– Esto me da mala espina -dijo Koichi, arrugando la nariz-. Es la primera vez que oigo que la policía está indagando en el asunto. Será mejor que tomemos las precauciones necesarias.
– Oh, no es para tanto. No creo que tengamos que preocuparnos por el tal detective Makihara. No puede hacer gran cosa por su cuenta. Al fin y al cabo, la policía no suele inmiscuirse en casos de divorcio y disputas por custodia.
– Una vez que saquemos a Kaori de aquí mañana, ¿qué ocurrirá?
– El señor Kurata y su abogado se encargarán de todo. No tienes de qué preocuparte.
– ¿No crees que el personal del hotel sospechará algo?
– De darse el caso, no podrán hacer nada.
El plan en sí mismo era simple. El Capitán llamaría a la puerta y aseguraría venir de parte del detective Makihara, así que Fusako Eguchi le abriría. Y en cuanto lo hiciera, Koichi le daría un pequeño «empujón». Bajo el hechizo, la señora Eguchi diría a la señora Kurata que Makihara había venido a discutir un asunto urgente con ella pero que no quería hacerlo delante de Kaori. Entonces, añadiría que el detective la esperaba en el vestíbulo, y que ella se quedaría cuidando de la niña.
La señora Kurata bajaría. Si mostraba la más mínima duda o sospecha, Koichi le daría un «empujoncito» en cuanto se acercara a la puerta. Así conseguirían que Kaori y la señora Eguchi, una marioneta para entonces, se quedaran solas en su suite.
– Y ahí es donde entra en juego Junko. Será ella quien nos ayude a sacar a Kaori de allí. Junko, le dirá que posee la misma capacidad que ella, y eso la tranquilizará. Hágale ver que su padre está preocupadísimo por ella y que hemos acudido en su ayuda.
– Quizá no sea tan fácil… -Junko volvió ligeramente la cabeza para mirar a Kaori. La niña apartaba a un lado la comida del plato. No parecía tener mucho apetito. Su madre bebía vino mientras que Fusako Eguchi hablaba con ella y manoseaba el horrible collar que le colgaba del cuello.
– A la señora Kurata la gusta beber -masculló el Capitán-. No solo una copa o dos. Últimamente empina demasiado el codo.
– Y aparte de Kaori, ¿qué hacemos con la señora Kurata? No podemos dejarla aquí y marcharnos sin más.
– El señor Kurata la estará esperando en el vestíbulo. Le explicará que Kaori ha sido puesta bajo custodia preventiva. A la señora Kurata no le quedará otra que tranquilizarse y hacer lo que él diga.
De repente, Junko se sintió algo inquieta.
– No le hará daño ni la amenazará, ¿verdad?
– Por supuesto que no -negó el Capitán-. Solo vamos a quitarle un peso de encima. Eso es todo.
Junko miró al capitán y, a continuación, a Koichi. Este enarcó ambas cejas y esbozó una sonrisa.
– Eh, princesa, ¿recuerdas? Ya te lo he dicho. Nosotros siempre estamos del lado de la justicia.
Junko sostuvo la mirada durante un buen rato. Entonces, en un intento por imitarlo, también esbozó una sonrisa. El capitán se echó a reír.
– Parece que os lleváis bastante bien.
– Bueno, gracias por organizar nuestro encuentro -contestó Koichi.
– Es un gustazo ser joven -dijo el Capitán, como para sí mismo-. Y tener un montón de tiempo por delante.
Junko tuvo la sensación que sufría por alguna pérdida, y no solo por la de la juventud. ¿De qué se trataría? ¿Tendría algo que ver con su adhesión a los Guardianes?
– Se marchan.
Junko alzó la mirada al escuchar las palabras de Koichi. La madre de Kaori parecía algo mareada, y la niña le rodeaba su esbelta cintura con el brazo mientras se encaminaban hacia la salida.
«Buenas noches», dijo Junko en silencio. «Te veré mañana. Y ya no tendrás que temer nada.»
– Mi hermanita -masculló Junko.
Una vez que el Capitán se marchó, Junko y Koichi fingieron ser pareja y dieron un paseo por el hotel. Subieron a la planta veintiocho y pasaron frente a la puerta de las Kurata. Acto seguido, dieron media vuelta, entraron en el ascensor y subieron al bar que se encontraba en la planta de arriba. Se acomodaron en la barra, en unos taburetes. Junko tomaba a sorbos el cóctel dulce de color chillón que Koichi había elegido mientras ambos picoteaban de un cuenco de nueces. Le dijo el nombre de la bebida, pero en cuanto la conversación se desvió del trabajo y se encaminó hacia cosas más triviales, se olvidó por completo. Koichi no bebía porque tenía que conducir, pero estaba de buen humor y charlaron animadamente sobre su casa, familia, mascotas presentes y pasadas, con especial hincapié en su adorada siamesa, Visión.
– ¿Y dónde tienes a la gata? ¿En tu apartamento de Yoyogi o en tu casa del lago Kawaguchi?
– Me acompaña a dondequiera que vaya. No puedo dejarla sola tanto tiempo.
– Qué dulce eres.
– ¿Es un cumplido? ¿O estás siendo sarcástica, como de costumbre?
Junko le lanzó la cáscara de nuez en respuesta.
– Visión es una hembra, así que tienes razones para estar celosa. Las siamesas son muy sexys.
– Son muy orgullosas, ¿verdad?
– Es una reina -rió Koichi-. Y yo, su sirviente.
– Me gustaría verte servir a un gato.
Con los codos sobre la barra, Koichi la miró de soslayo.
– ¿Ah, sí? ¿Quieres venir a conocerla?
Junko sostuvo el vaso en la mano, y lo miró a los ojos. «Son más claros de lo que pensaba», se dio cuenta. Entonces, reparó en una tenue cicatriz, de unos dos centímetros de largo, justo sobre su ceja derecha. ¿Un recuerdo de una pelea de la infancia?
– ¿Cómo te hiciste esa cicatriz?
– ¿Esta? -Koichi la tocó, como haciendo memoria-. Adivina.
– Te caíste de un árbol.
– No, lo siento. Yo me crié en la ciudad. Me caí de la bicicleta.
– Pocos reflejos, ¿eh?
– ¡Error! -rió Koichi-. Descendía la colina a toda pastilla, como un rayo, y me estampé contra unos cubos de basura. Los vecinos fueron corriendo a avisar a mi abuelo. Por aquel entonces ya estaba jubilado y se encontraba todo el día en casa. Caminaba con un bastón, pero en ese momento, prácticamente se abalanzó sobre la montaña de basura y me sacó por el pescuezo. Entonces, la emprendió a golpes conmigo por haber armado tal estropicio.
Junko podía imaginarlo perfectamente, y se partió de risa.
– ¿Tienes un don para salirte por la tangente, verdad? -preguntó Koichi.
Junko observó su copa medio vacía.
– ¿Quieres otro? -sugirió.
– No, prefiero que vayamos a otro sitio -contestó Junko y dejó la copa sobre la barra.
– ¿Adónde?
– A un sitio que conozco. -Junko se bajó el taburete, y cogió a Koichi de la mano-. No está lejos de aquí.
El Sans Pareil estaba justo donde recordaba. A través del ventanal, pudo ver a los clientes charlando y riendo, bajo la luz tamizada que despedían las velas dispuestas en las mesas.
Junko alzó la mirada antes de abrir la puerta.
– ¡Han arreglado el letrero de neón! Hace tiempo solía venir por aquí, y faltaba la «P».
– Como un salón de juegos de pachinko que se va a pique.
Las mesas también estaban ocupadas, de modo que Junko y Koichi se acomodaron en la barra. El pidió un expreso y ella lo acompañó.
– Puedes pedirte una copa si quieres.
– No me arriesgaré a emborracharme y que te aproveches de mí.
– Yo no haría nada semejante. -Koichi parecía herido.
Enmudecieron, cual pareja después de una riña. «Puede que sí seamos pareja y hayamos tenido una disputa», pensó Junko.
– Solía venir por aquí sola -explicó Junko sosegadamente y con la mirada puesta en la vela de la barra-. Me encantaba estar rodeada de tantas velas.