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– Si aún no me crees, te pondré un ejemplo concreto. Antes de que te deshicieras de Masaki Kogure a orillas del río Arakawa, ya lo habías intentado una primera vez, ¿verdad? En el parque Hibiya.

Era cierto. Kazuki Tada estuvo con ella en esa ocasión.

– Prendiste fuego a Masaki Kogure y estuviste a punto de matarlo. Pero cuando ya lo tenías en el punto de mira, en el último momento, alguien te detuvo. Kazuki Tada, que probablemente fue quien te pidió hacerlo, perdió los nervios y arrancó el coche contigo en el asiento del copiloto.

– No es que estuviera asustado.

– Bueno, lo que tú digas. El caso es que ya habías empezado a liberar tu energía y no pudiste controlarla. De modo que Tada y tú estuvisteis a punto de arder en ese coche. Tada se detuvo en una gasolinera, y fueron los empleados quienes os salvaron el pellejo.

De hecho, eso fue exactamente lo que sucedió.

– La policía no es tan lenta como piensas. Cuando Masaki Kogure fue hospitalizado con quemaduras graves, interrogaron a todos los que se encontraban en la zona. La gasolinera en la que Kazuki Tada y tú parasteis quedaba dentro del perímetro. Y, como es natural, tomaron nota de la declaración de los empleados. «Sí, agente, fue ese mismo día. No sabemos qué inició el fuego, pero el asiento estaba echando humo. Los ocupantes del vehículo no parecían haber sufrido heridas, pero se apresuraron a salir del coche en cuanto se percataron del fuego. Una mujer y un hombre. Sí, me resultaron algo sospechosos y por eso anoté el número de matrícula.»

Koichi Kido se recostó en su silla con los brazos cruzados y miró fijamente a Junko mientras ésta digería sus palabras. Al otro lado de la mesa, Junko sintió que se le helaba el alma. «Esos pequeños detalles…» En aquel momento, ella no reparó en esos pequeños detalles.

– Pero nadie os siguió la pista, ni a Kazuki Tada ni a ti -prosiguió Koichi-. La policía no interrogó a Tada, ni siquiera registraron su vehículo en busca de daños provocados por altas temperaturas. ¿Y sabes por qué?

Junko se cubrió los ojos con la mano.

– Porque fue un trabajo realizado por nuestros miembros en el cuerpo de policía. Porque estaban en posición de cubrir tu pequeño percance.

– ¿Miembros? ¿Cuántos son?

– La policía es una organización muy grande.

– Entonces, supongo que te debo una, ¿no es así? -se mofó ella, mirándolo a los ojos.

– Pero no te estamos pidiendo que cooperes con nosotros por eso, en concepto de compensación -sonrió, revelando unos dientes blancos-. Fue gracias a ese pequeño error tuyo que los Guardianes nos enteramos de tu existencia. Y entonces, emprendimos la búsqueda. Y, por regla general, eres muy buena a la hora de borrar tus huellas. Tras los asesinatos de Arakawa, creímos haberte localizado. Sin embargo, volviste a desaparecer y nuestra jerarquía se sumió en la desesperación. Cuando sucedió lo de Tayama, pensamos que sería nuestra última oportunidad.

– Es porque no llevo equipaje -repuso Junko sin pensárselo dos veces-. Trabajo sola. Puedo ir a donde quiera. No soy como tú, no estoy rodeada por una familia enorme y acaudalada.

– Vivo solo.

– Pero tu padre te paga el alquiler, ¿verdad? Eres su sucesor. Tu apellido posee el carácter kanji que designa «al primero» y, por ende, debes de ser el primogénito.

Por primera vez, distinguió la frialdad en su mirada. «Está enfadado», pensó Junko.

– No soy su sucesor -respondió sosegadamente-. Tienes razón, soy el hijo mayor, pero mi hermano pequeño es quien va a encargarse de la compañía. Él no posee un poder como el mío.

Junko escuchó en silencio.

– Creo que mi abuelo se dio cuenta de ello cuando cumplí los trece años. Hasta ese momento, no había entendido muy bien esas facultades con las que nací. Así que, durante todo ese tiempo, lo oculté. Sin embargo, mi abuelo se puso contentísimo. «¡Vas a convertirte en soldado de los Guardianes!», me dijo. Y fue así como mi futuro quedó sellado. Nadie se quejó cuando dejé el instituto. Se limitaron a sonreír con indulgencia y a cruzarse de brazos, mientras yo no mostraba gran preocupación por encontrar un trabajo. Tengo un empleo ficticio en la Kido Corporation para mantener las apariencias, eso es todo.

Junko se dispuso a añadir algo, pero él la interrumpió.

– Y sí, soy el hijo de una familia acaudalada, pero ¿crees que el hecho de tener dinero es motivo suficiente para no creerme? No pensé que fueras tan estrecha de miras, pero supongo que eres como las demás chicas, ¿sabes?

– No, no soy como las demás chicas -rebatió Junko.

Koichi la miró fijamente.

Junko finalmente se relajó, y le sonrió.

– Supongo que del mismo modo que tú no eres solo un playboy millonario.

Koichi guardó silencio un instante y, entonces, le devolvió la sonrisa.

– Es la primera vez que sonríes.

– Ah.

– Venga, vámonos.

– ¿A ver a Kazuki Tada?

Koichi echó un vistazo al reloj y negó con la cabeza.

– No, aún está trabajando. No volverá a casa hasta pasadas las seis. Todavía es muy pronto.

– Entonces, ¿adónde vamos?

Koichi estalló en carcajadas y se puso de pie.

– De compras -dijo, tendiéndole la mano.

Capítulo 22

Más que un gesto de generosidad, le pareció un indecente derroche de dinero.

– No puedo creerlo. ¿Acaso vas a comprar todo lo que hay en la tienda?

– Por supuesto que no. No es muy chic llevarse tantas cosas de una sola vez. Venga, cállate un segundo para que pueda decidir el conjunto que mejor te sienta.

Koichi había insistido en comprar una camisa nueva porque la que llevaba estaba empapada e iba incómodo con ella. Sin embargo, la llevó a una tienda de ropa femenina que quedaba cerca del hotel. El nombre de la tienda era italiano, y los precios tan exclusivos como los diseños.

La elegante propietaria de la tienda apareció ataviada con uno de esos trajes de colores vivos. Le quedaba como un guante. Cuando vio a Koichi, esbozó una sonrisa de oreja a oreja y se apresuró hacia él para darle la bienvenida. Koichi estaba detrás de Junko. Le puso las manos sobre los hombros, con una fingida expresión de desesperación.

– ¿Puedes hacer algo con ella?

La propietaria estaba encantada de encargarse de todo. Junko intentó oponerse, pero ya era demasiado tarde. De improviso, la empujaron hacia el interior de un probador y la dejaron en ropa interior. Le fueron trayendo una prenda tras otra para que se las probara: trajes, vestidos, pantalones y jerséis. En cuanto se ponía algo, la propietaria la sacaba del probador para que Koichi pudiera ver su reflejo en el espejo de cuerpo entero. Acto seguido, la acuciaba de nuevo a entrar para que siguiera probándose prendas.

– Mire, no puedo permitirme ninguna de estas prendas. ¡Esto no tiene sentido!

La propietaria respondía a la protesta de Junko con sonrisas.

– No se inquiete. El señor Kido lo pagará todo.

– ¡Pero yo no quiero que haga algo así!

– A él le encanta hacer regalos a sus amigas. No tiene de qué preocuparse. Además, un cambio de vestuario la hará parecer mucho más atractiva. Es una pena que alguien que posee semejante belleza natural no sepa explotarla.

Tras elegir todo un surtido de prendas, Koichi y ella siguieron discutiendo y opinando sobre cómo vestir a Junko antes de salir de la tienda. Finalmente, eligieron un jersey de un precioso azul marino y unos pantalones ajustados que pronunciaban sus curvas. Las botas de Junko, con las plantas desgastadas, desaparecieron y fueron sustituidas por un par de botas de tacón de un suave ante. Sin transición alguna, la propietaria prosiguió con el pelo de su efímera modelo, el cual no había cortado desde hacía una buena temporada. Le hizo una trenza y le colocó un sombrero del mismo tono que el jersey.