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– Ojalá no hubiese parado. -Las nubes se deslizaban rápidamente por el cielo. El aire helaba, y a Junko empezaban a congelársele los lóbulos de la oreja-. ¿Habrías dejado que me quedase si siguiese nevando?

– ¡Ya has visto lo pequeño que es mi apartamento! Tendrías que haber dormido en el baño. Ni siquiera tengo un futón extra.

– ¡Pues múdate a otro sitio más grande!

– ¡Yo no soy un niño mimado y podrido de dinero!

Koichi emitió un tintineo cuando sacó las llaves del bolsillo. Miró a Junko con la cabeza ladeada.

– Cobrarás un sueldo, ¿sabes?

Junko echó un vistazo a su alrededor. Casi todas las luces del edificio estaban apagadas. Era pasada la medianoche, por lo que no le extrañó. Se dio cuenta de que con semejante silencio, las voces podían oírse desde muy lejos.

– No hablemos de eso aquí-dijo, bajando la voz.

– De todos modos, no estás trabajando oficialmente en ningún sitio, ¿no? -preguntó Koichi con algo más de discreción.

– No estoy trabajando ni oficial ni extraoficialmente. De momento. -Junko se acercó a Koichi para que pudiera escucharla mejor. Sus pasos se vieron amortiguados por la nieve-. Trabajaba en una cafetería, pero a media jornada.

– Pues será mejor que busques algo parecido.

– ¿Puedo trabajar?

– Desde luego. Los Guardianes no tendrán una misión para ti cada día. Puedes hacer lo que quieras siempre y cuando no ocupes todo tu tiempo. Es bueno guardar las apariencias. Oye, una cosa… -Koichi sonrió y puso la mano sobre el hombro de Junko-. Te agradecería que no escogieras un curro que me tenga preocupado.

Junko alzó la mirada y se concentró en los ojos de Koichi.

– ¿Por qué? ¿Porque somos compañeros?

Koichi también adoptó un tono serio pero matizado por la dulzura.

– Exacto.

Se miraron durante un buen rato. Finalmente, Junko esbozó una sonrisa, tal y como Koichi solía hacer.

– En ese caso, de acuerdo -concluyó brevemente. Sin embargo, Koichi no sonrió. Mantuvo la mirada firme en los ojos de Junko. Se quedaron allí plantados, expulsando bocanadas de aire blanco, en medio de una calle nevada y desierta, inmóviles como dos estatuas de piedra.

De repente, Koichi se inclinó y le dio un abrazo. Junko no lo apartó de un empujón, sino que apoyó la cabeza en el grueso jersey que le cubría el hombro. Parecía delgado, pero en cuanto lo tuvo entre sus brazos, supo que era más fuerte de lo que aparentaba. Sintió su barbilla rozándole el pelo y, después, sus labios. Junko dejó la mente en blanco. Solo era consciente de estar temblando, aunque no tenía frío ni miedo.

Entonces, del vacío de su mente, asomó un único pensamiento.

– Te sientes solo, ¿verdad? -preguntó.

Koichi se sobresaltó.

– Lo sé porque yo también me siento sola -añadió Junko que se apartó ligeramente de sus hombros para mirarlo. Sus ojos habían adoptado un tono más oscuro. Las siguientes palabras de Junko abandonaron sus labios precipitadamente-. Pero por favor, entiende que jamás podría entregar mi corazón a alguien hasta que hayamos asesinado juntos. Hasta que hagamos el trabajo y nuestras manos queden igualmente manchadas. -Koichi entrecerró los ojos, y tendió la mano para acariciarle la mejilla. Le enjugó una lágrima que había pasado inadvertida para la propia Junko.

– Yo no soy Kazuki Tada -dijo Koichi, con el aliento frío como el hielo- Y no lo olvides. Nosotros no asesinamos.

– ¿Cómo llamas a lo que hacemos, entonces?

Por fin, la sonrisa de Koichi aparecía de nuevo.

– Impartir justicia. -Sostuvo el rostro de Junko entre sus manos, acarició su frente contra la suya, y cerró los ojos. Ella también lo hizo. Era casi como estar pronunciando una oración juntos, aunque ella desconocía por quién o para qué estaban rezando.

– Buenas noches. -Koichi levantó la mirada, sonrió y se encaminó hacia su coche-. Será mejor que entres en casa antes de que pilles un resfriado. -Abrió la puerta, entró y puso en marcha el motor. No volvió la vista atrás, pero Junko permaneció allí sin moverse hasta que la oscuridad se tragó la luz de los faros.

Por primera vez, tuvo la sensación de que los Guardianes existían de verdad. Sintió en lo más profundo de su ser que acababa de entrar en un lugar del que era imposible regresar.

Capítulo 27

Chikako se encontraba en el jardín, podando las hojas y ramas que la nieve había estropeado el día anterior. Oyó sonar su teléfono móvil en el interior de la casa. Echó a correr hacia la cocina y lo recogió de la encimera. Era Michiko Kinuta, la detective de Menores. Estaba algo más calmada que la última vez que había hablado con ella, pero obviamente, algo la inquietaba. Chikako la animó a pasar por casa y hablar del tema.

– No queda muy lejos de su casa. ¡Vamos, pásese por aquí!

– ¿Seguro que no le importa?

– Hoy tengo el día libre. Han insistido en que me tome unas breves vacaciones.

Michiko dijo que llegaría en una hora y colgó. Chikako terminó sus tareas domésticas y, se dirigió después a la pastelería para comprar algún dulce que servir a su invitada. Todavía no tenía noticias de Kazuki Tada. Le preocupaba que su prometida notara algo extraño en el comportamiento de su novio, resultado de su dilema con Junko Aoki. Quizá siguiera a Tada para averiguar algo y, dadas las condiciones climatológicas, a Chikako no le parecía muy apropiado que, en su estado, anduviera por las calles.

Makihara estaba convencido de que Junko Aoki se pondría en contacto con Tada, pero Chikako apostaba a que no lo haría. Tanto el uno como el otro habían fallado en su intento de llegar juntos hasta el final, de cometer un crimen a cuatro manos. Y ahora que Junko sabía que Tada estaba prometido y pronto sería padre, lo más lógico era que mantuviera las distancias.

Si tal y como la propia Junko había afirmado a Tada, se veía a sí misma como una justiciera que había vengado la muerte de su hermana y, al mismo tiempo, calmado su sufrimiento, tal vez entendiera que Tada ya no la necesitaba, y no quisiera poner en peligro su oportunidad de ser feliz.

Por otro lado, Tada era el único vínculo con Junko Aoki del que los detectives disponían. Si lo dejaban marchar, Makihara perdería la oportunidad de atraparla.

Chikako se inclinó sobre el fregadero de la cocina, absorta en sus pensamientos. Si lograran arrestar a Junko y comprobaran que, en efecto, era capaz de romper cuellos al despedir ondas de energía, encima inflamables; si incluso lograran sacarle confesiones escritas… No valdría de nada. Seguirían con las manos vacías. Ningún tribunal podría juzgarla. De vez en cuando, algún chiflado afirmaba haber pronunciado una maldición para acabar con la vida de alguien. Tanto daba lo convincente de dicha confesión, puesto que el caso acababa clasificado como «No admisible». Eras libre de creer lo que quisieses, pero la ley no lo reconocería jamás. No cabía duda, Makihara también era consciente de ello. Aunque en su caso, todo era distinto: necesitaba dar con Junko Aoki, no ya como policía, sino como el hermano mayor del pequeño y difunto Tsutomu. La meta de Chikako, por el contrario, era más prosaica. Ella solo quería resolver el caso, ponerlo todo por escrito y entregar el informe a sus superiores.

Con la llegada de Michiko Kinuta, Chikako se sintió aliviada de posponer ese debate mental sobre poderes sobrenaturales.

De algún modo, Michiko parecía más pequeña que cuando Chikako la conoció. Se la veía desanimada y sus mejillas habían perdido todo rubor.

– El tío Ito me ha soltado un buen sermón.

Chikako intentó tranquilizar a Michiko acomodándola en su sillón más acogedor, pero en cuanto ésta tomó asiento, se quedó en el borde, nerviosa.

– No creo que cometiese un error tan garrafal en su modo de acercarse a la pequeña Kaori.