– No quiere acordarse de nuevo de Junko Aoki.
– Sí, eso también es cierto.
– Su hermana ya no sufre, y Kogure ha dejado de ser una amenaza para la sociedad. Es natural que intente dejar el pasado atrás.
Tada se enjugó de nuevo la cara.
– Jamás me planteé el matrimonio hasta que Miki se quedó embarazada. Siempre y cuando siguiéramos siendo novios, no me veía obligado a contarle demasiados detalles sobre mi vida. Pero cuando una pareja contrae matrimonio, las familias de ambos se involucran y todo sale a la luz.
– Incluso si no dijera nada, puede que a su padre se le escapara algo delante de su esposa o de sus suegros. Querrían saber por que razón murió tan joven.
Tada asintió para mostrar su acuerdo. Cerró los ojos con fuerza.
– Todo lo que ha dicho el detective Makihara es cierto. Soy un egoísta. Quizá solo quiera borrar los recuerdos de Junko y de mi hermana. Y con ello, ocultar mis verdaderos sentimientos.
– Es un ser humano. Los humanos no somos tan fuertes como creemos. -Tada sonrió débilmente ante las palabras de Chikako. Dejó caer los hombros-. Si decide contarles el asesinato de su hermana y la subsecuente muerte del sospechoso principal, Kogure, es libre de hacerlo. Pero tal vez sea mejor no mencionar nada de Junko Aoki y lo demás. -Tada parpadeó, sorprendido. Makihara se limitó a suspirar. Chikako prosiguió-: Hablo en serio. No se lo diga a Miki ni a nadie más.
– ¿Está segura?
– Oh, sí. Hay muchas cosas en la vida que es mejor callárselas. Creo que debería concentrarse en el futuro, en su familia. Asegurarse de que Miki tiene un bebé sano.
– ¿Y qué hay de…?
– Nosotros nos encargaremos de Junko. Es nuestro trabajo. ¿Confía en que cumplamos con ello? -Tada miró a Chikako y después a Makihara. Entonces, su mirada volvió a recaer en la detective.
– ¿Eso significa que la policía creerá lo que les diga?
– ¿Se refiere a la piroquinesis?
– ¿No se reirán de mí?
Chikako esbozó una sonrisa.
– Si le digo la verdad, señor Tada, yo no creo en cosas sobrenaturales. Pero no puedo decir lo mismo de Makihara. -Su compañero parecía desanimado-. Aunque sí creo que Junko Aoki tenga algo que ver con los casos. Desde luego, nos veremos con el agua al cuello si resulta que tiene usted una gran imaginación y se lo ha inventado todo. Pero no tardaremos en averiguarlo.
– Gracias. -Fue la simple respuesta de Tada, y a Chikako la alivió oírla. Sacó una tarjeta de visita y escribió en el reverso los números de teléfono de ambos detectives. Se la entregó a Tada.
– Si volviera a tener noticias de Junko Aoki, póngase en contacto con nosotros, no importa la hora que sea. Intente averiguar lo que ha estado haciendo y dígale que quiere verla.
Con semblante serio, Tada aceptó la tarjeta.
– Y si les llamo, ¿significa eso que estoy vendiendo a Junko?
Chikako guardó silencio un momento mientras pasaba por un filtro las distintas respuestas que le venían a la mente. Pensaba que existía un cincuenta por ciento de probabilidades de que esa tal Junko Aoki poseyera poderes piroquinéticos, que los estaba utilizando, o que la policía pudiera arrestarla por ello. Sin embargo, antes de dar una respuesta, Makihara se le adelantó.
– No. -Tada miró a Makihara, que parecía haber recobrado la calma-. No estará vendiéndola, sino salvándola.
Tada apretó la tarjeta de Chikako en su mano y, acto seguido, como si hubiese tomado una decisión, se la guardó en el bolsillo.
– No tiene por qué preocuparse de los Sada. Les diremos que sigue sin superar el luto de su hermana y que ha confundido la realidad con la ficción. Estoy seguro de que desearán mantener el contacto. No lo juzgarán ni tampoco se reirán de usted.
– Sí, lo sé.
– Aun así les pediremos que mantengan ese mensaje de su página web en el que invitan al autor de los incendios homicidas a que se ponga en contacto con ellos. Quizás Junko Aoki lo vea. -Y poniendo fin a la discusión, Makihara y Chikako se levantaron.
– Detective Makihara -empezó Tada, y Makihara se sentó de nuevo-. Todo lo que ha dicho es cierto -dijo, mirando al detective a los ojos. Este lo escuchaba en silencio-. Pero hay algo que me gustaría añadir. Usted ha conseguido averiguarlo todo sobre mí, pero no tiene ni idea de cómo me siento. Estoy seguro de que es usted muy agudo y demás… Sin embargo, perder a un miembro de la familia, ver que la persona que la asesinó desaparece… No sabe lo mucho que flirteé con el suicidio. Es cierto que dejé marchar a Junko. No podía formar parte de sus planes. Pero no es menos cierto que también deseara la muerte de Masaki Kogure. No le miento, pero resulta que no tuve el valor de hacerlo. Solo quiero que sepa que jamás podrá comprender ni cómo me sentí entonces ni como me siento ahora.
Makihara no pronunció palabra, pero Chikako pudo sentir que sus emociones afloraban a la superficie.
– Sé cómo se siente -dijo-. Yo tuve la misma experiencia. -Tada se quedó de piedra-. Perdí a mi hermano pequeño y jamás encontraron al asesino. Lo vi morir con mis propios ojos. No hubo más testigos, de modo que me convertí en sospechoso. Encontrar al asesino se convirtió en mi única razón de vivir. Como usted, quería atrapar al responsable y asegurarme de que recibía el castigo que merecía. -Makihara se ahogaba con sus propias palabras-. Pero a diferencia de usted, jamás tuve la posibilidad de elegir otro camino, acabé malgastado la mitad de mi vida.
Makihara se levantó, cogió su abrigo y se marchó. Chikako y Tada permanecieron allí de pie, en silencio, durante un momento.
Una vez se despidió de Tada, a Chikako le llevó unos minutos dar con Makihara. Estaba en una parada de autobús, fumando y hablando con alguien por teléfono. Terminó la llamada en cuanto Chikako se acercó.
– Acabo de hablar con la señora Kurata. Kaori ha recibido el alta hoy mismo.
– Me pregunto si habrán llegado a casa.
– No. Me ha dicho que, de momento, se hospedarán en un hotel en Akasaka. Kaori y ella. Me ha dado el número de teléfono de la habitación.
– ¿Qué hay del ama de llaves, la señora Eguchi?
– El señor Kurata la ha despedido.
– Y a Michiko Kinuta la han sacado del caso. Solo quedamos nosotros dos.
Makihara guardó su teléfono móvil y apagó el cigarrillo en el cenicero de la parada.
– No se lo ha dicho -apuntó Chikako-. No le ha dicho que está buscando a Junko Aoki y que quizá sea la misma persona que asesinó a su hermano.
Makihara tenía los hombros hundidos.
– ¿Y para qué? Hacerlo no ayudaría sino a enredar más las cosas. Ya tiene suficiente con lo suyo.
– Probablemente tenga razón -reconoció Chikako mientras se llevaba las manos a los bolsillos-. Pero una cosa, usted no ha malgastado la mitad de su vida. -Makihara fingió estar leyendo la información del panel de la parada de autobuses y actuó como si no estuviese escuchándola-. No ha malgastado la mitad de su vida – repitió-. Es diez años más joven que yo.
– ¿Y eso es mucho?
– Pues sí -rió Chikako.
Makihara no se echó a reír, pero se volvió hacia ella cuando le contestó.
– Es natural que Tada quiera olvidarlo todo -afirmó el detective-. Y también es natural que aspire a mantener a la gente que lo ha ayudado a construir su nueva vida lejos de su pasado. Así es como debería ser.
– ¿Qué le hace pensar así?
– Yo hice lo opuesto, y cometí un terrible error. Tenía la misma edad que Tada cuando conoció a Junko Aoki. Había una mujer con la que quería casarme, y me correspondía. Le hablé de mi pasado, se lo conté todo sobre mi hermano. No quería ocultarle ningún secreto. Le confesé que llevaba toda la vida buscando a la asesina de mi hermano, y ella dijo que me ayudaría. Entonces, claro -concluyó, sonriendo con tristeza e ironía.
– Entonces -repitió Chikako, asintiendo.
– Supongo que imaginará lo que ocurrió cuando pasó el tiempo.