– Al final, el recuerdo de su hermano se interpuso entre usted y esa chica.
– Exacto. -Makihara levantó las manos y se encogió de hombros-. Me dijo que estaba obsesionado. No podía dejar de pensar en la muerte de mi hermano, y mi única motivación era dar con la culpable y asegurarme de que no quedaba impune. Ella dijo que mi vida giraba en torno a ese asunto, que no podía aspirar a amarla o a construir un hogar a su lado, ni siquiera a amar a los niños que tuviésemos juntos. Yo le aseguré que sí podía, pero ella no me creyó. No conseguimos llegar a un acuerdo -dejó escapar una risa seca-. Me dijo que había estado tanto tiempo buscando venganza que me había vuelto distante. -Chikako negó con la cabeza ante tal triste retrato e intentó que ello no la hiciera venirse abajo-. Rompimos un año más tarde. Yo pasé una temporada mala, pero poco a poco me di cuenta de que ella tenía razón. Por eso sé que Kazuki Tada está haciendo lo correcto.
– Es imposible decir quién de los dos está en lo cierto. Vamos, larguémonos. -Chikako se echó el bolso al hombro y se puso en marcha-. Tiene toda la vida por delante, pero tengo que admitir que me siento aliviada.
– ¿Aliviada? ¿Por qué?
– No parece que odie a Junko Aoki. -Chikako miró a Makihara y, durante un instante, pensó percibir algo de miedo en sus ojos.
– No sé si la odio o no -respondió-. Y sigo sin saber si es ella a quien estoy buscando.
– Entiendo.
– Aunque de algo estoy seguro -añadió en una bocanada de vapor blanco-. Ella y yo… Probablemente tengamos mucho en común.
Capítulo 26
– ¿Qué estás haciendo ahora?
– ¿Por qué quieres saberlo?
– Por nada en especial. Solo tengo curiosidad.
– ¿ Para qué llamas?
– ¡No seas tan borde!
– ¿Es por trabajo?
– Así es, señorita.
– ¿Eso significa que ya soy miembro de los Guardianes?
– Por supuesto, ¿acaso lo dudabas?
– Bueno, no me han convocado para hacerme una entrevista, ni me han pedido que rellene ningún tipo de formulario.
– ¡Como si hiciera falta! No tienes que presentar tu candidatura, te fichamos de entrada Y, por si no fuera obvio, tu impecable hoja de servicios es el mejor de los avales. Sabemos perfectamente de qué eres capaz. Por eso te buscábamos.
– Entonces, ¿no hay una ceremonia? ¿Un rito de iniciación, quizás?
– ¿Como si fuésemos masones o algo parecido? Podría ser divertido. Pero no, siento decepcionarte, no hay nada semejante.
– ¿Así que no tendré el placer de conocer a ningún otro miembro?
– Algún día, cuando se presente una misión que no podamos acometer solos, quizá alguien venga a prestarnos ayuda. Pero no hasta entonces.
– De modo que, ¿trabajaremos juntos?
– Eso es. Seremos el Dúo de Oro.
– No sé por qué, pero no me siento muy cómoda con eso.
– Eh, no seas tan mala conmigo.
– ¿Y cuánto sabes acerca de los demás Guardianes?
– Vamos, cielo, es demasiado pronto para inquietarse por esas cosas.
– Es normal que me preocupe. ¿Cómo voy a meterme en algo que desconozco?
– Eh, fuiste tú quien aseguró saber cuidar de ti misma.
– ¿Cómo te has enterado de eso? ¿Has estado hablando con ese otro hombre?
– Sí, es mi jefe.
– ¿Y no debería conocerlo yo?
– No.
– ¿Por qué?
– Porque yo soy tu jefe. Puedes verme a mí, y lo único que has de hacer es acatar mis órdenes. ¿No es así como funcionan las empresas? Delegación. No recibes órdenes ni del presidente de la compañía ni de los directivos, sino del jefe de tu departamento.
– Es cierto. Sin embargo, cuando entras a formar parte de una empresa, todos acuden al discurso de bienvenida que pronuncia el mandamás. Y así, puedes hacerte una idea de qué aspecto tiene.
– Claro, pero qué mala suerte, tu contratación cae justo entre dos discursos. Oye, ¿sabes manejar un ordenador?
– No tengo ni idea. Jamás lo he intentado.
– Entonces no tienes ninguno.
– No lo necesito.
– Vale, pues tendremos que ir otra vez de compras. Te recogeré en seguida.
– No, gracias.
– No puedes negarte. Es una orden. Es necesario que todos dispongamos de ordenadores. Y también de teléfono móvil.
– ¿Para qué?
– Para poder pasarnos información. No podemos enviar detalles sobre un objetivo en concreto por el servicio de correo tradicional, ¿no te parece? Además, debemos poder establecer contacto en cuanto sea necesario. Podemos mandar correos electrónicos siempre que queramos y borrarlos una vez los hayamos leído.
– Ah… No había caído en eso.
– Te lo instalaré todo y te enseñaré cómo utilizarlo. Estaré allí en una hora. Lávate el pelo, cámbiate de ropa y ponte algo de maquillaje.
– No saldré con el pelo mojado en un día tan frío como este.
– Es increíble, ¡qué testaruda! -Koichi Kido miró de arriba a abajo a Junko mientras ésta cerraba el paraguas y se metía en el coche-. ¿Por qué no llevas la ropa que te compré?
– No puedo aceptar nada que no me haya ganado. Es un principio. -Junko se abrochó el cinturón de seguridad. Llevaba un jersey acrílico comprado en rebajas. Unos vaqueros y zapatillas de deporte completaban la indumentaria. Sin embargo, optó por la misma trenza que la propietaria de la tienda le hizo. Era más cómodo tener el pelo retirado de la cara.
Koichi también llevaba vaqueros, pero Junko supuso que habría de añadirle un cero a la etiqueta. Lucía un jersey de lana de color beige, y Junko reparó también en su camiseta interior. Llevaba el pelo recogido en una cola de caballo con una felpa de color azul marino. Nada que ver con el banal elástico negro que Junko solía utilizar. Parecía incluso más joven que el día anterior. A Junko se le ocurrió que cualquiera que los viese juntos los tomaría por la hermana mayor y su hermanito.
Había amanecido en un torbellino de lluvia y aguanieve. Solo faltaba una semana para Navidad, y parecía hacer más frío conforme pasaban los días. El parte meteorológico pronosticaba buen tiempo para el día siguiente, pero otro frente tormentoso se acercaba al archipiélago, y cabía la posibilidad de tener unas Navidades blancas.
La carretera que quedaba frente al edificio de Junko era estrecha, y Koichi tuvo que maniobrar con sumo cuidado para incorporarse a la avenida principal. Mientras ponía toda su atención en el proceso, Junko observó el payaso bailarín. Cuando se detuvieron en la primera intersección, Koichi preguntó con brusquedad:
– ¿Te importaría…?
– ¿Qué?
Koichi apartó la mano izquierda del volante, rodeó el cuello de Junko y tiró de ella hacia sí. Enterró la cara en su cabello durante un segundo y le rozó ligeramente la nuca. Entonces, se alejó y espetó:
– ¿Por qué no puedes lavarte el pelo para mí? -Junko estaba demasiado sorprendida como para articular palabra. El suave roce de su mano se rezagaba en algún punto del nacimiento del pelo. Las mejillas le ardían-. ¡Te has puesto colorada!
Koichi se echó a reír. El semáforo se puso en verde, y reanudó la marcha. Ahora Junko estaba furiosa y se volvió hacia la ventanilla. ¿Cómo lograba sacarla de quicio y hacer que su corazón latiese de ese modo a la vez? En su interior, sabía la respuesta, pero prefirió convencerse de que no era así.
– ¿Te he enfadado? -preguntó Koichi con una traviesa sonrisa-. ¿Has tenido novio alguna vez? -Junko se negó a responder-. Yo he tenido un montón de novias -prosiguió. Junko empezó a contar las gotas de aguanieve conforme golpeaban el parabrisas-. Deberías ver la cantidad de regalos que guardo de los días de San Valentín. Asistí a un instituto bastante moderno para su época. Era un centro privado y mixto. Aunque no había demasiadas chicas.
– ¿Oh, de veras? -masculló Junko con sarcasmo.