– Eso son sandeces y lo sabes. Tienes a un hombre en mi casa mirando fijamente a Emma como si ella fuera un dulce en una tienda, mientras estás jodidamente comiendo. Echa al hijo de puta fuera de aquí y haz que los de seguridad comprueben los enchufes de los teléfonos otra vez, no solo con el equipo, sino visualmente. Si no pueden hacer el trabajo, deshazte de ellos.
– Bien, está hecho -Joshua trató de apaciguarlo.
Jake caminaba, columpiaba la cabeza con agitación. La cara se le había oscurecido, los ojos estaban nublados, volviéndose completamente dorados mientras su visión cambiaba de la humana al animal.
Agarrando la radio que tenía colgada a un costado, Joshua habló rápidamente antes de moverse para poner la mesa entre él y su jefe, ladrando órdenes para que los de seguridad verificaran los enchufes del teléfono visualmente y luego llamó a Drake para que le respaldara.
– Jake. Escúchame. Concéntrate. Estás bajo compulsión. Un ataque de locura. Tienes que luchar duramente contra ello. Ven conmigo ahora. Vamos a sacarte de aquí antes que sea demasiado tarde. -La propia voz de Joshua era áspera, su visión cambió a las bandas de calor corporal. Todos los sentidos se afilaron inmediatamente, se alzaron.
Jake le oyó como si estuviera lejos, la voz cayendo y elevándose. Sus músculos dolían. La espalda se dobló. Quería a Emma debajo de él, chillando su nombre. La imagen llenó su visión y entonces su vista se volvió roja cuando olfateó a otros machos.
– Maldita sea, Drake. Date prisa -llamó Joshua otra vez por radio-. No podré retenerlo yo solo. -Tendió la mano hacia Jake-. Me trajiste al rancho para ayudarte, Jake. Trato de hacer eso. Vete a correr. Deja que el leopardo se libere.
El trueno rugió en las orejas de Jake. Su sangre se encrespó calientemente, la necesidad de reclamar a su compañera tan fuerte que se sacudió. El animal le consumió trozo a trozo.
– Tu «otro» se está imponiendo duramente. No deseamos un combate en tu cocina. -El propio leopardo de Joshua se levantó para encontrarse con la agresión de Jake. Esto iba a ser un desastre.
La puerta se abrió de golpe y Drake entró cojeando. Siseó una orden en el idioma de su especie, una que Jake no podía comprender, pero el leopardo lo hizo.
– Jake. Vete al camión. Tenemos que irnos ahora. -Su tono no dejaba lugar para discusiones. La situación se iba a volver fea rápidamente.
Jake miró hacia el cuarto donde podía oír la voz de Emma, todavía murmurando suavemente al técnico.
– Evan viene para escoltarlo fuera de la propiedad -aseguró Joshua.
Jake reconoció que tenía poco control y luchó por contener al leopardo, luchando por la supremacía por lo menos hasta que pudiera asegurarse de que Emma y los niños estuvieron a salvo. Tanto Joshua como Drake iban a tener que controlar al gato gruñón que arañaba y luchaba por matar. Intentó hablar, pero en su mayor parte lo que salió fue un retumbar de la locura.
– Emma. -No podía… no saldría hasta que supiera que alguien la estaba vigilando.
Como si esa palabra gruñida tuviera sentido, Drake gritó una orden a Joshua.
– Trae a Darrin aquí dentro. Dile que llame a otros y que proteja la casa con los niños y Emma hasta que uno de nosotros tres vuelva. -Mientras hablaba, acompañó a Jake fuera de la casa.
Jake apenas podía andar, su cuerpo estaba pesado y latía, tan excitado que cada paso era doloroso. El leopardo luchaba contra él a cada pulgada del camino, intentando volver, rodear a Drake, gruñendo de forma amenazadora, fingiendo ataques para amenazar. Drake gruñó a su vez, su propio leopardo guiando a Jake. Joshua ayudó en el momento que pudo, con cuidado de mantener una distancia mientras Jake caminaba de un lado a otro, los gruñidos retumbaban más fuertes y más feroces, pero, de hecho, le estaban conduciendo hacia el camión.
El peligro más grande ocurriría en los límites del camión. Drake y Joshua tenían que confiar en que Jake permanecería concentrado y mantendría al leopardo a raya hasta que pudieran llevarle al lado más lejano del rancho donde pudieran dejarle correr libre.
Drake cerró la puerta una vez que le tuvieron enjaulado dentro de la cabina y saltó al asiento del conductor.
– ¿Qué demonios está pasando, Joshua? No estoy alrededor de la casa, pero esto es definitivamente una compulsión. ¿Hay una hembra cerca?
Joshua se encogió de hombros.
– Sólo Emma. He estado alrededor de ella docenas de veces y nunca ha provocado a mi leopardo. Aunque… -Dejó que las palabras murieran, mirando a su jefe.
Jake respiró con dificultad, el pecho subiendo y bajando con el esfuerzo de retener al cambio. La piel le dolía al contraerse, demasiado pequeña para cubrir su forma. Se arrancó la camisa cuando la picazón se extendió y algo vivo corrió justo bajo la superficie. El cerebro se le llenó de una neblina roja, una rabia bordeada de oscuridad y un hambre violenta por una mujer. Estaba consumido por Emma, con el deseo por su cuerpo, con la necesidad de hacerla suya. Odiaba a todos los machos, desesperado por destruirles, comprendiendo las crueldades de sus padres mientras el gato le inflamaba más allá de la cordura.
Luchando contra ello, dejó colgar la cabeza, jadeó, la boca llena de dientes, su corazón salvaje, su cuerpo en lujuria. Rompió a sudar, queriendo advertir a Drake que se diera prisa, pero no podía hablar, no se atrevía a abrir la boca ante el temor de que su hocico estuviera completado. Estaba a kilómetros de la seguridad, marchando hacia delante sobre el camino que les llevaba a su santuario oculto, y Drake y Joshua, los dos hombres a los que podía llamar amigos, estaban atrapados en la pequeña cabina del camión con él, arriesgado sus vidas para salvar a todos en el rancho.
Los árboles y el follaje exuberante parecían una fría y exótica selva donde su leopardo iba a ser libre de correr a salvo, sin la amenaza de matar al ganado, de herir a los vaqueros o ser visto. Drake le había protegido, ayudándole a aprender a cambiar en la carrera, así como aprender el camino de las personas leopardo y cómo guardar ropa y suministros cada pocas millas por si acaso.
La atmósfera en el camión permaneció tensa mientras la piel ondulaba sobre el cuerpo de Jake y las garras estallaban de las puntas de sus dedos. Se estremeció con el esfuerzo de retener el cambio.
– Lucha -dijo con brusquedad Drake, sus palabras una orden-. Tienes una voluntad fuerte, Jake. Para ser leopardo, tienes que ser fuerte, para estar bajo control siempre, tanto si estás en forma humana como forma leopardo. Eres responsable de todas las acciones en ambas formas.
Joshua juró para sí.
– A nosotros se nos ha entrenado desde que fuimos jóvenes. Siempre tuvimos el beneficio de los ancianos. ¿Cómo podría estar él preparado posiblemente para la compulsión? La mayor parte de nosotros apenas podemos retener a nuestro leopardo, y nos hemos entrenado durante años. Él matará a alguien.
– No, no lo hará -dijo Drake, su voz firme-. ¿Me oyes, Jake? Lucha por el control. Cuándo cambies, pensarás que él es más fuerte, pero él eres tú todavía. El centro de ti. Tú le das órdenes. Él querrá matar a cualquier macho a kilómetros de su hembra. Eso es natural, muy normal, pero la sensación será más fuerte que algo que hayas conocido jamás, cualquier odio, cualquier rabia, una necesidad asesina que barre por tu intestino y ruge en tu vientre. Tienes que controlarlo. Si esto sucede y estás cerca de tu mujer, es mil veces peor, y tienes que tener cuidado con lo que le haces a ella. El instinto de conquistar y dominar es abrumador. El control lo es todo. ¿Me comprendes? Asiente con la cabeza si me puedes oír y comprender lo que estoy diciendo.
Jake destrozó el cuero del asiento, el retumbar en el pecho se profundizó. Asintió con la cabeza, tratando de absorber la importancia de la declaración de Drake cuando cada hueso en su cuerpo parecía estar agrietándose y astillándose, cada músculo se rompía y cada célula gritaba pidiendo a Emma. Sabía que era Emma la que provocaba esta violenta tormenta de furia. Ella le llenó la boca con su sabor; sentía la carne junto a la suya, estaba desesperado por enterrar su polla profundamente dentro de ella. Por hundirse despiadadamente. Por clavar los dientes en su cuello y forzarla a someterse completamente a él. Por admitir que le pertenecía a él y sólo a él.