– ¿Estás segura de que no te he molestado? Linda sólo quería molestar, nada más, Emma.
Emma se obligó a sonreír.
– Linda no me molesta; no es la primera vez que me ha llamado criada. Debería haber sabido que no podría resistirse a extender el rumor. -Ella midió café en el filtro con la facilidad que da una larga práctica.
– ¿Te llamó eso? ¿En tu cara? Qué tan imperdonablemente grosera.
– Comprueba a Kyle y Andraya -le recordó Emma-. Y no te alteres demasiado, Susie. Linda es una amiga íntima de los padres de Jake, y me recuerdan en cada oportunidad que tienen que soy una criada. No me molesta nada que me llamen eso. Estoy segura de que Linda lo sacó de ellos, y que piensa que trabajar para vivir es algo horrible, pero ciertamente yo no lo pienso. Soy muy buena llevando esta casa.
– Tú no eres una criada. -Susan estaba horrorizada.
Emma se dio la vuelta y salió de la cocina, bajando al vestíbulo, a través del gran cuarto de estar de la familia y derecha a la puerta principal. Por primera vez no saludaría a Jake cuando llegase. Quería estar sola durante un rato. Después de dos años de paz, se sentía como si se hubiera despertado. Le gustaba su vida, el rancho que se había convertido en su casa, y los dos niños. Kyle era tan suyo como Andraya. El problema era que ella pensaba que Jake también era suyo. Últimamente estaba inquieta y pensaba tonterías, y simplemente pensar en Jake podía hacer que su cuerpo cobrara vida como no lo había hecho en los últimos dos años.
El querido Jake, que adorable soportando el peso de la murmuración en sus anchos hombros, protegiéndola y sin decir nunca una sola palabra sobre los rumores. Si ella se quejaba de cualquier cosa en absoluto, simplemente una mera mención, lo que fuera desaparecía, era arreglado o controlado sin rechistar.
Ella no podía afrontarlo ahora mismo. Se sentía confundida cuando estaba junto a Jake, su cuerpo estaba cada vez más incómodo en su presencia. Cada sentido se intensificaba cuando él se acercaba. Su perfume, masculino y prohibido, la tentaba. El sonido arrastrado de su voz era como una caricia sobre su piel. Tal vez había ocurrido tan gradualmente que no se había dado cuenta de su atracción hacia él, pero ella había vivido bien con él durante dos años, y le parecía como si, de repente, cuando él estaba cerca, su cuerpo reaccionara cobrando vida. Y cuando él se iba, ella no podía dejar de pensar en él.
Se apresuró a través del camino de acceso, bajando casi corriendo por el sendero hacia los establos. Qué lío para todos si cometía el error de permitirle saber que se sentía sexualmente atraída por él. Kyle la llamaba Mami, creía que ella era su madre, y a todos los efectos lo era. Ella le amaba como si fuera carne de su carne. Kyle y Andraya se querían como hermano y hermana. Y Jake era igual de maravilloso con los dos. Y ella amaba a Jake. Realmente lo amaba. Lo había amado mucho antes de sentirse atraída sexualmente. Y tener esa inclinación por él sólo lo echaría todo a perder.
Emma se rió suavemente para sí misma, acordándose de Jake levantándose noche tras noche para ayudarla con Kyle, para cambiar pañales mojados y alimentarle. Ahora, con Andraya, él todavía se levantaba, aunque Kyle siguiera dormido. Cuando él estaba en casa, le preparaba un té o un chocolate y se sentaba un rato con ella mientras acunaba al bebé. Nunca parecía querer irse a dormir, pasaba la mayor parte de las noches en el cuarto de ella. Algunas veces él se recostaba en la cama a su lado, y esas noches se habían convertido en una especie de infierno privado. Ella le deseaba allí, pero la tentación de su cuerpo se estaba volviendo peligrosa.
Él podría haber tenido relaciones sexuales con ella. Estaba casi siempre duro, siempre listo. No era tan difícil ver la impresionante protuberancia en el frente de sus vaqueros, y él nunca se molestaba en esconderla o en parecer azorado o avergonzado. Pero ella no quería convertirse en una de sus mujeres. Él las trata con total indiferencia, incluso desprecio, y ella no podría vivir con eso.
Emma cogió una brida, contemplando con ojo experimentado los caballos situados pacientemente en los establos. Ella quería uno con nervio y repleto de energía. Puede que si daba un largo paseo, pudiera calmar su cuerpo y entendiera porqué estaba tan inquieta y con los nervios de punta y desesperada por el cuerpo de un hombre. No cualquier hombre, sólo Jake.
– Emma. -Una voz tranquila y amenazadora, la hizo tensarse. Unos dedos fuertes se clavaron en su hombro, haciéndola girar-. ¿Qué diablos haces aquí? -exigió Jake. Los ojos duros como el diamante recorrieron sus pálidas facciones, notando las sombras acechando en sus ojos oscuros, deteniéndose en el pulso que latía frenéticamente en la garganta de ella, y en su boca suave y temblorosa.
Verlo siempre le quitaba el aliento. Jake era formidable, abrumador, peligroso. Una roca para todos, pero se movía silenciosamente, como un gato por la noche.
– Voy a cabalgar, Jake -contestó, esforzándose en conservar la voz calmada. Le gustaba mirarlo, emanando poder, la impaciencia inminente, la forma en que los extremos de sus ojos se arrugaban antes de sonreír. Pero podía ser muy abrumador cuando elegía ser intimidante… como ahora.
Él juró, empujando el suave cuerpo de ella contra el suyo, fuertes y musculoso. Mostraba una barba de un día, y a esa distancia ella podía oler su masculino perfume a aire libre.
– Eres un demonio. No te he visto en dos largas semanas. ¿Qué ha pasado?
Con un esfuerzo, Emma dibujó una sonrisa apenas perceptible.
– Nada, Jake. Hacía novillos, eso es todo. ¿Cómo fue tu viaje?
El desagrado se propagó veloz por sus sensuales facciones. Ella podía sentir la tensión en su enorme cuerpo.
– Vamos -masculló impaciente, rodeándola, llevándola con él-. Si vamos a pelear, igual podemos hacerlo estando cómodos.
Se movía con la gracia ágil y fluida de un felino cazando en la selva, combinando potencia y coordinación. Emma, con sus piernas más cortas, se vio forzada a correr para igualar su larga y pausada zancada. Él bajó la mirada hacia su cabeza inclinada, sus ojos brillaron como el oro, y deliberadamente ralentizó su paso para acomodarse al de ella. Reteniendo casualmente la posesión de su brazo, dejó caer su sombrero de ala en una silla mientras atravesaban la sala de estar de la familia.
– ¿Era Susan Hindman la que vi arriba? -preguntó abruptamente, soltándola cuando entraron en la cocina-. Miraba a hurtadillas sobre el pasamano y me hacía ojitos.
Emma asintió, frotando distraídamente las marcas de los dedos en su brazo.
– Se queda con nosotros mientras su padre está en Londres. Él me lo pidió inmediatamente después de que te fueras. No pensé que te importara. Su institutriz, Dana Anderson, la trajo con un caballero que dijeron que era su tutor, un tal Harold Givens. -A Jake no le gustaban los desconocidos en el rancho.
– ¿Qué te ha estado contando? -Las marcadas facciones de Jake reflejaban tozudez y dureza. Se veía formidable. Aun así, extendió la mano para tomar el brazo de ella con la palma de su mano, su toque era tierno mientras examinaba en su piel las marcas de dedos. Las yemas de sus dedos rozaron las marcas con una caricia, su lento roce enviaba un hormigueo de excitación por sus terminaciones nerviosas a través de su cuerpo.
Ella apartó su mano porque él parecía como si fuera a besarla, y su pulso comenzó a martillar con fuerza, primero en su garganta, luego en sus senos, y finalmente en su centro más femenino. El color alcanzó su cuello. Era muy humillante perder el control de su cuerpo cuando nunca le había ocurrido antes. Él no podía saberlo. Ella no podía delatarse ante su mirada aguda e inquisitiva.
– Lo siento, tienes la piel muy delicada, cariño. Siempre lo olvido. ¿Qué te dijo Susan? -insistió.
Ella se encogió de hombros ligeramente, ignorando las sensaciones extrañas que su cercanía le provocaba.
– Sólo cháchara de chicas. -Ella mantuvo su voz equilibrada pero su toque la había alteraba tanto que no podía enfrentar su mirada.