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– Siento llegar tarde -dijo-. Hay mucho jaleo en la calle.

Junko reparó en el semblante rígido de Koichi cuando miró al hombre. ¿Por qué le impondría tanto la llegada de un colega?

– Permiso. -El hombre apartó una silla y se acomodó. Soltó un gruñido de alivio-. ¿No ha llegado aún nuestro objetivo?

Koichi permanecía impasible, como si desaprobara todo aquello.

– ¿Tú estás en esta misión? -preguntó en voz baja.

– Sí, yo.

– ¿Y por qué tú? -preguntó bruscamente Koichi-. No tienes nada que ver con esto. Nadie me ha dicho que ibas a participar… ¿Por qué estás aquí?

– El supervisor se ha puesto enfermo -explicó el hombre, cargado de paciencia-. Yo era el único disponible en este momento, pero me han puesto al tanto de todo. De modo que aquí estoy.

– ¿No es aún demasiado pronto…?

El hombre se apresuró a desplegar la servilleta blanca y a colocársela en el cuello de la camisa.

– Ya sabes lo que se dice -sonrió-. Cuando te caes de un caballo, es mejor que vuelvas a subirte pronto o si no, jamás lo harás. Es parecido, ¿sabes?

– Dicen lo mismo de los aviones -añadió Junko, en un intento por atenuar la tensión entre ellos. Aunque no tenía ni idea de qué estaban hablando.

Por primera vez, el hombre la miró. Las patas de gallo que se extendían hacia sus sienes eran profundas y le daban un aire bondadoso a su rostro. Si el padre de Junko siguiera vivo, tendría la misma edad que ese hombre. No llevaba un traje extremadamente caro, y bajo este, lucía un chaleco de lana roja que parecía hecho a mano. Era el modelo perfecto de marido y padre.

– Usted debe de ser Junko.

– Sí.

– Es tan bonita como todos dicen.

No hubo nada desagradable en su mirada cuando pronunció aquellas palabras, pero a Junko le pilló por sorpresa. «Tengo la sensación de que me reconoce de otro sitio. Es casi como si estuviera comparando mi antigua yo con la que me he convertido».

– Perdone, ¿nos hemos visto antes?

Se oyó un estrépito. Koichi acababa de volcar su copa.

– Os presentaré -dijo entre risas mientras absorbía el líquido con una servilleta-. Este tipo es el tercero en discordia.

– A su servicio. -El hombre inclinó la cabeza-. Haré lo posible por no entorpecer la marcha.

– Si nos das toda la información, nos encargaremos del resto.

– No, no puedo permitirlo. Ya sabes, es la primera vez de Junko.

– No te preocupes por ella -contestó Koichi, aún radiando hostilidad-. Es mucho más fuerte que tú.

– De eso no cabe duda. -De nuevo, el hombre clavó la mirada en Junko. Y, una vez más, ésta sintió que sus ojos la evaluaban.

– Lo siento, pero no me he quedado con su nombre…

Koichi interrumpió a Junko.

– A él no le gusta que lo llamen por su nombre. No sé por qué le preocupa tanto ocultarlo, pero tendremos que utilizar su apodo.

– Por favor, llámame Capitán -dijo.

– ¿No le pega nada, no crees? -resopló Koichi.

– No sabría qué decir -sonrió Junko-. Pero si no le molesta, me gustaría saber por qué ha elegido ese nombre. ¿Le gusta el océano? ¿Tiene usted un barco, quizá?

– No, no tiene nada que ver con eso -dijo el hombre, negando con la cabeza.

– Solo es para hacerse el interesante -interrumpió Koichi.

– ¡No te pregunto a ti, sino a él!

El Capitán lanzó una sonrisa tranquilizadora en dirección a Koichi y, entonces, se volvió hacia Junko.

– Tengo una hija y un nieto, y vivimos junto al mar. A todos nos gustan los barcos, sobre todo, a mi nieto.

– ¿Cuántos años tiene?

– Cuatro. Fue él quien me apodó así. Uno de mis amigos, de hecho, es capitán de un crucero, y cuando viene a visitarnos de vez en cuando, me gusta probarme su gorro. Eso le hace mucha gracia a mi nieto, y mi hija dice cosas como: «En nuestra casa, el abuelo es quien manda, así que él es el Capitán».

– Es una bonita historia.

El Capitán agachó la cabeza.

– En realidad, no soy nadie, ni en casa ni en ningún otro sitio. Le prometí que algún día compraría un barco de verdad, aunque fuera uno pequeñito, para que pudiera llamarme Capitán con todas las de la ley.

Junko seguía sonriendo, pero se dio cuenta de que la historia concluía en pasado y, de súbito, dudó si seguir preguntando. Del mismo modo, se sentía incómoda ante el obcecado empeño de Koichi en no sumarse a la conversación. ¿Por qué estaba siendo tan maleducado?

– El camarero se acerca -les advirtió, algo aliviado cuando se volvió hacia ellos y se cruzó de nuevo de piernas. El Capitán también parecía impaciente por concentrar su atención en el menú.

Pidieron una comida ligera y una botella de vino. En cuanto el camarero terminó de anotar la comanda y se retiró, Koichi anunció:

– Ahí están.

Junko echó un vistazo y divisó a Kaori, a la señora Kurata y a Fusako Eguchi.

– Van a todos lados juntas -añadió el Capitán, sin apartar la mirada de las tres mientras las acompañaban hacia una mesa situada en el centro del comedor-. Así que, te necesitamos, Kido.

Junko estaba observando a Kaori, hipnotizada. Era una niña débil, algo pálida y apática, y aparentaba menos de trece años. Su bonito rostro carecía de la vitalidad que cualquiera esperaría ver en una niña de su edad.

La señora Kurata dijo algo a Kaori cuando tomaron asiento, y el rostro de la niña se iluminó inesperadamente con una sonrisa que también pareció dotar de luz a todo lo que la rodeaba. Fusako Eguchi aportó su grano de arena a la conversación, y las tres se echaron a reír. Junko no podía oír sus voces, pero imaginaba la feliz sonrisa de la niña.

– Llamaremos la atención si no dejas de mirarlas así -masculló Koichi. Junko asintió y apartó la mirada. Durante la cena, el Capitán, Junko y Koichi organizaron metódicamente el plan para el día siguiente. Ultimaron detalles con suma tranquilidad, casi como si sus objetivos no se encontraran a pocos metros de ellos.

– Se alojan en la suite de la planta veintiocho, habitación 2825 -informó el Capitán-. Empezaréis mañana por la tarde, a las ocho y media. Tienen reserva para la cena de Navidad en el restaurante del piso de arriba, a las seis y media. Es de suponer que no regresarán a la habitación hasta pasadas las ocho. No creo que salgan de nuevo, puesto que están con la niña.

– ¿Fusako Eguchi se aloja con ellas?

– Sí.

– ¿El hotel registra las visitas a las suites?

– Probablemente no. Ya que es Nochebuena, el personal andará atareado tanto con los invitados como con los clientes que se hospedarán esa noche. Pero para estar más seguros, tomaremos ascensores diferentes.

– ¿Y cuando llamemos a la puerta, crees que nos abrirán?

– Ahí entro yo. Paso por un anciano inofensivo -rió ligeramente el Capitán-. Aunque deberías saber que la señora Eguchi ha pedido consejo a la policía para evitar que el señor Kurata se lleve a su hija.

– ¿Qué policía? -Koichi esbozó una mueca de preocupación.

– Bueno, ahí viene lo interesante. Ayer averiguamos que ha estado hablando con un detective llamado Makihara, del distrito de Arakawa. Aún no sabemos gran cosa sobre él.

– Me pregunto si tienen algún vínculo personal.

– Podría ser. Tal vez sea el hijo de un primo o algo parecido. Al parecer, ayer por la tarde, se reunieron en la cafetería. Les acompañaba otra mujer, pero no hemos podido identificarla todavía. Makihara y ella se separaron en cuanto salieron del hotel. Ella tomó el metro.

– Quizá sea una amiga de la señora Eguchi y solo acudió para hacer las presentaciones.

– Es posible. En cuanto a Makihara, se marchó y regresó una hora más tarde. Preguntó en recepción por la señora Eguchi. Ella bajó a recogerlo para llevarlo a la suite. Cuando apareció de nuevo, una hora más tarde, estaba con la señora Kurata y no con la señora Eguchi, de modo que tuvo que hablar con las dos.