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«Pero ¿realmente posee un poder especial?». Aseguró que podía mover a la gente. Como títeres. ¿Lo lograría ejerciendo control sobre la mente o los sentimientos de una persona? ¿Era posible tal truco? Junko sonrió irónicamente para sus adentros, y cambió el abrigo de brazo. «Truco» no era una palabra muy adecuada, sobre todo, viniendo de ella.

Alguien le dio un ligero golpecito en el hombro. Junko se dio la vuelta y encontró a un joven de frente. Llevaba el pelo engominado y teñido de castaño claro, y una sonrisa de oreja a oreja en el rostro.

– ¡Hola! ¿Estás sola?

Junko lo miró con atención. Tardó un par de segundos en darse cuenta de que esa no era la voz que había oído por teléfono. Se trataba de otra persona. Obviamente, estaba intentando ligar, y esos dos segundos de silencio bastaron para darle algo de confianza.

– ¿Sabes? Estaba aquí solo, plantado bajo este árbol de Navidad. Es un cuadro tan romántico. Me preguntaba si te apetece ir a ver una película o algo.

– Soy…

– Oh, no tienes que decirme tu nombre. Espera, lo adivinaré.

Junko puso los ojos en blanco, desesperada, pero el chico no reparó en el gesto y se dispuso a enumerar toda una lista de nombres de mujer. Estaba tan entusiasmado con el encuentro, que prácticamente escupía saliva a cada nombre que pronunciaba. Ella negó con la cabeza y retrocedió un paso, pero el joven prosiguió, sin inmutarse.

– Si prefieres que vayamos a tomar un té, conozco un sitio estupendo. Es una pequeña cafetería poco conocida, pero muy selecta. La frecuentan incluso grandes productores que acuden allí para encontrarse con sus actrices fetiche. Ya sabes, en esta zona pululan los estudios de cine.

Junko agitó la mano como despidiéndose, y pasó de largo, pero el extraño la enganchó por el hombro.

– Eh, no me desaires así. ¡Solo estaba siendo amable porque se te ve muy sola!

De repente, emitió un gorgoteo, aunque su sonrisa seguía pegada a la cara. Junko se quedó paralizada. Vio cómo ponía los ojos en blanco y la mandíbula inferior se abría y cerraba convulsivamente. Distinguió que la lengua se le retorcía en el interior de los labios. Junko se cubrió la boca con la mano y retrocedió un paso.

La mano que había sujetado el hombro de Junko quedaba ahora en el aire, y se transformaba lentamente en un puño en forma de arma con solo el dedo índice estirado. El otro brazo quedaba pegado a su lado. Entonces, sus ojos volvieron a concentrarse en ella otra vez, y ésta observó con horror, cómo se llevaba la mano hacia la cara. No podía hablar, solo emitir un sonido ahogado mientras su dedo se dirigía directamente hacia el ojo derecho. En cuanto rozó las pestañas, Junko se recuperó de la sorpresa inicial y ordenó:

– ¡Ya basta!

De inmediato, el brazo del títere cayó flácido a un lado. Su cuerpo también pareció relajarse, y de no ser porque alguien lo detuvo desde detrás, se habría desplomado allí mismo.

– Eh, ¿te encuentras bien, tío? ¿Intentas hacerte el interesante y luego te caes al suelo? ¿Y delante de una chica? No mola nada.

El hombre que lo había sujetado, lo apartó hacia un lado. Entonces, se volvió hacia Junko con una sonrisa.

– Siento haberte hecho esperar.

Junko reconoció la voz del misterioso joven.

– Solo llego tres minutos tarde, y ya se te echan encima. Lo siento mucho, princesa.

– ¿Qué narices ha sido eso?

El enarcó las cejas, en un gesto de burlona confusión.

– Sí, ¿qué era eso? Un tipo que acecha en la distancia y se abalanza sobre todas las chicas, pero nunca tiene suerte. ¿Has visto su pelo? ¡Parecía la cresta de un gallo!

Estaban en la cafetería de la segunda planta del hotel, sentados a una mesa que daba al árbol de Navidad.

Junko dejó la taza sobre la mesa, con demasiada fuerza.

– No te hagas el listo conmigo. Sabes que no estoy hablando de ese tipo. Estoy preguntando sobre el truco que acabas de sacarte de la manga.

– ¿Truco? -Fingió no entender nada. Se inclinó hacia el árbol y dijo-: Vaya, la nieve parece real incluso desde tan cerca. No puede ser algodón, ¿qué crees que será?

Era muy delgado y prácticamente le sacaba una cabeza a Junko. Suponía que tendría más o menos su edad, quizá fuera un año o dos más joven. Llevaba unos pantalones de tela y una camisa de lana bajo una chaqueta de cuero negra. Sus mocasines de piel resplandecían y parecían caros, como el resto de su indumentaria. Pero esa sonrisa sincera y ese pelo castaño claro que le caía sobre los hombros, lo hacía parecer más bien un estudiante. ¿Sería el niño mimado de una familia rica?

La cafetería estaba incluso más atestada de gente que el vestíbulo. Se suponía que finales de año era una época ajetreada para las empresas. Entonces, ¿qué hacía toda esa gente ahí, un día laborable por la tarde?

– Ese «empujoncito» del que hablas -siseó Junko en voz baja-. ¿Me estás diciendo que eres capaz de hacer que alguien se mueva? Estaba bajo tu control, ¿no es así? Estabas dispuesto a que se clavara el dedo en su propio ojo. ¿Es eso lo que puedes hacer?

Su compañero la miraba sin borrar esa sonrisa inocente de su cara. Acercó la silla para sentarse directamente frente a ella, y cuando ésta esbozó un gesto desconcertado, le dijo:

– Será más fácil hablar así, ¿no?, por cierto, tienes un cutis precioso.

– ¡Déjalo ya! -Junko dio un golpe de frustración en la mesa. Un hombre trajeado que se sentaba a la mesa de al lado los miró, y el joven titiritero hizo un leve asentimiento con la cabeza a modo de disculpa.

– Lo siento, acabo de ofender a esta señorita sin pretenderlo.

El hombre apartó su mirada ceñuda.

Junko dejó escapar un suspiro. Aquello era inútil. No sabía cómo manejar la situación. Ese joven la estaba sacando de sus casillas y, pese a todo, no pudo evitar echarse a reír y eso le hacía detestarlo aún más.

– Esto es una pérdida de tiempo.

– ¿En serio? Pero si no hay prisa alguna.

– Quizá tú no tengas nada que hacer.

– ¿Qué hora es?

Junko echó un vistazo a su reloj.

– Las tres y cuarto.

– Entonces, para tu información, dispongo de ocho horas y cuarenta y cinco minutos hasta llevar a cabo la misión de esta noche.

– ¿ Misión?

– Sí. Hay un desecho de hombre de unos treinta años que, de vez en cuando, le da por acosar a niñas pequeñas. Lo ayudaré a librarse de sus instintos animales.

Junko se enderezó y lo miró fijamente. Se inclinó hacia él por encima de la mesa para que pudiera escucharla. El también se acercó.

– ¿Qué quieres decir con eso?

– ¿Te refieres a qué voy a hacer exactamente?

– Sí.

– Fácil. Voy a hacer que coja un buen cuchillo de carnicero y se la corte. Voy a darle un empujoncito.

– Se corte… ¿Qué?

– Cielo, no son palabras para los delicados oídos de una dama.

– ¿Eso es lo que hacen los Guardianes?

– En Estados Unidos, hay ciertos estados donde la castración química es una pena perfectamente legal a la que se pueden enfrentar los delincuentes sexuales más peligrosos.

Junko se acercó incluso más y bajó la voz todo lo que pudo.

– ¿Pero no es una crueldad?

– ¿Qué tiene de malo? Si lo piensas bien, estoy haciéndole un favor. -Otra brillante sonrisa iluminó su rostro-. Me gusta poder susurrar así contigo.

Junko se enderezó de un sobresalto, y él se echó a reír.

– ¿Sabes? Ni siquiera me has preguntado aún cómo me llamo. ¿Acaso no te interesa?

– En absoluto.

– Eso sí que es cruel.

– Me voy. -Junko recogió su abrigo.

– ¿No quieres ver a Kazuki Tada?

Junko lo fulminó con la mirada.

– Tengo la sensación de que crees que hubo algo entre nosotros, y te equivocas.