hacia una cita con un desconocido. Pero el tema de su vestuario ya era otra cosa. Tras años de rastreo y combate, su ropero no contenía más que ropa cómoda y no dejaba sitio para prendas bonitas.

El lugar de encuentro acordado la llevó hacia el vestíbulo principal de un lujoso hotel en Shinjuku. El espacioso hall quedaba dominado por un gigantesco árbol de Navidad. Junko se detuvo en seco, y lo observó algo sorprendida. No es que hubiera olvidado en qué época del año estaba, solo que la Navidad, el Año Nuevo e incluso las vacaciones estivales habían dejado de tener relevancia en su solitaria vida.

Unos sillones de aspecto cómodo creaban un estiloso anillo alrededor del árbol. Todos los asientos estaban ocupados. Junko echó un vistazo a su alrededor, pero no había ni un solo sitio libre. ¿Acaso todas esas personas también esperaban a alguien?

Hacía muchísimo tiempo que Junko no se encontraba en mitad de un espacio abarrotado de gente como ése. Hacía un calor sofocante, y se sintió algo mareada. Se quitó el abrigo y se lo colgó del brazo, antes de ponerse a dar vueltas alrededor del enorme árbol. Puesto que él debía encontrarla a ella, no tenía por qué quedarse plantada en un sitio ni lastimarse el cuello de tanto estirarlo para avistar a su cita.

Solo había hablado con él por teléfono, pero ya había desarrollado cierta aversión hacia el hombre que estaba a punto de conocer. O, para ser más exactos, estaba convencida de que cuando lo conociera, no iba a gustarle. Antes de salir de casa, mientras se preparaba para el encuentro, pensó con sarcasmo que tendría que encontrarse cara a cara con el prototipo de todo lo que odiaba, el típico don nadie, uno de esos machotes engreídos que supone que cualquier mujer que se le acerque, caerá rendida a sus pies.