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Christine Feehan

Fuego Salvaje

Nº 3 Serie Leopardos

Adoraba mucho estos dos personajes. La historia se conduce por una fuerte emoción y a veces chocan. Hay partes de este libro que serán polémicos y definitivamente, para algunos lectores, probablemente no será una buena lectura, pero es la historia de Jake y permanecí tan veraz las repercusiones de una niñez traumática cómo fue posible dentro de los reinos del mundo paranormal. Aunque no para todos, pienso que muchos lectores disfrutarán de la historia de los descubrimientos de un hombre en su sendero al hallazgo de lo que es importante en la vida.

Christine Feehan

Capítulo 1

Recuerdos más tempranos

SU AMBIENTE era cálido y cómodo. No estaba solo. Podía oír al «otro» dentro de él, cuchicheando, suaves y pequeños gruñidos de ánimo. La necesidad de libertad, la promesa de una vida que ya había vivido un ciclo y había sido increíble. Y entonces vino la presión, los duros empujones, los muros de su capullo se cerraron alrededor de él, ondulando en ondas para echarlo, expulsarlo del calor de su hogar hacia el aire frío y las luces brillantes. De repente los olores lo asaltaron. No podía clasificar todos los diferentes olores, pero el otro podía. Sangre. Gente. Hospital. El «otro» recordaba las esencias aún cuando él no.

Sintió manos en él, sacudiéndolo, empujándolo, un agudo pinchazo, abrió los ojos curioso y miró alrededor de este nuevo ambiente.

– Mi Dios, Ryan, parece una rata pelada. Es tan feo. Es flaco e inútil para nosotros. -La voz estaba resentida, llena de odio.

Comprendió las palabras, o quizá el «otro» lo hacía, pero supo que la mujer hablaba de él. Él parecía una rata. Y ser rata no era bueno, no si esa voz significaba algo.

– Ssh, Cathy -advirtió otra voz-. Alguien lo oirá.

– No podemos llevarlo a casa con nosotros.

– No lo podemos dejar aquí -dijo la voz más profunda.

– De camino a casa, encontraré un contenedor -siseó la voz más alta-. No voy a quedarme con esta cosa fea.

– No seas ridícula, Cathy -dijo Ryan-, no podemos correr el riesgo de que nos atrapen. Lo llevaremos a casa y contrataremos a alguien para que le cuide. Nunca tendrás que verlo otra vez.

– Es tu culpa. Papá me advirtió que no me casara contigo. Dijo que tus genes no eran lo suficientemente fuertes para producir uno de los especiales. No quería quedarme embarazada y tener esa cosa creciendo en mi cuerpo, pero tú insististe en que tenía que llevarlo. Ahora ocúpate tú de él.

– Bien. Lo llamaré Jake como tu abuelo. -Había maldad en la voz de Ryan-. Tu padre nunca ha pensado que yo fuera lo bastante bueno para él, y no querrá que mi cachorro se llame como su padre en vez de como él.

– Llámalo como malditamente desees, sólo mantenlo lejos de mí.

El odio y el aborrecimiento en la voz fría, dieron al niño -recientemente llamado Jake Bannaconni-, escalofríos, pero se negó a llorar.

Dos Años

El zapato filosamente puntiagudo se clavó en el estómago de Jake y le hizo doblarse. Debería haber sido más rápido. Tenía reflejos. El «otro» le advirtió, pero había querido ser sostenido, había ido a buscarla. Ella era su madre después de todo. Las madres en la televisión y fuera de ella jugaban a sostener a sus hijos, pero ella le pateaba duramente, mientras chillaba a Agnes.

– Saca a este mocoso horrible de mi vista. Pequeña rata fea. -Cathy lo levantó por el brazo, lo balanceó en el aire y lo golpeó con su tacón aguja, aplastando el zapato en él una y otra vez, la cara, el vientre, la ingle, los muslos, dondequiera que pudiera aterrizar un golpe en su cuerpo que se retorcía. La rabia y el odio fundidos en su frío rostro.

En el fondo, él sentía algo salvaje desplegarse, y los dedos de la mano se curvaron, al igual que los de los pies. El «otro» le siseó, avisándole. Tómalo. Déjala golpearte. Oculta lo que eres. Ella desea lo que tú eres. Ocúltate. Ocúltate. Él expulsó el fuego que se construía en su vientre y la picazón que le corría bajo la piel.

Las mamis no eran así en la televisión ni en las películas. No había mimos. No había abrazos y besos. Las bofetadas y las patadas eran todo lo que conseguiría de su madre. La miraba en televisión a veces, las fiestas y las recaudaciones de fondos. Parecía tan diferente, sonriendo para las cámaras, adhiriéndose al brazo de Ryan, acariciándole la cara como si le amara mucho, pero a puerta cerrada, había crueldad, odio y engaño mutuos. Con el tiempo, ellos le enseñaron a separar la realidad de la fantasía.

Cinco años

– No podemos mantener a una institutriz o como quieras que llames a esa mujer, que golpea a nuestro hijo. Apagó cigarrillos sobre él -se quejó Ryan-. Hay marcas de quemadura en las manos. Más pronto o más tarde uno de los tutores lo verá e informará.

Jake permanecía quieto, muy quieto. Había perfeccionado el arte de deslizarse en silencio en una habitación y escuchar la conversación. La mayor parte de lo que decían era sobre su cabeza, las discusiones acerca del negocio y la toma de posesión de compañías, pero comprendía la verdad básica que yacía en la base de cada reunión. El dinero era importante. El poder era importante. Ellos lo tenían y él lo necesitaba. Agnes no apagaba cigarrillos en él. Cathy lo hacía. Sus amantes lo hacían a veces, sólo para complacerla. Ella les podía hacer cualquier cosa que quisiera no importaba que cruel o humillante fuera. Los conocía por la vista, el olor y algún día los arruinaría. Dinero. Poder. Eso era lo que ellos tenían y él necesitaba.

– Nadie se preocupa, Ryan -dijo Cathy, molesta con la conversación.

– Alguien verá esas quemaduras y un periodista se enterará. Seremos noticias de primera plana. -Ryan se balanceó alrededor, señalándola con el dedo, endureciendo la voz.

– Te permití hacer lo que quisieras dentro de lo razonable, Cathy, pero no nos arruinarás con tus jueguecitos insensatos.

Cathy apuñaló el cigarrillo en la bandeja.

– ¿De verdad? -Ambas cejas se dispararon hacia arriba. Una expresión astuta le cruzó la cara y el estómago de Jake se apretó-. Quizás conseguiríamos una gran publicidad, Ryan, si lo trabajamos bien. Nuestro pequeño chico golpeado y abusado por un miembro de confianza de nuestra casa. Lágrimas delante de la cámara, yo inclinándome sobre ti, quedamos tan bien en las fotografías juntos. Un primer plano de nuestro niño en el hospital pareciendo frágil. Podríamos explotarlo mucho tiempo. Podría acoger un acontecimiento de caridad para niños golpeados. Abriría más posibilidades, y nos conseguiría alguna gran publicidad.

– Agnes será procesada y encarcelada. Sabe bastante acerca de nosotros.

– No seas estúpido. Si hacemos esto, Agnes tiene que desaparecer.

– Cathy, no puedes estar hablando en serio.

Cathy puso los ojos en blanco.

– Eres un cobarde llorica, Ryan. ¿Piensas que permitiré que ella hable con la policía? ¿O con la prensa? Difícilmente.

Ryan giró la cabeza lentamente, algo fiero y depredador en los ojos. Cathy se tensó y bajó los ojos.

– Tenemos un arreglo muy bueno, cariño, pero quizás necesitas otra lección de respeto a tu marido.

Jake sentía el corazón latiendo fuertemente. Nunca había considerado a su padre peligroso, pero esa mirada, ese pequeño movimiento, ese flexionar de los músculos bajo la apatía aparente, Ryan era tan cruel o aún más que Cathy. Él se había delatado a sí mismo.

Cathy empujó una mano por el pelo.

– No, no, por supuesto que no, cariño. Lo siento. -Ella estaba verdaderamente atemorizada. Jake, oculto como estaba, podía olfatear su temor penetrando en la habitación.