– Quisiera mantener el contacto con los Sada y seguir rastreando sus actividades independientemente de hacia dónde nos lleve este caso. Así que fue la oportunidad de hacerlo.
– Estoy impresionado -admitió Makihara.
– Es todo un cumplido. ¿Tiene alguna noticia más de Kazuki Tada?
– Me ha proporcionado los nombres de ciertos lugares a lo que fue con Junko Aoki cuando buscaban a Masaki Kogure. En algunos, le mostró sus poderes. Una vez, llegó a carbonizar a un perro callejero.
Chikako miró la foto de nuevo. «¿Esta chica tan dulce es capaz de prender fuego a perros callejeros?»
– No puedo quedarme de brazos cruzados -prosiguió Makihara-. Quizá lo contacte, quizá no. Puede que regrese a los lugares en donde estuvieron juntos, pero puede que no. Tanto me da, pienso ir a todos esos sitios.
– Vale. Le acompañaré y le ayudaré con sus pesquisas.
– ¿Está segura? A nadie de mi departamento le interesaría lo más mínimo nada de lo que haga, pero usted es diferente.
– Mis vacaciones van para largo -declaró Chikako-. Lo único que tienen en comisaría son mujeres que prenden fuego a papeleras cuando sus hijos sacan malas notas o sus maridos las engañan. Nadie va a preguntarme en qué ando metida. -Lo miró de soslayo, aguardando su respuesta. Su expresión era sumamente grave.
– ¿Detective Ishizu?
– ¿Sí?
– Hablaba muy en serio.
– ¿Sobre qué?
– Los Guardianes infiltrados en la policía.
El Tower Hotel asomaba a lo lejos.
– ¿Tiene alguna prueba?
Makihara asintió.
– ¿ Recuerda cuando Tada comentó que Junko y él atentaron contra la vida de Masaki Kogure en Hibiya Park?
– Sí. Kazuki Tada puso en marcha el coche antes de que Junko pudiera rematar a su objetivo. Pero el poder se le fue de las manos y casi acaban ardiendo en el coche en el que iban montados.
– Se detuvieron en una gasolinera en Ginza para apagar el fuego. Creí recordar que los empleados habían sido interrogados, de modo que ayer pasé por allí y hablé con el encargado. Lo recordaba perfectamente y me dijo que algo en ellos le hizo albergar sospechas. Llamó a la policía una vez se fueron y vio las noticias sobre el incidente del Hibiya Park.
Ahora Chikako estaba confusa.
– Incluso llegó a proporcionar el número de matrícula de dicho coche. Dos detectives acudieron de inmediato e interrogaron al encargado y a todos los empleados sobre lo que habían presenciado. Una semana más tarde, el encargado recibió una llamada de uno de los detectives. Le agradecía su cooperación, pero dijeron que habían corroborado la información y que los sospechosos no tenían nada que ver con el incidente de Hibiya Park. Ahí acabó todo.
Makihara lanzó a Chikako una mirada cargada de significado.
– Así que, eché un vistazo a los informes policiales.
– ¿Y? -le instó a continuar.
– No hay constancia de la llamada de la gasolinera ni de la investigación llevada a cabo por los dos detectives. Nada. – Claramente enfadado por la situación, Makihara se desvió con brusquedad hacia el aparcamiento del hotel. Las ruedas del automóvil rozaron el bordillo de la acera-. Imagino el resto. Probablemente era la primera vez que los Guardianes oían hablar de Junko Aoki. Debían asegurarse de que la policía no fuera tras ella. Todo lo que rodea a la joven y sus poderes piroquinéticos es terreno reservado.
Chikako tenía que reconocer que las palabras de Makihara empezaban a cobrar sentido.
– Si supiese lo que le sucedió a mi hermano, no me importaría lo que la policía hiciera. -Makihara tenía la mandíbula apretada, en un gesto de determinación-. Usted persigue otro objetivo. -Chikako guardó silencio mientras Makihara buscaba plaza en el aparcamiento subterráneo. Una vez la encontró, aparcó y apagó el motor, fue ella quien intervino.
– Makihara, ¿cree que Tada tiene una buena relación con su prometida? Ella no sabe nada acerca de esto, ¿verdad? ¿No cree que estará preocupada?
– Él me dijo que todo va bien entre ellos -repuso el detective.
– En ese caso, bien -sonrió Chikako-. ¡Vamos!
Salió del coche y se encaminó hacia la entrada del hotel. Oyó que Makihara cerraba la puerta de un golpe. Desconocía si estaba enfadado o eufórico.
Los pilló por sorpresa que el ama de llaves de los Kurata, Fusako Eguchi, los recibiera con lágrimas en los ojos. Los tres se sentaron a una mesa contra la pared de la cafetería, donde se acomodaron, bajo la sombra de una enorme planta decorativa.
– ¿Cómo están Kaori y su madre? -preguntó Chikako. Fusako se enjugó los ojos con un pañuelo mientras intentaba encontrarse la voz.
– La señorita Kaori no come bien y está perdiendo peso. Eso sí, duerme a pierna suelta. En cuanto a la señora Kurata se siente mucho más tranquila que en casa.
– ¿Qué hay de los fuegos? ¿Ha habido más? -El rostro de Fusako se iluminó por primera vez ante la pregunta de Makihara.
– No ha habido ninguno desde que nos mudamos al hotel.
– Es una buena noticia. -De modo que Kaori se sentía más tranquila y estable.
– ¿Dónde están ahora?
– La señorita Kaori está nadando en la piscina del hotel, y su madre está con ella. -Fusako echó un vistazo a su alrededor, antes de posar la vista en Makihara-. La señora me ha dicho que confía en usted.
– ¿Eso ha dicho?
– Sí. Cuando le comuniqué que quería hablar con usted me instó a llamarlos y a contarlo todo. Yo deseaba que me acompañase, pero no queremos que Kaori se entere, y tampoco podemos dejarla sola.
Chikako acercó la silla a Fusako, como si intentara darle ánimos para hablar.
– Estamos deseando escuchar cualquier cosa que tenga que contarnos.
– De acuerdo, entonces. El otro día, el señor Kurata me convocó en su oficina. Tenía un asunto importante que discutir conmigo, según parecía. Cuando llegué, todos se habían marchado, incluida su secretaria. Me pidió que lo ayudara a sacar a Kaori del hotel. -Fusako enmudeció un instante y, a continuación, preguntó-: ¿Saben que están en trámites de divorcio?
– Sí, estamos al tanto. Sabemos que es lo que la señora Kurata desea.
– Exacto. Dice que no pedirá nada siempre y cuando pueda tener la custodia exclusiva de la señorita Kaori.
– Claro. Y el señor Kurata también quiere lo mismo.
– Bueno, es el padre, y entiendo cómo se siente. -Era obvio que a Fusako le costaba posicionarse-. No sé qué ha ocurrido entre ellos dos. Estoy segura de que hay muchas cosas que se me escapan. Sé que el señor parece querer tanto a la niña como su madre. Jamás le ha levantado la mano, ni siquiera le ha soltado una reprimenda. Fui yo quien sugirió informar a la policía sobre los incendios. El señor Kurata se opuso. Alegó que la señorita Kaori era una niña muy sensible, y que sería mejor para ella mudarse o cambiar de colegio antes de verse rodeada por extraños que la acribillaran con preguntas.
Chikako comprobó la reacción de Makihara. Tenía las palmas de las manos juntas, y descansaba la nariz contra ellas como si no quisiera perder ni una sola palabra del testimonio de Fusako.
– Lo que me preocupa es que el señor asegura que la señora está enferma.
– ¿Enferma?
– Sí, un trastorno mental, según me explicó. Comentó que siempre ha sospechado que los incendios eran obra de la señora.
– ¿Y por qué haría algo así?
– Dice que quiere arrojar sospechas sobre la señorita Kaori para que se sienta asustada y así poder aislarla de la sociedad. -Fusako los miró antes de continuar-: Y añade que prueba de ello es que ambas vivan en un hotel, y la señorita Kaori no esté asistiendo a la escuela.
– Así que, ¿le ha pedido que lo ayude a apartar a Kaori del enfermizo amor de su esposa?
– Eso es -aseveró Fusako. Por lo visto, se estaba quitando un peso de encima.
– Pero, naturalmente, no ha hecho lo que le ha pedido.