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Había una pequeña caja secreta en un rincón del corazón de Junko. Ella era consciente de que estaba ahí. Y por eso andaba con sumo cuidado para guardar las distancias. Sin embargo, en aquel preciso instante, se daba cuenta de que se estaba acercando peligrosamente… ahí. Sentía que la caja explotaba. Había esperado el momento oportuno. Junko pudo oír el sonido sordo cuando se abrió y descubrió el recuerdo de un niño pequeño convertido en una bola de fuego. Podía sentir el frío metal de la escalera del tobogán en el oscuro parque, saborear las lágrimas que le descendían por las mejillas hasta sus labios. El niño corría de un lado a otro, envuelto en llamas. Podía ver sus ojos, asustados, conforme se derretían bajo el calor infernal. Podía oler la carne quemada. Entonces, escuchó a alguien gritar. «¡Tsutomu! Tsutomu! ¡Ayuda! Tsutomu, ¿qué ha pasado?»

Y a continuación, también pudo oír su propia voz: «¡No quise hacerlo! ¡No era mi intención!». Junko empezó a jadear. Se quedó inmóvil, con los nudillos blancos. El silencio cayó. Por fin, oyó la voz de Koichi.

– ¡Eh! ¿Estás bien? -preguntó con suavidad Koichi-. He oído algo caer.

– Ha sido el teléfono. -Junko lo recogió y lo colocó en la mesa. Le temblaban las manos.

– Entonces, no prendes fuego a nada cuando estás sola en casa.

– Eso es porque de niña pasé mucho tiempo aprendiendo a controlarme. -Junko aspiró una profunda bocanada de aire, y cerró los puños para contener sus emociones, y el temblor de sus manos-. Esa niña tiene que aprender a controlar el poder, como yo lo hice, para que no asesine a nadie por error.

– Junko, ¿fue eso lo que sucedió cuando eras pequeña? -inquirió Koichi.

Durante unos pocos segundos, Junko no lograba decidir qué hacer: guardar silencio, negarlo o contarle toda la verdad. Al final, se decantó por la opción más fácil.

– Sí. Pero no quiero hablar de ello.

– Entiendo.

Junko tenía ganas de echarse a llorar. No podía entender qué la hacía sentirse tan débil de repente. Deseó que Koichi estuviese con ella y no al otro lado del teléfono. Quería que la abrazase hasta que cesaran los temblores.

– Nosotros dos cuidaremos de Kaori -dijo Koichi en un intento por tranquilizarla-. ¿Recuerdas que te dije que tengo una casa en el lago Kawaguchi?

– Sí.

– Es allí donde vamos a llevar a Kaori. Podrás formarla hasta que quedes satisfecha con el resultado. Nos quedaremos allí una temporada, y podremos estar tranquilos. Ahora mismo no hay nada que no sea nieve y hielo. Será perfecto para las dos.

– ¿Debemos separarlas de su padres? ¿Por qué no puede acompañarnos al menos la madre?

– Es una pena -repuso Koichi con suma emoción-. Pero si es necesario, tendremos que llevarnos a la niña a la fuerza.

Junko se remitió de nuevo a las fotografías de la niña y la madre. Se parecían mucho.

– Su madre pretende asesinarla -explicó Koichi-. Y suicidarse después. Así de perturbada está con este asunto. Y ya lo ha intentado. Si no hacemos algo puede que sea demasiado tarde.

Junko se aferró al auricular, y asintió.

– Si ese es el caso, lo entiendo.

– Mañana por la noche pasaremos a la acción. No tenemos mucho tiempo, y es una misión difícil. Nada de batallas. Lo único que debemos hacer es elegir bien nuestras palabras, eso es todo. Deberíamos reunimos para ultimar detalles, de modo que veámonos en algún restaurante del Tower Hotel. Podemos echar un vistazo, y también encontrarnos con otro miembro de los Guardianes que nos dará toda la información.

«Así que, finalmente, voy a conocer a otro miembro», pensó Junko, satisfecha.

– ¿ Quieres que vaya a recogerte?

– No, nos veremos allí.

De súbito, Koichi adoptó su habitual tono de mofa.

– Dime, ¿qué te has hecho en el pelo?

Capítulo 30

Tras un buen rato de indecisión, Junko acabó eligiendo un vestido de lana de color borgoña. Cuando se lo vio puesto, se sintió avergonzada. Era demasiado corto. Se disponía a elegir otra prenda cuando se dio cuenta de que ya llegaba tarde. Tendría que aguantarse. Cogió su abrigo y salió corriendo de su piso. Ya que no estaba acostumbrada a vestir de ese modo, no podía evitar observar su reflejo en los escaparates del metro. A punto estuvo de tropezar y caer al suelo. Le quedaban diez minutos. Los tacones de sus botas nuevas repicaban en la acera de camino al Tower Hotel. En cuanto entró en el vestíbulo, se percató de las miradas de los jóvenes trajeados, y sonrió para sí misma. No era muy habitual que alguien volviera la cabeza a su paso.

Había una gran variedad de restaurantes en las distintas plantas. Koichi había quedado con ella en el italiano situado en la entreplanta. Un camarero la recibió, pero antes de que pudiera mencionar a nombre de quién estaba hecha la reserva, «Kido», divisó a Koichi que le hacía gestos desde una mesa para cuatro. Iba vestido con su habitual estilo casual.

– Menudo escándalo has formado de camino hasta aquí -dijo Koichi, obviamente de buen humor-. Con todos esos hombres silbándote.

Junko se acomodó en su asiento y procuró ignorar el comentario. Cuando apartó la mirada en un gesto de fingida indiferencia, los rizos le cayeron sobre el hombro.

– El pelo te queda genial así.

– Gracias.

– El vestido también. Por fin, llevas algo que te compré.

– Como dijiste, es un uniforme de trabajo, ¿no?

– Así que, cuando estás en tu apartamento, ¿eres la Junko de siempre, con tus vaqueros?

– Claro que sí. Así soy yo. ¿Qué le vamos a hacer?

– Entonces, la próxima vez tendré que regalarte un bonito apartamento para que te vistas así incluso estando en casa. -Koichi se encogió de hombros con despreocupación y añadió-: O podrías ahorrarte tiempo y venirte a vivir conmigo.

Junko distinguió el tono de seriedad que subyacía tras esa broma y respondió con una enigmática sonrisa.

– ¿Nos ponemos manos a la obra? Kaori viene a cenar, ¿no?

– Tienen reserva para las seis y media -suspiró Koichi-. Comer fuera de casa no puede ser bueno para un niño.

– ¿Y cuándo viene el otro miembro de los Guardianes?

Koichi desvió la mirada hacia la puerta.

– Ya debería estar aquí. Pero hoy es fiesta, así que quizá tarde un poco.

– ¿Fiesta?

– Es veintitrés de diciembre, el cumpleaños del Emperador. ¿Lo has olvidado?

– Desde que no trabajo, he perdido la noción del tiempo.

– Bueno, ¿sabes qué día es mañana?

– ¡Pues claro! -rió Junko-. Nadie olvidaría la víspera de Navidad.

– Será nuestra primera Nochebuena juntos. -Tendió las manos, en un gesto de cómico enfado-. De todos los días para llevar a cabo una misión, han tenido que elegir el más romántico. Vaya jefes tan crueles tenemos.

El restaurante tenía el aforo casi completo y un agradable vocerío los rodeaba. Del lujoso ambiente se desprendía el olor a especias y un indefinible aire de satisfacción que alguien más acostumbrado quizá ya no pudiera distinguir. Sin embargo, un forastero sí que podía apreciarlo. Sentada ahí con Koichi, como si fuera lo más natural del mundo, Junko se dejó llevar y saboreó el agradable momento.

– ¿Qué pasa? -Koichi la miraba desconcertado.

– Nada -dijo Junko, negando con la cabeza-. Es que no suelo venir a lugares como este. Siempre he llevado una vida más sencilla.

– Pues encajas perfectamente en ésta -aseguró Koichi y, alegre, sentenció-: Y no te preocupes, no tardarás en acostumbrarte. – Entonces, miró de soslayo a la entrada y la sonrisa se le borró de la cara-. Mira, por aquí viene.

Junko se quedó tensa. Controló el impulso de girar la cabeza de inmediato y, tras un instante, echó un casual vistazo por encima del hombro en dirección a la puerta. Sus nervios se disiparon parcialmente al divisar a un hombre bajito de avanzada edad que se encaminaba hacia la mesa, sonriente.