– Le rogué que me dejara pensarlo. Le dije que para mí era muy difícil hacer algo semejante.
– ¿Y fue por eso por lo que el señor Kurata la contrató de nuevo?
Fusako se puso pálida.
– Yo nunca…
– Sí, sé que su conciencia no le permitiría actuar movida por un soborno. Y esa es la razón por la que se lo confesó todo a la señora Kurata y decidió hablar con nosotros. ¿Estoy en lo cierto?
– Sí.
– ¿Y qué le ha prometido el señor Kurata?
– Dinero. -Su voz cayó hasta no ser más que un susurro-. Treinta millones de yenes.
Chikako se quedó sin respiración.
– Es un buen pellizco.
– Sí, pero eso no es todo. Mi madre está internada en un asilo. – Fusako agachó la cabeza-. Lleva allí quince años, y necesita atención las veinticuatro horas del día.
– Señora Eguchi, ¿tiene usted más parientes?
– No, soy soltera. Nunca he considerado la idea del matrimonio. No tengo hermanas ni hermanos, y soy la única que puede ocuparse de mi madre. He dedicado toda mi vida a ello. -La expresión de Fusako disimulaba el profundo cansancio y la soledad de su existencia-. El señor Kurata ha prometido encontrar un lugar mejor para mi madre. Dice que cuidará de ella el resto de su vida. Según sus palabras, los treinta millones de yenes son para mí, para hacer lo que yo quiera.
Tanto dinero aseguraría el futuro de Fusako.
– ¿Ha estado tentada a aceptar su oferta?
Fusako negó con la cabeza, triste, a la pregunta directa del detective.
– Por supuesto que sí. Pero jamás podría traicionar a la señora. Ella siempre ha sido buena conmigo, y nunca he sufrido ningún desaire bajo su techo. Yo no creo que esté enferma. Es muy buena y, desde que trabajo con ella, me siento mucho menos sola. Perder a su hija la mataría, y jamás podría permitir que algo así sucediese. He rechazado la oferta del señor Kurata.
Al mirar a Fusako, Chikako se dio cuenta de que hasta la gente más humilde puede llevar a cabo impresionantes actos de generosidad en los momentos más críticos de su vida.
– ¿Cuándo sucedió eso?
– Ayer. Lo llamé para comunicarle mi decisión. -Entonces, describió la reacción del señor Kurata-. Dijo que lo lamentaba mucho porque contaba conmigo para manejar el asunto con la mayor discreción y tranquilidad posible, pero que ahora debería tomar medidas más drásticas. Su voz fue tan fría que me asusté. Fue entonces cuando decidí contárselo todo a la señora. ¿Se referirá quizá a poner en marcha recursos legales para apartar a la señorita Kaori de su madre? ¿O acaso se guarda un as bajo la manga? ¿Qué puedo hacer yo para protegerlas?
Makihara se quedó inmóvil, y cerró los ojos un instante, reflexionando. Estaba tan quieto que Chikako pudo percibir los jadeos de Fusako.
– Cuando se negocia un divorcio, ambas partes contratan a su representante legal. -Makihara abrió finalmente los ojos-. ¿Confía la señora Kurata en su abogado?
– Sí, eso creo. Lo conoce desde antes de su matrimonio. Es el asesor legal del hospital de la familia.
– En ese caso, él podrá reconocer cualquier trampa legal que pueda tender el señor Kurata, y sabremos qué hacer al respecto. Mientras Kaori prefiera quedarse junto a su madre, el señor Kurata no podrá ampararse en la ley. -Tras una breve pausa, continuó-: El problema radica en posibles acciones más… directas. Como el secuestro, por ejemplo.
– ¿Cree que intentaría hacer algo semejante? -preguntó Chikako-. El señor Kurata es un hombre muy conocido y respetado.
– Puede contratar a alguien para hacerlo.
– Entonces, ¿eso significa que es peligroso para ellas que el señor sepa dónde se alojan? ¿Sería mejor que se mudasen a otro sitio? – preguntó Fusako.
– ¿No pueden acudir a casa de la familia de la señora Kurata? Ese sería el lugar más seguro.
– Si fuera posible… -dijo Fusako con un aire de melancolía.
Chikako terminó su frase.
– Si fuera posible, ya estarían allí. ¿Hay alguna razón que les impida hacerlo?
– Su hermano quiere presentarse a alcalde…
Eso lo explicaba todo. Si se refugiaba en casa de su hermano, y su marido iba tras ella y montaba una escena, todo ello derivaría en un escándalo que podría arruinar las posibilidades de su hermano en la carrera electoral. Esconderse allí, jugaría a favor del señor Kurata.
– Entonces, es mejor que permanezcan en Tokio -concluyó Makihara-. Será más seguro para ellas encontrarse en algún lugar donde siempre haya gente alrededor. Un lugar aislado podría ser más peligroso, sobre todo un lugar desconocido para ellas.
– ¿Deberían cambiar de hotel?
– ¿Cómo las trata la dirección de este? Comprenden la situación y están haciendo lo que pueden para preservar su seguridad, ¿no es así?
– Sí, están cooperando mucho. -Fusako se volvió hacia Chikako-. El hotel lo lleva una mujer.
– Y las mujeres tienden a cuidar las unas de las otras -añadió Chikako.
– Entonces, razón de más para que permanezcan aquí -concluyó Makihara-. No tenemos garantía de que otros hoteles vayan a responder igual. No permita que ningún desconocido se acerque a ellas. Sus salidas del hotel han de reducirse a un mínimo. A Kurata le costará hacer cualquier movimiento. Nosotros, desde luego, haremos todo lo que esté en nuestras manos. Si alguien intenta abrirse paso hacia ellas, contacte con nosotros y estaremos aquí tan rápido como sea posible.
Chikako asintió.
– De acuerdo, entonces -anunció Fusako-. Estaré alerta.
– Muy bien -repuso Makihara-. Usted es su única y mayor defensa. Por cierto, señora Eguchi, ¿le gusta tomar fotos? -Tanto Fusako como Chikako le lanzaron una mirada cargada de interrogación-. ¿Sabe cómo utilizar una cámara?
– No he viajado nunca. No he tenido ocasión de tomar muchas fotos, la verdad.
– Eso no importa. Yo le enseñaré. Volveré en una hora y llamaré a su habitación desde recepción.
– ¿Qué va a pedirle que haga? -inquirió Chikako.
– Voy a darle una cámara muy pequeña para que pueda tomar fotos de la gente que entra y sale del hotel, cualquiera que parezca sospechoso o intente acercarse a Kaori o a su madre en el vestíbulo, en la piscina. Incluso aquellos que se sienten junto a ellas en el restaurante. También deberá fotografiar a las limpiadoras y a cualquier miembro del personal que entre en la habitación. Sabremos de inmediato si no encajan en la situación. La cámara es tan pequeña que podrá llevarla encima, camuflada de collar. Si es discreta, nadie sabrá que se trata de una cámara.
– ¿Cree que podré hacerlo? -Fusako parecía insegura y abría y cerraba las manos como si quisiera armarse de valor. Entonces, declaró-: ¡Tengo que hacerlo! ¡Seré una espía! -Y con ese tono de confianza, se marchó.
Chikako se volvió hacia Makihara.
– ¿Cree que los Guardianes intentarán acercarse a ellas?
– Estoy casi completamente convencido. Por desgracia, solo dispondremos de un minuto para reconocerlos, pero las fotografías pueden ser de utilidad para la investigación.
– De cualquier modo, no nos quedan muchas cartas que jugar – accedió Chikako-. Mientras compra la cámara, iré a visitar algunos de los lugares a los que Junko Aoki acudió con Kazuki Tada. Déjeme ver su lista.
Capítulo 29
Cuando Junko llegó a casa, visualizó en la pantalla del ordenador una ventana que anunciaba correo entrante. Colgó el abrigo, se inclinó sobre el ordenador y pronunció: «Incendiaria». En la pantalla, asomó el ángel sobre el fondo azul, y Junko hizo clic sobre el icono. Fue a enchufar la calefacción del apartamento y, cuando regresó, encontró las fotografías de tres mujeres en la pantalla. Junto a cada una de ellas, había un breve perfil.
Al estudiar todo de cerca, comprobó que las dos primeras eran adultas y, la tercera, una niña. La que respondía al nombre de Fusako Eguchi aparentaba más edad de la que indicaba la descripción. Yukiko Kurata, por otro lado, era una mujer hermosa que parecía mucho más joven. La tercera, Kaori Kurata, hija de Yukiko, era una niña preciosa de unos trece años que guardaba un pasmoso parecido con su madre. Al final de las respectivas reseñas, se mencionaba que las tres vivían actualmente en el Tower Hotel de Akasaka. Junko frunció el ceño. ¿Qué tipo de vida era ése para una niña tan pequeña?