Cuando trabajaba en su oficina, ella se introducía en sus pensamientos continuamente. Cuando corría libre como leopardo, ella corría con él en su mente. Cuándo estaba montando a caballo y verificado al ganado en el escarpado barranco, ella estaba allí. Incluso en los campos petrolíferos se introducía, para que él anhelara la vista, el sonido y el olor de ella. De noche, cansado y agotado, esperaba regresar a casa… a ella.
¿Cuántas noches se había sentado él en su cama, dándole un codazo para poder estirarse mientras hablaban juntos en la oscuridad? Ella era pequeña y suave al lado de él, el cabello como seda en la almohada. A veces él había frotado los mechones entre los dedos mientras ella le contaba sobre su día. Cuándo el bebé pateaba, ella le agarraba la mano y la ponía en su estómago, y él sentía el diminuto ruido sordo y el asombro se extendía por él como una marea cálida.
No quería perder esa pequeña vida que crecía dentro de ella más de lo quería perder a Emma. Jake frunció el entrecejo y sacudió la cabeza, tratando de negar su ansiedad. Seguramente el bebé no le importaba tanto, pero la pérdida devastaría a Emma. Ella no podría tomar otra muerte. Él mismo no se podía permitir pensar en eso demasiado. Tenía que confiar en sus preparativos. El equipo de médicos, para Emma y su hija no nacida aún. La sangre que estaba seguro estaba en su mano.
– ¿Jake?
Jake se balanceó dando la vuelta y cabeceó al hombre que había entrado, su abogado, John Stillman. Había comprobado los antecedentes de Stillman mucho tiempo antes de acercarse al hombre para que representara sus intereses personales. Stillman era un hombre que su bisabuelo había mencionado casualmente, un abogado prometedor que era impresionante. Si el hombre había impresionado a su bisabuelo, Jake estaba dispuesto a conocerlo. Durante la entrevista Jake había hecho preguntas, muchas preguntas, diseñadas para hacer que el hombre se sintiera incómodo, pero ni una vez olió una mentira.
– La enfermera me llamó en el minuto que hubo problemas, como usted instruyó. Emma firmó los papeles en el helicóptero, dando consentimiento formal para que usted adoptara al bebé. La señora Hacker presenció su firma. El resto es una formalidad. Se lo llevaré al juez.
– Esta noche, John -dijo Jake-. Lo quiero hecho en el momento que el niño nazca.
Si el bebé vivía, llevaría su nombre. Le había prometido a Emma que le daría su nombre al niño y lo criaría, y tenía toda la intención de cumplir su palabra. Otro lazo más con ella. Si Emma moría… Cerró la puerta a ese pensamiento, el corazón se le contrajo dolorosamente.
– ¿Ella está en cirugía?
Jake asintió, incapaz de encontrar su voz. La actividad en los vestíbulos le envió a pasar dando zancadas por delante del abogado. Se giró cuando se acercó un médico.
– ¿Emma? -ladró su nombre, el temor saltaba por su cuerpo como una serpiente mortal.
– Lo siento, señor Bannaconni, todavía está en cirugía.
Él no podía respirar. Se paró allí, la cabeza gacha, sin mirar a ninguno de ellos, y pensó que iba a estrangularse en su propio temor. Era tonto, realmente. Él había sido golpeado casi hasta la muerte siendo niño y no había experimentado tal onda de terror. ¿Cómo había hecho ella eso? ¿Cómo se había colado sigilosamente en su cabeza y envuelto tan apretadamente alrededor de él, que no sabía cómo vivir sin ella en su vida?
El médico carraspeó.
– Su niñita no tiene el peso suficiente, por supuesto, y tendrá que permanecer en una incubadora. Es incapaz de mantener su temperatura corporal, pero lo esperábamos, siendo tan prematura. Tiene un pequeño problema respirando por sí misma y la tenemos con un ventilador. Hay unos pocos problemas…
Jake se balanceó, encontrándose con la mirada del doctor.
– Hará lo que sea para que mi hija viva y esté sana. Por eso está usted aquí. Ambos sabíamos que no sería fácil, pero me dijeron que era el mejor en lo que hace. Así que hágalo.
– Lo haré lo mejor que pueda. -El médico sabía que lo mejor era no prometer algo de lo que no estaba seguro cumplir a un padre apesadumbrado.
– Su nombre es Andraya Emma Bannaconni.
– Sí, señor. Las enfermeras traerán el papeleo.
– Lo quiero inmediatamente. Quiero que ella tenga un nombre oficial inmediatamente.
– ¿Le gustaría verla?
Jake forzó aire por los pulmones.
– No hasta que Emma esté a salvo.
Le dio la espalda otra vez, despidiendo al hombre. Los dedos se le curvaron y las uñas se le clavaron en la palmas. Hacía años desde que había sentido el corte de un cuchillo en el muslo, pero quería sentirlo ahora, para anotar otra victoria. Su hija estaba viva. Ahora necesitaba que Emma viviera.
Esperó hasta que oyó los pasos del médico retirándose antes de echar un vistazo por encima del hombro a su abogado y entonces se volvió a la ventana, sin atreverse a mostrar la cara mientras estaba vulnerable.
– Tan pronto como nos encarguemos del papeleo aquí, sal y ocúpate de la adopción. Lo quiero legalizado inmediatamente.
– Jake, con tu nombre en el certificado de nacimiento, ella está a salvo por ahora.
La voz de Jake fue baja, amenazadora.
– La quiero legalizada hoy -repitió-, cueste lo que cueste. Y asegúrate de que la resolución sea sellada y que no se convierta en un acontecimiento periodístico. Quiero eso, John. Asegúrate de que cualquiera que vea esos papeles comprenda que habrá repercusiones severas si sale que no soy su padre biológico. -Miró por encima del hombro, sujetando a Stillman con una dura mirada-. Convertiré en mi negocio particular destruirles si joden esto. Deja que sepan con quien están tratando.
Stillman se paró detrás de él durante mucho tiempo, luego fue a sentarse, esperando que la enfermera trajera los papeles para rellenar. No se sorprendió cuando un administrador trajo el papel inmediatamente. Jake se tomó su tiempo, escribiendo ordenadamente, asegurándose de que la niña estaría a salvo si algo le sucedía a la madre. Stillman permaneció calmado en un rincón, sintiendo como si no pudiera dejar a Jake solo, aunque el hombre obviamente quería estarlo.
Jake comenzó a pasear como un animal peligroso. Él se sentía peligroso, disperso, fuera de control, todas las cosas que traían al leopardo cerca de la superficie. La piel picaba y su temperamento ardía. Se encontraba enojado con Emma por continuar un embarazo que la podía matar. Estaba enojado consigo mismo por permitirla acercársele lo suficiente para hacerle sentirse tan perdido sin ella. No sabía honestamente cómo había sucedido cuando él había arreglado todo para atraparla en una trampa a ella.
Descansó la mano en la ventana, abriendo los dedos, la garganta en carne viva, el vientre apretado con nudos de protesta.
El cristal se empañó con el aliento y trazó letras en el vaho. Déjala vivir. Dos palabras. Eso era todo. Una vida de nada y finalmente Emma. Déjala vivir. Se inclinó hacia delante y descansó la frente contra el cristal. No sabía si podría parar de pensar en ella, pero sabía que si ella pasaba esto, él tendría que alejarse lo bastante para recobrar el control entre ellos. Por favor, Dios, si existes, déjala vivir.
Cerró los ojos y respiró profundamente, girando su voluntad para encontrarla. Emma. No permitiré que me dejes. No puedes irte. ¿Me oyes? Te estoy dando una orden. Aférrate a la vida. Los niños te necesitan. Kyle. Andraya.
Él no se utilizaría a sí mismo como una baza a jugar. Ella no le miraría con esa mirada. La que reservaba para Kyle. O Andrew. Ese bastardo de Andrew, que lo había tenido todo. Tenemos una niña. Una hermosa niña. Vive por ella.