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– Dime que estás bien -insistió Emma.

Él tomó otro aliento y lo dejó salir, dándose cuenta de que quería estar con Emma y Kyle más de lo que quería desaparecer en el cambio, correr libre de su pasado en su otra forma e infligir venganza en sus enemigos. Jake no se permitió pensar demasiado duramente en el por qué. Se puso de pie y fue a ellos como estaba, con la camisa destrozada, las manos sangrando y los pies desnudos.

Emma jadeó cuando lo vio, parándose inmediatamente, poniendo a Kyle en la cama mientras lo alcanzaba.

– ¿Qué ha sucedido? ¿Qué te ha hecho?

Él la atrapó y la empujó apretada contra él, sosteniéndola cerca, aspirándola dentro, permitiendo que los recuerdos retrocedieran hasta que pudo cerrarles la puerta. Le atrapó la cara en las manos y presionó besos sobre los ojos, suaves como plumas bajando hacia el mentón, resistiendo apenas la boca levantada, esa boca de fantasía. El latido del corazón era demasiado fuerte y él temía que ella le empujara lejos, pero no lo hizo. En vez de eso, ella deslizó los brazos alrededor de su cintura y descansó la cara contra su pecho, dejándole sostenerla.

– Lo siento -dijo ella suavemente-. Ella estaba enojada conmigo, no contigo.

– Ella es malvada -dijo Jake-. Gracias por no dejar que tocara a mi hijo.

Muy suavemente, abandonó a Emma, no fiándose de sí mismo en su desacostumbrado estado actual. Se sentía vulnerable e inestable. No se fiaba de su genio, del leopardo, ni de su necesidad de ella. Ya su cuerpo respondía a la suavidad del de ella, a su olor y a la seda del cabello. No podía permitirse el lujo de hacer volar todo lo que había hecho permitiéndola ver cómo le afectaba.

Levantó a Kyle en sus brazos y sostuvo al chico cerca.

– Ella te mantuvo a salvo, como dijo que haría -murmuró, asombrado de que fuera verdad. Emma. Ella esgrimía alguna clase de magia que él no comprendía. Sintió el corazón suave y extraño mientras miraba a su hijo-. Ella te mantuvo a salvo -repitió y besó la pequeña frente. El cuerpo entero de Jake tembló. Se sentía realmente débil.

– Jake. -La voz de Emma fue suave-. Siéntate. Quiero mirarte las manos.

Él la miró por encima de la cabeza del bebé. Ella parecía pequeña y frágil, tan pálida y delgada, sin maquillaje, su rico cabello rizado en todas direcciones, pero ella estaba hecha de acero.

– Eres una mujer asombrosa, Emma.

– Necesitas sentarte, Jake. -Emma le engatusó suavemente.

Le tiró del brazo, su mirada buscando su cara. Por primera vez ella se dio cuenta de que Jake Bannaconni, el hombre con todo, el hombre que podía comprar y vender el mundo, necesitaba a alguien. Le necesitaba a ella. A pesar de todas sus maneras bruscas y órdenes arrogantes, no tenía la menor idea de cómo sentir emociones, y cuando sus sentimientos le abrumaban, como ahora, estaba perdido, o se enojaba y huía. Ella no creía que nadie necesitara ayuda tanto como Jake. Ahora mismo, él estaba mirando a su hijo con una expresión aturdida y confusa, como si nunca hubiera esperado amar al chico. Ella se lo podía haber dicho desde el primer día, cuando él manoseó torpemente para cambiarle el pañal, que el amor crecía a pesar de la persona, y que algún día Kyle tomaría el control de su vida.

La mirada de Jake chocó con la de ella y por un momento algo caliente crepitó y ardió entre ellos, pero él parpadeó y esa máscara lisa y arrogante se deslizó en su lugar.

– Sé que el médico dijo reposo absoluto en cama, Emma. La próxima vez que te encuentre levantada, estarás en problemas.

Emma quiso reír. Él sonaba tan serio. Tan al cargo. Probablemente pensaba que lo estaba.

– Entonces dame a Kyle y ve a conseguir las cosas que necesito para limpiar esos rasguños de tus manos. Estaré bien.

Él le frunció el ceño.

– No, no lo estarás. -Esperó hasta que ella se recostó en la cama y le entregó al bebé-. Me exasperas.

– Sé que lo hago. -Emma simplemente le sonrió. En ese momento ella se dio cuenta de que a pesar de sus maneras mandonas, y a pesar del sentido de peligro que a veces enviaba un temblor por su espina dorsal, él le gustaba-. Ve por el antiséptico. Kyle y yo te esperaremos aquí mismo. -Casi rió ante la confusa mirada masculina que se arrastró por la cara de Jake antes de girar y salir a zancadas.

Dos meses más tarde

– Es demasiado pronto, Jake -sollozó Emma, apretándole la mano mientras la llevaban al helicóptero-. No permitas que le suceda nada al bebé. No importa cómo. Me lo prometiste. Si algo falla, sabes que quiero que te quedes con ella.

– No hables así -dijo con brusquedad Jake-. Estarás bien, Emma. Y también la bebé. Relájate y deja que los médicos hagan su trabajo.

Había reunido al mejor equipo de expertos que había podido encontrar y volaba con ella al mejor hospital, y no iba salir de allí sin Emma y el bebé. Saboreó el temor en la boca. El corazón martilleaba demasiado rápido, demasiado duramente, pero se negaba a considerar aún que algo podría sucederle.

– Gracias a Dios que usted contrató a este viejo murciélago -dijo la enfermera con un rápido guiño y una sonrisa dirigida a Emma-. De otro modo quizás no lo habríamos sabido hasta que fuera demasiado tarde. -Palmeó el hombro de Emma.

Jake no pudo lograr sonreír al chiste. Durante los últimos meses había llegado a conocer a Brenda Hacker, el viejo murciélago, como se refería a ella a menudo. Ella había conseguido superar su aversión hacia él, en su mayor parte pensaba él porque le gustaba Emma. ¿A quién no le gustaba Emma? Incluso los vaqueros habían venido hasta la casa principal cuando el helicóptero aterrizó para llevarla al hospital. Todos parecían tan sombríos y disgustados como se sentía él. Había reforzado la seguridad en el rancho y dejado al cocinero y a un guardaespaldas a cargo de Kyle y con órdenes de que nadie entrara o saliera mientras él no estaba.

Una vez que terminó de dar a todos todas las órdenes posibles que pudo pensar, salió con la sensación de que ya no tenía el control. Era una sensación aterradora. Emma le agarró la mano, sosteniéndola apretadamente mientras la ponían en una camilla y se apresuraban hacia la sala de preparación.

– Prométemelo, Jake. No importa lo que pase. Dilo.

– Maldita sea, Emma. Nada va a pasarte. -Se agachó al lado de su cabeza, los labios contra la oreja. Podía ver la brillante sangre rojo fuerte goteando de la mesa mientras ellos deslizaban vías en sus brazos, corriendo contra el reloj, preparándose para llevarla a cirugía.

– Tienen que llevársela ahora, Jake -dijo Brenda-. Déjales ir.

– ¡No! Tiene que prometerlo -dijo Emma.

Jake le agarró la cara entre las manos y la besó. Justo en la boca. Indiferente a que ella quizás no lo deseara o a que estuviera enojada más tarde. Los ojos le ardían y la garganta se sentía atascada con un millón de remordimientos.

– Te doy mi palabra. Pero vive, maldita sea. ¿Me oyes, Emma? Vive.

Brenda le tomó del brazo y tiró suavemente. Jake se la sacudió, dando un paso después de que la camilla saliera, advirtiendo que ellos prácticamente corrían mientras la alejaban de él. Juró suavemente para sí y dio un paso hacia la ventana, mirando hacia fuera, queriendo estar sólo. La enfermera se marchó y él dio un suspiro de alivio.

Ya no tenía la menor idea de cómo manejar su vida sin Emma en ella. Sus planes cuidadosamente trazados no importaron tanto como asegurarse de que ella estaba viva, en algún lugar en el mundo, preferiblemente en su casa. Ella era sol y risa y simplemente le hacía sentirse bien. Era la mujer más exasperante en el mundo, pero con ella, él se encontraba cada día lleno.