– Sí, dulzura. Lo sé. Caminas por la casa y quiero levantarte la falda y tomarte junto ahí en mitad de la cocina o en el suelo. Así que, sí, sé cómo es. -Dio un paso acercándose más-. Pero también sé que ahora es por ti, no por cualquier otra mujer. Sé cómo estoy porque respondo a ti. Emma. No a cualquier mujer.
Ella levantó la mano para detenerle.
– Tengo que tener algún control.
– No, no lo necesitas. Tienes que dejarme cuidar de ti.
Ella saltó de la silla utilizando la agilidad de su leopardo, alejándose de él y colocando el asiento entre ellos. Él podía ver y poder oler el efecto que provocaba en su traicionero cuerpo. Sus pezones estaban duros, los senos hinchados y doloridos. Sus bragas estaban húmedas y eran inútiles como cualquier tipo de barrera bajo su larga falda.
– Es obsesión, Jake.
Jake siguió acercándose, su pene oscilaba contra el vientre a cada paso que daba, un arma mortal, gruesa y fuerte y ya exudando pequeñas y perladas gotas. Su aroma era un afrodisíaco que ella no necesitaba. La boca se negó a dejar de salivar. Quería ser como Jake y culpar a su leopardo, pero se conocía mejor que eso. Ella y su leopardo eran uno mismo. Simplemente lo quería. Desesperadamente. Anhelaba su cuerpo como alguna terrible adicción secreta que nunca se iba.
– No me importa mucho cómo quieras llamarlo, Emma.
Ella gimió cuando Jake se rodeó el miembro con la mano y lo acarició fuerte, desvergonzadamente. Oleadas de excitación atravesaron su sangre, haciéndola sentirse aturdida y mareada por la necesidad. Se sintió agradecida de que ya no estuviera sentada o su falda se habría empapado como sus bragas. Estaba tan caliente que tuvo miedo de poder sufrir una combustión espontánea.
Parecía tan perdida. Su Emma. Luchando contra su excitación. Por primera vez luchando contra su gato y contra ella misma. Ella necesitaba y él proporcionaba. La ley de la selva. La ley de su gente. Su ley.
– Deja de huir de mí, cariño. No vas a escaparte.
Jake saltó sobre la silla, aterrizando agachado, asustándola con su repentina agresividad. Ella dio marcha atrás rápidamente hasta que chocó con la pared y no pudo ir más allá. Él siguió, aterrizando justo delante de ella, cerca, tan cerca que las perladas gotas cayeron en su camisa, su cuerpo aprisionándola, dominándola deliberadamente, provocando su instinto de lucha. Los dedos agarraron duramente la parte superior de sus brazos mientras la arrastraba acercándola, levantándola hasta dejarla de puntillas para poder cerrar su boca sobre la de ella en un áspero, casi brutal beso, sabiendo exactamente lo que ella necesitaba.
Ella le devolvió el beso ferozmente, hundiéndole los dientes en el labio inferior, mordiéndolo, arañándole la espalda en largas y ensangrentadas marcas.
Él gimió, a medio camino entre la pasión y el dolor.
– Sí, dulzura, eso es -la animó-. Pon tu marca en mí. -Su pene se endureció aún más y sus ojos rasgados se llenaron de lujuria-. Hazlos más profundos. Márcame como tu compañero. Lo quiero, Emma. Lo necesito, así que hazlo. Pon tu jodida marca por todas partes en mí.
El ronco gruñido que retumbaba en su pecho hizo que su matriz se contrajera otra vez. Odió que él tuviera razón, que tuviera que arañar su piel y morderle en el cuello y el pecho, que no pareciera poder controlar los terribles impulsos de ser áspera y loca y estar tan fuera de control. Trató de echarse atrás y encontrar su equilibrio pero él capturó su boca otra vez, tomando todo lo que ella era sólo con su boca. Deliberadamente la marcó, mordiéndola, tomando y conquistando, agobiándola con su aroma y sabor, su intensa hambre de ella.
Un maremoto de lujuria subió hasta encontrarlo y Emma trató de frotar su cuerpo a lo largo del suyo, desesperada por sentirlo dentro de ella. Él le recorrió la columna con las manos hasta el trasero y la alzó, empujando su montículo contra su pene, frotándola como un gato en celo. Ella se aferró a sus hombros, gritando mientras el dulce placer recorría su cuerpo.
Él masculló una obscenidad y la tiró sobre la cama con los ojos dorados resplandeciendo salvajemente, el leopardo y el hombre alzándose sobre ella juntos, uno y lo mismo, unidos tan totalmente que los podía ver a ambos estampados en las líneas llenas de lujuria de su cara. Tan hambriento de ella. Famélico. Y ella sentía lo mismo, su gato subiendo hasta bordear el límite, moviéndose sensualmente por las sábanas de seda, llamando a su compañero con cada línea y cada curva de su cuerpo.
Jake se lamió la sangre que manchaba su labio y la respiración de ella se volvió áspera. La lengua chasqueó saliendo otra vez, probando el delgado hilillo, y extendió las manos, agarró el frente de su blusa y tiró. La brusquedad de su violencia envió otra oleada de excitación latiendo por su cuerpo. El material fue separado fácilmente y lo apartó. Su sostén lo siguió cuando rompió fácilmente el encaje y le arrancó los restos de los brazos, dejando los senos desnudos para su placer.
Le rompió la falda y las bragas, arrancándolas para que todo su cuerpo se estremeciera con abrasadora necesidad. Ella se retorció en la cama, su piel tan sensible que las sábanas enviaban dardos de placer que crepitaban por sus venas.
Jake se posó sobre su parte superior, inmovilizándola bajo su forma de duros músculos, su boca aplastando la de ella, metiendo sus labios entre sus dientes mientras su lengua se clavaba en su boca. Sus lenguas se enredaron cuando él entró a la fuerza y su boca la magulló, sus dientes mordisqueando repetidas veces como si se alimentaran el uno del otro. Los ruidos entusiastas que hacía ella sólo le volvieron aún más salvaje, su mano le separó bruscamente los muslos para colocar sus caderas en medio, todo el rato su boca continuaba alimentándose de la de ella.
Emma sintió la ancha y acampanada cabeza empujando contra su tensa entrada y gimió, clavando los talones en las sábanas y levantando las rodillas para darle mejor acceso. Estaba jadeando ahora, su cuerpo arqueándose bajo él, desesperada por que la llenara.
Su boca dejó la de ella y le lamió la esquina de los labios, la barbilla, le chupó el cuello justo debajo de la oreja y luego le mordisqueó el lóbulo, su cálido aliento enviando otro estremecimiento a través de su cuerpo. La marcó en la garganta, lamiéndole las heridas todavía evidentes allí, dejando su marca cubriéndolas. Besó y chupó el camino bajando por su garganta hasta el abultamiento de sus senos mientras subía una mano para ahuecar el cremoso montículo. Hizo rodar el pezón entre su dedo índice y el pulgar mientras su boca rozaba el otro pecho y luego se afianzó allí, sus dientes y su lengua lamiendo malvadamente, formando círculos.
Emma gritó, sus manos dirigiéndose a la cabeza de él, acercándole y tirándole bruscamente del pelo, sosteniéndolo junto a ella mientras él mordía y chupaba y gimió y se contorsionó bajo él, arqueando su cuerpo para empujar su carne ardiente dentro de su boca. Todo el tiempo sus dedos estaban ocupados en su otro pecho, atormentando su pezón, excitando y tironeando fuertemente, incluso pellizcando hasta que ella casi sollozó, salvaje porque él la tomara. Abrió más los muslos, empujando con las caderas, corcoveando para forzar la ancha cabeza del miembro de él en su entrada caliente, húmeda.
Emma nunca se había sentido tan excitada, tan desesperada por él mientras sus dientes arañaban sus pechos, ásperos, punzantes mordiscos que sólo le hacían arder más. Podía sentir el cálido líquido inundando su interior, saliendo a borbotones para engullir la cabeza de su eje como un incentivo. Ella apretó sus músculos internos, haciendo lo imposible por arrastrarle adentro, por forzarle a llenarla y aliviarle el terrible dolor que estaba creciendo y creciendo y todavía no se había aliviado.