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Emma nunca le escuchaba. Bien, escuchaba, pero simplemente no hacía lo que él le decía que hiciera. Ella siempre le daba esa pequeña y misteriosa sonrisa suya y… y nada. Hacia simplemente lo que ella quería. Nadie jamás hacía eso a su alrededor. El mundo le temía, y con razón. No importaba cuán severo se pusiera con ella, o cuán feo fuera su genio. Ella mantenía esa pequeña sonrisa y hacía lo que quería. Era frustrante y excitante, y le hacía querer utilizar otros métodos para controlar sus pequeñas rebeliones.

Se pasó las manos por el pelo. Le gustaba el sonido de su voz, el olor de su piel, las velas que quemaba, la manera en que siempre tenía algo de comer para él. Adoraba la mirada en su cara cuando sostenía a Kyle y cuando se frotaba las manos en actitud protectora sobre el pequeño montículo de su estómago. Tenía la sensación de que estaba un poco obsesionado con Emma. Seguía esperando que la verdadera naturaleza de ella surgiera, pero permanecía generosa, amable y tan apacible. Las sombras de sus ojos retrocedían lentamente. Ella todavía tenía pesadillas y él pasaba la mayoría de las noches en su cuarto con ella, pero Emma no se echaba a llorar tan a menudo.

Un hormigueo de conocimiento se arrastró por su espina dorsal y se puso en pie antes de darse cuenta siquiera de que estaba reaccionando.

No hubo ninguna otra advertencia, sólo la extraña sensación que el «otro» le dio, pero supo que algo estaba mal. Corrió por el vestíbulo espacioso a la puerta y se dirigió desde el ala de negocios a la parte principal de la casa, con el corazón latiendo con fuerza.

Podía oír llorar a Kyle, la voz generalmente calmada de Emma levantada y gritos de otra mujer. Con el corazón hundido, reconoció la otra voz viciosa de mujer. Por un momento estuvo desorientado, fue lanzado atrás en el tiempo al pequeño e impotente niño que había sido. Las cicatrices en el muslo vibraron al mismo ritmo que el rápido latido.

– ¿Emma? -Gritó su nombre mientras tomaba la escalera de dos en dos, saltando, utilizando la agilidad de su leopardo para saltar sobre la barandilla cuando estuvo cerca de la cima.

Golpeó el suelo del pasillo corriendo, pasando como un rayo, el temor le atascaba la garganta. Cathy Bannaconni era más que capaz de dañar a Emma. Presentiría inmediatamente la vulnerabilidad de Emma e iría a por su yugular, golpeándola emocional y físicamente. Peor, Emma quizás admitiría que el niño que llevaba era de Andrew, y él podría perder todo lo que planeaba.

– Tú, avariciosa, pequeña puta intrigante, nunca serás la señora aquí. No eres nada. Una oportunista. Alguna pequeña fulana que ha perdido a su marido y salta a la cama con mi hijo para atraparlo al día siguiente con tu niño mestizo. Dame a mi nieto inmediatamente o sacaré tu puto culo de aquí.

Cuando Jake entró en la guardería infantil, pudo ver a Emma, pálida y desafiante, con el mentón en alto y los ojos aguamarina brillando con fuego, mientras sostenía a Kyle con ella con una furia protectora. La sangre se encrespó en su polla, caliente, inesperada, inoportuna. Ella parecía gloriosa, una furiosa gata salvaje protegiendo a su cachorro, bastante capaz de morder una mano si te acercabas demasiado.

– No lo toque -dijo Emma-. Jake está abajo en su oficina y él puede decidir si usted va a sacar a Kyle de la casa o no. Nadie toca a Kyle sin el permiso de Jake, ni siquiera usted. Y no entrará en nuestra casa e intimidará a nuestra enfermera o a nuestro cocinero, y ciertamente no sacará al bebé de la cuna y le asustará de este modo. No me importa quién sea.

– ¿Tu enfermera? -chilló Cathy-. Nada en esta casa es tuyo y nunca lo será. -Dio un paso más cerca, empujando su cara torcida y enojada más cerca de la de Emma-. Puedes contar con ello. Te veré en el infierno antes que ver alguna vez a tal vagabunda conectada a mi familia.

– Cathy. -Jake dijo su nombre, su voz baja, retumbando con amenaza.

Ambas mujeres giraron para encararlo. Instantáneamente el cuarto se quedó silencioso. Kyle paró bruscamente de llorar, como si el sonido de la voz de Jake le tranquilizara. Emma dejó caer la cara en actitud protectora sobre el bebé, pero no antes de que Jake viera el repentino brillo de lágrimas. Caminó hacia ella, respirando profundamente, tranquilizando al monstruo furioso que se alzaba en la superficie, queriendo desgarrar, romper y destruir. Muy suavemente descansó las manos sobre los hombros de Emma, dejando caer deliberadamente un beso en su coronilla.

– Toma a Kyle y vete a tu cuarto, Emma. Déjame tratar con esta persona.

– ¡Jake! -Cathy gimió su nombre-. Esta… tu amante ha sido muy grosera conmigo.

Emma sacudió la cabeza.

– Jake, no lo he sido.

– Vete, cariño. -Le acarició el pelo-. No se supone que tengas que estar fuera de la cama. Llévate a Kyle. Él no necesita estar aquí.

Emma no miró a Cathy, pero agarró la manta favorita de Kyle y salió, con los pies desnudos bajando por el vestíbulo hacia su cuarto.

Jake tomó otro aliento calmante y lo dejó salir.

– ¿Qué estás haciendo aquí?

– Vine a ver mi nieto. -Los ojos de Cathy se estrecharon-. Y he oído los rumores; todos los hemos oído. Puedo ver que nada ha cambiado. Eres todavía el mismo, Jake. Irresponsable e insensato. Eres un mujeriego y no pareces darte cuenta de que hay mujeres que son listas y manipuladoras y que te atraparán de cualquier forma que puedan. Soy tu madre…

– Sal. -Ladró, curvando los dedos involuntariamente, los nudillos doloridos, los huesos se le rompieron. Sintió las garras afiladas rasgando la palma de la mano, rompiendo su propia carne. Abrió las manos y las flexionó, sosteniendo lejos de su cuerpo las rápidamente formadas patas donde ella pudiera ver las garras largas y malvadas sobresaliendo de los dedos mientras el cambio amenazaba con consumirle-. Sal ahora. -El olor de algo salvaje, algo fiero, penetró en el cuarto.

Cathy retrocedió, apestaba temor. Él podía oír el corazón latiendo deprisa, atrayendo al depredador. Ella jadeó cuando vio los ojos de Jake volviéndose completamente dorados, sus orbes se oscurecieron en la mirada enfocada de leopardo. Ella giró y corrió, un pequeño gemido de absoluto terror se le escapó. Empujó por delante de la enfermera parada a los pies de la escalera y salió corriendo por la puerta principal.

Jake logró acercarse a la puerta de la guardería infantil, cerrándola con un golpe, se inclinó contra ella mientras el cambio barría por él, la ropa se rasgó por las costuras, la espalda se le dobló al estirarse la espina dorsal, los huesos estallando. Se dejó caer a cuatro patas, respirando profundamente, tratando de echar atrás la marea de furia que lo consumía. Excepto en el primer cambio, el leopardo sólo había salido cuando él lo convocaba. Pero el animal estaba furioso ahora, arañando por la libertad, determinado a cazar al enemigo.

Agachó la cabeza, respirando con dificultad, jadeando, los costados subiendo y bajando mientras la piel picaba y una onda de pelaje se deslizaba sobre la espalda, por las piernas y la espina dorsal. La boca se llenó de dientes, y los nudillos giraron, curvándose hacia abajo, las garras muy afiladas rasgaron tiras largas en el suelo cuando las clavó profundamente y arañó, desesperado por hacer retroceder a la bestia.

– ¿Jake? -La voz de Emma le llamó. Un aliento de aire, fresco y limpio, apartó el hedor de su enemigo de sus fosas nasales.

La atrajo a sus pulmones, a su mente, temblando con el esfuerzo de mantener al leopardo bajo control. Lentamente, demasiado lentamente, su forma humana se reafirmó.

– Estaré bien -dijo cuando pudo hablar. Su voz sonó diferente, retumbando con un gruñido de terciopelo, aún a sus propias orejas.

Se hundió contra la puerta y dejó caer la cara entre las manos. Olfateó sangre y el leopardo trató de salir otra vez. Se empujó con fuerza contra la puerta, por si acaso, forzando al leopardo, y a él mismo, de vuelta bajo control. Muy lentamente, se arrastró poniéndose de pie. Su camisa estaba destrozada, pero los vaqueros intactos. Había poco que pudiera hacer por el suelo. Se enjuagó la cara con lo quedaba de su camisa y se sorprendido cuando encontró manchas de sangre. Curioso, giró las manos. Las garras habían estallado de los dedos y habían desgarrado las palmas cuando las cerró en puños.