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– Se siente culpable.

– ¿Culpable?

– Sí, su conciencia no puede con el peso de haber dejado actuar a esa mujer.

– ¿Y qué ha cambiado desde Arakawa? -preguntó Chikako, que se apresuró añadir-: Eso suponiendo que no se haya inventado una historia muy elaborada.

Makihara no pestañeó.

– No, Kazuki Tada conocía el poder de la tal Junko y lo que la piroquinesis le permitía hacer. Es un lanzallamas andante, una asesina que siempre va armada.

Chikako se percató de que Makihara había utilizado la palabra «asesina» en lugar de «homicida».

– Por mucho que le remordiera la conciencia el asesinato de Kogure, no sintió ninguna pena. Sin embargo, la última serie de incidentes ha sido diferente. La banda de Asaba no era menos despiadada o vil que la de Kogure. La diferencia es que sus crímenes no afectan directamente a Tada. Debe de haberle destrozado constatar que una vez que se alejó de Junko Aoki, ésta acabó convirtiéndose en una máquina de matar.

– Pero ya han pasado diez días de los homicidios de Tayama – argumentó Chikako-. Debió de haber reconocido la firma de su amiga en cuanto los telediarios empezaron a cubrir la noticia. ¿Por qué no vino a verlos en ese momento?

– Porque no la había visto desde entonces -respondió Makihara, casi como estuviese protegiendo a Tada-. Ahora tiene su propia vida. Ha pasado mucho tiempo desde lo de Arakawa. De modo que, cuando vio las noticias sobre la fábrica de Tayama, no se puso nervioso de inmediato. Probablemente se convenció a sí mismo de que no podía tratarse de Junko Aoki, y no quiso sacar conclusiones precipitadas.

No obstante, Tada explicó al matrimonio que Junko Aoki había vuelto a aparecer unos días antes. La había visto montada en un coche, frente a su casa. No podía tratarse de un error. El corrió tras el vehículo pero lo perdió de vista. Aquello fue suficiente para que recordara de forma nítida lo que esa mujer era capaz de hacer.

– Eso lo cambia todo. Ya no puede mentirse a sí mismo. Tenía que enfrentarse a ello.

El señor Tada, que escuchaba con los brazos cruzados, asintió con un gruñido y añadió:

– Aun así, nos dijo que pasó dos noches en vela meditando sobre si debía o no acudir a vernos. Es una historia tan disparatada que no sabía si alguien la creería. Fue una reacción en cadena: a su prometida le preocupó verlo tan triste, y finalmente prefirió actuar a inquietarla más.

– Su prometida está esperando un bebé -explicó la señora Tada.

Y fue eso lo que empujó a Tada a acudir a los Sada. Quería pedirles consejo. No se sentiría libre en su nueva vida si no intentaba convencer a Junko de que dejara de matar.

– Sabía que estaba agarrándose a un clavo ardiendo, pero vio el mensaje que colgamos en la web en el que decía que queríamos ponernos en contacto con la persona que se escondía tras el incendio de Tayama. Ya que prometíamos confidencialidad, Tada pensó que quizá Junko Aoki nos contactara.

– Y cuando la vio en ese coche, hace tres noches, y salió corriendo tras ella, ¿no se fijó en el número de la matrícula?

– No se le pasó por la cabeza en ese instante. Estaba aturdido. Aunque ahora se mortifica por ello.

– ¿Tienen su dirección? -preguntó Makihara-. ¿Pueden decirme algo más de él? Me gustaría hacerle una visita y ver si puedo extraer alguna información que pueda sernos de utilidad.

– Es un buen hombre -dijo la señora Sada.

– Sí, lo es -asintió su marido-. No es del tipo de personas que se inventa cosas o engaña a los demás.

Makihara cerró de golpe su bloc de notas y se levantó. Chikako y él les pidieron que mantuvieran el mensaje de la web en el que se hacía un llamamiento al responsable del incendio de Tayama. Dicho esto, regresaron apresuradamente al ascensor.

– Parece preocupado -dijo Chikako-. ¿De verdad cree que existe esa tal Junko Aoki, que tiene poderes piroquinéticos, y que se esconde detrás de todos esos incendios?

– Sí, eso creo.

Cuando llegó el ascensor, entraron y las puertas se cerraron tras ellos.

– Lo que han contado los Sada bastaría, pero, además, tengo motivos personales para estar convencido -dijo Makihara con tono animado.

– ¿Motivos personales?

Makihara miró la luz.

– No hay mucha gente por ahí con capacidades tan… particulares.

– Pues menos mal.

– Por lo que se desprende del relato de Kazuki Tada, Junko Aoki debe de tener unos veinticinco o veintiséis años.

Chikako entendió adonde quería llegar el detective antes de que terminara su frase. Se quedó sin respiración.

– Aquella niña del parque que prendió fuego a mi hermano… – dijo Makihara, con la mirada aún puesta en la luz que quedaba justo encima de él-. Suponiendo que siga viva, debe de tener la edad de Junko Aoki.

El ascensor se detuvo y Makihara se marchó a grandes zancadas, como si echase a correr hacia alguna meta hipotética. Chikako, sin perder un segundo, salió disparada tras él.

Capítulo 24

La agencia de publicidad en la que trabajaba Kazuki Tada quedaba en un edificio de oficinas situado a unos veinte minutos a pie desde la salida sur de la estación de Shinjuku. La oficina en sí era pequeña y estaba atestada de mesas. La mayoría del personal estaba fuera cuando Chikako y Makihara llegaron.

La joven que los recibió comprobó la tabla de horarios que colgaba de la pared y les informó que Kazuki Tada regresaría a la oficina en un cuarto de hora. Sin preguntar sus nombres o motivo de visita, la joven les dijo que podían esperarlo ahí. Les invitó a acomodarse sin mostrar un ápice de suspicacia.

– Lo siento, pero no tenemos sala de espera -se disculpó, sonriente.

Chikako le devolvió la sonrisa y preguntó dónde se encontraba la mesa de Tada. La joven señaló una, y los detectives acercaron un par de sillas y aguardaron su llegada sentados.

Makihara no tardó en fisgonear la mesa y, con la mandíbula apretada, en un gesto de determinación, acercó su silla y se puso a leer los papeles que descansaban sobre la superficie y encima de unos cajones abiertos.

– ¡Compórtese! -le regañó Chikako en voz baja-. ¿Qué puede haber en sus cosas que nos interese?

– Me pregunto si guarda aquí alguna cosa que le recuerde a su hermana -masculló de inmediato, más para sus adentros que para Chikako.

– ¿Yukie?

– ¿Cree que sus compañeros conocerán su pasado?

Chikako le dio una palmadita en el brazo.

– ¿Y por qué se lo diría a nadie? Usted no le contó a los del distrito de Arakawa lo que sucedió con Tsutomu, ¿verdad?

Sin mediar palabra, Makihara prosiguió con su búsqueda. Ojeó el bloc de notas de papel reciclado que Tada había dejado sobre su mesa. No había más que algún que otro apunte y lo que parecía el esbozo de un anuncio de leche para bebés.

– Natural, teniendo en cuenta su situación -comentó Makihara con guasa antes de dejar el bloc donde estaba.

La puerta de la oficina se abrió, y entró una mujer alta, ataviada con un abrigo desgastado. Su perpleja mirada recayó sobre Chikako y Makihara, e hizo una reverencia. La joven que los había recibido fue la primera en hablar.

– Señora Minami, estos señores esperan a Tada.

La mujer alta asintió mientras se despojaba del abrigo. Acto seguido, se volvió hacia los detectives.

– ¿Tienen cita con Tada?

– Sí -mintió Chikako.

– Me llamo Minami -dijo la mujer. Colgó su abrigo sobre una silla y se acercó a ellos. Les tendió una tarjeta de visita que rezaba: «Tomoko Minami: Directora de Cuentas».

– Tada trabaja para mí. Lo siento, pero no recuerdo haberlos visto antes…

Sus palabras eran tranquilas y su actitud amistosa, pero era obvio que estaba en guardia. Chikako intuyó que pese a ser mayor que Tada, los dos tendrían una relación muy cercana.

Chikako le mostró su placa. Minami esbozó una mueca de sorpresa y, en el acto, echó un vistazo alrededor de la oficina. Nadie más se había percatado de nada. Minami acercó su silla hasta Chikako y Makihara.