Выбрать главу

– Hola -respondió Chikako con el mismo tono afectuoso-. No estoy aquí para hacer una consulta, sino para visitar a un viejo amigo. He oído que Shiro Izaki trabaja aquí.

– ¿El señor Izaki? -La joven parpadeó, algo confusa, antes de esbozar una sonrisa-. Oh, se refiere al vicepresidente.

– ¿El señor Izaki es el vicepresidente?

– Sí, y está con nosotros desde que la agencia abrió sus puertas. Lo llamamos capitán Shiro.

Izaki siempre había gozado de gran popularidad entre las jóvenes de la oficina cuando trabajaba como detective. No tanto por su físico, sino más bien por la integridad y la confianza que inspiraba. Obviamente, poco había cambiado.

– Me llamo Chikako Ishizu. Vengo del departamento de policía de Tokio. -Chikako le mostró su placa-. El señor Izaki y yo trabajamos juntos durante muchos años. No tengo cita, pero ¿cree que sería posible verlo?

Una expresión de cautela ensombreció repentinamente el rostro de la joven.

– Disculpe la pregunta, pero ¿tiene algo que ver con una investigación en curso?

– ¿Cómo dice?

– Verá, últimamente, hemos recibido un gran número de visitas de agentes…

– Oh, se refiere a Natsuko Mita, ¿verdad? Su colaboración ha sido de gran utilidad.

– Solo pasó por aquí una vez, y estaba tan asustada, es más, diría tan aterrada que hizo caso omiso de nuestros consejos. Poco después, al cabo de tres días, de hecho, ocurrió. Estamos verdaderamente conmovidos.

– Lo siento mucho.

Natsuko Mita había tenido el valor de llamar a esa puerta, pero no el suficiente como para dar el siguiente paso. Y antes de poder recobrar la necesaria confianza en sí misma, la tragedia acabó con su vida.

– Oh, discúlpeme, le haré saber que está usted aquí. -En cuanto dijo aquello, se volvió sobre sí misma. Sin embargo, regresó apresuradamente, con una mirada inquisitoria en la cara-. Siento preguntárselo de nuevo, pero no será usted reportera, ¿verdad?

– No, no lo soy.

– Su placa policial es auténtica, ¿verdad?

Chikako se echó a reír y una vez más, abrió la cartera para mostrársela. Una sensación de alivio bañó el rostro de la chica.

– Lo siento. También nos hemos visto acosados por los periodistas. Ha sido horrible. Tanto alboroto nos dificultó mucho el trabajo. -Y como recitando un discurso de memoria, añadió-: Nos alegró poder aparecer en televisión para darle repercusión mediática a la labor que desempeñamos; no obstante, el tratamiento de la información llevado a cabo por algunas cadenas resultó negativo para nuestra imagen corporativa. Y dado que ya hemos colaborado y hecho públicos todos los datos que tenemos sobre este asunto, lo damos por zanjado y declinamos cualquier oferta de responder a más preguntas.

– Tiene sentido. -Chikako intentó aparentar seguridad, y la joven finalmente desapareció tras el biombo.

Chikako se concentró en el sonido de los teléfonos. Al aguzar el oído un instante para distinguir lo que decían las voces que atendían las llamadas, escuchó expresiones de aliento, interjecciones de aprobación, y señas sobre la localización de la agencia, todo a la vez.

– ¡Chika-chan!

Un hombre bajito con traje gris emergió desde detrás del biombo. Chikako reparó en el chaleco rojo que lucía bajo la chaqueta y supo que era tejido a mano.

– Ha pasado mucho tiempo, ¿verdad? -Shiro Izaki recibió a Chikako con los brazos abiertos.

– ¡Chika-chan, no has cambiado nada! -Izaki observaba a Chikako desde el otro lado de la mesa de una cafetería cercana. Lucía un semblante alegre mientras se servía algo de leche en su té-. Oí que poco después de que me retirara, fuiste reclutada por el departamento de policía de Tokio. Qué buena noticia.

Izaki ya no era el hombre ojeroso que se había jubilado anticipadamente. Se le veía completamente recuperado; gozaba de buena salud. Sus flácidas mejillas habían recobrado su aspecto rollizo, y parecía sinceramente contento de verla.

Chikako se relajó. Podrían hablar sin tapujos, como solían hacerlo. Cuando Izaki y su familia abandonó Tokio, cortaron la relación con todos sus conocidos, ya que temían que el marido de Kayoko pudiera dar con su paradero a través de los mismos. Le había prometido a Chikako ponerse en contacto con ella tan pronto como se sintieran a salvo, y ésta siempre creyó que todos seguían en Kyushu. Le reprendió un poco por haberla descuidado tanto.

– ¿Cuándo volviste a Tokio? -preguntó con dulzura Chikako, tras explicar las circunstancias que la habían llevado a dar con él.

Izaki se rascó la cabeza.

– Bueno, un año después de jubilarme.

La taza de café de Chikako se detuvo en el aire. Tenía los ojos como platos.

– ¿Tan pronto? Pero llegaste a ir a Kyushu, ¿no?

– Sí. Y también encontré trabajo allí.

– ¿Cómo está Kayoko?

Izaki dejó de verter leche en el té. Sacó la cucharilla y la colocó suavemente en el platillo.

Cuando la miró de nuevo, el brillo de sus ojos había desaparecido.

– Kayoko murió. Y mi nieto con ella.

Chikako dejó la taza sobre la mesa, y finalmente, se las arregló para dar voz a la pregunta que se le había quedado atascada en la garganta.

– ¿Cómo ocurrió?

Izaki buscó en el bolsillo interior de su traje y sacó un paquete de cigarrillos Mild Seven. Siempre llevaba esa marca encima, aunque por lo que Chikako sabía, jamás había fumado. Se limitaba a sostener el cigarrillo, hacerlo trocitos y girarlo entre los dedos hasta esparcir todas las briznas de tabaco y quedarse con el papel vacío.

– ¿ Sucedió en Kyushu?

Izaki negó con la cabeza mientras jugueteaba con el pitillo.

– No, murieron aquí.

– Pero no estabais viviendo aquí, ¿o sí? -En cuanto formuló la pregunta, Chikako supo la respuesta-. Oh… ¿Sucedió donde vive la familia de su marido?

Izaki asintió, abatido.

– ¿Cómo…?

Izaki le contó toda la historia. El marido de Kayoko reapareció poco después de que la familia se mudara a Kyushu. Fue una sincronización tan perfecta que daba la sensación de que el marido maltratador había calculado el tiempo exacto.

– Me quedé de piedra. ¿Cómo había logrado dar con nosotros? Aún sigo sin saberlo. Yo era detective, y había hecho todo lo posible por asegurarme de que no podría rastrearnos. Incluso me curé en salud e hice lo necesario para que los hombres que se encargaron de la mudanza supieran lo menos posible.

– Con billetes por delante es muy fácil sacarle respuestas a cualquiera -se compadeció Chikako con énfasis.

Izaki prosiguió. El marido de Kayoko se negó a firmar los papeles de divorcio. Estaba decidido a empezar de nuevo, fuera como fuese. Con ese propósito en mente, acudió diariamente a la casa. Izaki recordó que su nieto tendía su manita por la rendija de la puerta que lo separaba de su padre mientras este se desgañitaba implorando su perdón.

Chikako sintió nauseas. ¿Cómo había podido olvidar el pequeño las palizas que tanto él como su madre habían recibido? Debió de ser horrible para Izaki y Kayoko.

– Jamás verás a un hombre tan reformado como ese cabrón cuando venía a llamar a nuestra puerta. Nadie imaginaría que ese hombre pudiera ser violento. Lloviera o tronara, siempre venía. Colaba juguetes o golosinas por la rendija de la puerta y se despedía con un: «¡Hasta mañana!». Al final, se las arregló para que Kayoko accediese a cenar con él. Cuando llegué a casa del trabajo y lo encontré allí, exploté. Kayoko se echó a llorar, él a gritar… En fin, armamos un buen escándalo. Aproximadamente dos semanas más tarde, Kayoko me dijo que quería regresar a Tokio solo una vez, porque deseaba arreglar las cosas con sus suegros. Me aseguró que regresaría…