Oh Dios, Emma. ¿Dónde estás? ¿Estás a salvo? Estate a salvo. Te necesito. Respiró, luchando por la cordura, luchando por mantenerla a salvo a pesar de todas sus necesidades. ¡No! Aléjate de mí. ¿Qué demonios me está sucediendo?
Los ojos le ardían. El miedo golpeó por sus venas. No iba a sobrevivir a esto sin matar a alguien. La necesidad se alzó como una ola, inundándolo, sacudiéndolo; peor, necesidad de causar dolor, de herir a alguien, como esta herida, esta terrible obsesión que le guiaba. El estómago le dio bandazos, se le irritó, quiso vomitar ante la idea de que él pudiera ser tan retorcido, tan repugnante como para querer torturar a alguien, que quizá podría obtener cualquier clase de placer o satisfacción del dolor de otro. También podría estar muerto. Estaría muerto antes de permitirse dañar a Emma o a los niños, antes de llegar a ser como sus padres.
Los costados subían y bajaban, dobló el cuerpo, llevándolo al suelo del camión. Las paredes estaban demasiado cerca, la cabina era demasiado pequeña. Luchó por mantener al leopardo a raya. Unas pocas millas más. ¿Qué estaba haciendo Drake?
– Sus ojos se han ido completamente -informó Joshua-. No sé cómo demonios aguanta. Tenemos que sacarlo del camión.
Drake pisó más fuerte el acelerador. Estaba yendo demasiado rápido para las condiciones del camino, pero arriesgarse a un accidente era una mejor elección que encontrarse encerrado en una pequeña área con un leopardo macho adulto y enfurecido en medio de la compulsión. El propio leopardo de Drake luchaba por la supremacía, rasgaba y arañaba en un esfuerzo de protegerlo. Dos veces, las afiladas garras surgieron y se retractaron. Él no había cambiado desde que le habían disparado y los médicos le reconstruyeron la pierna, dejando una placa metálica. No había libertad para él ni para su leopardo.
Giró el volante de un tirón y se deslizó bajo el soporte de los árboles justo dentro de la reserva. Sacó un rifle tranquilizador del anaquel en la ventanilla de atrás y salió, Joshua le siguió haciendo lo mismo en el lado opuesto del camión.
Dentro del camión, el cuerpo de Jake se retorció como si intentara despojarse desesperadamente de los vaqueros, las garras los rompieron en tiras. Pateó la tela rota mientras el cambio le dominaba, las cuerdas de músculos se duplicaron, triplicándose bajo la piel gruesa de manchas.
Drake retrocedió del camión que se balanceaba, alejándose de los árboles. La esperanza era que Jake forzaría a su leopardo al área arbolada. Si se permitía dar rienda suelta al leopardo, el macho iría a por su compañera, y ellos no tendrían más elección que tranquilizarlo para evitar que matara a algún macho humano muy cerca de Emma.
Drake esperaba que no llegaran a eso. Acertar con el dardo a un leopardo no era tarea fácil, y traía consecuencias. A menudo el corazón de un gato grande no podía asimilar las drogas y colapsaba completamente.
El gran leopardo macho se volvió loco, tirándose contra las paredes del camión, rasgando los asientos y estrellándose contra las ventanas hasta que grietas de telaraña aparecieron en el parabrisas.
– Él se ha ido, Drake -advirtió Joshua-. Está loco. Tendrás que matarlo cuando intente huir.
Drake sacudió tercamente la cabeza.
– Él es fuerte.
– Si Emma es su compañera y ella está comenzando el Han Vol Don, y no se han emparejado por lo menos una vez antes de otro ciclo, la compulsión será demasiado fuerte para un principiante. No sabes lo que está dentro de él, Drake. Dijiste que sus padres descienden de una línea de sangre corrompida. Él es peligroso. Podría haber una masacre.
– Él hará esto.
– Nunca ha oído del Han Vol Don. ¿Cómo podrá comprender lo que está sucediendo?
– Lo hará -repitió Drake-. Lo conozco. Su fuerza. Su determinación. Controlará a su leopardo.
– Maldita sea, hombre. Estás apostando tu vida.
El camión se meció otra vez y el leopardo sacó la cabeza por la puerta abierta. Fue sorprendentemente silencioso. Inmóvil. La piel estaba oscura por el sudor. Como si presintieran una amenaza, los pájaros callaron y los insectos cesaron todo sonido. El leopardo bajó la cabeza, los ojos dorados miraron fijamente a Drake con concentrada intención.
– Se ha centrado en ti, se ha centrado en ti -advirtió Joshua, rompiéndose su propia camisa y tirándola a un lado. Tiró de ambas botas, manteniendo los ojos en el leopardo.
El leopardo saltó desde su posición de inmovilidad, abarcando casi dos metros o más, tocó el suelo y saltó una segunda vez.
– Dispárale -suplicó Joshua, arrancándose los vaqueros y pateándolos. Dio dos pasos corriendo y empezó a cambiar mientras corría hacia Drake y el leopardo.
El leopardo golpeó a Drake con la fuerza de un tren de carga, estrellándose contra el pecho y tirándolo hacia atrás. Drake utilizó el rifle para desviar el poderoso gato, aunque fuera una defensa débil, y las garras le arañaron el pecho como un rayo, fallando por poco la garganta.
– Jake. ¡Lucha! -miró directamente a los ojos dorados.
El leopardo de Joshua vino desde un lateral. Jake saltó, girando en el aire para evitar el ataque. Su mente roja con rabia, la llamada de sangre le llenaba los pensamientos, apenas oyó la voz de Drake. Respetaba a Drake. Le gustaba. Mas apenas podía distinguir a Drake de sus enemigos mortales.
Enfrentado con el olor de un macho humano que le bloqueaba volver con su compañera, con un leopardo macho corriendo hacia él y con una rabia asesina en el corazón, Jake trató de concentrarse en la voz de Drake. Necesitaba algo para ahogar el rugido de su leopardo.
El leopardo de Joshua saltó la distancia restante, determinó a mantenerlo lejos de Drake. Jake giró, su flexible espina dorsal casi se dobló en dos mientras giraba para encontrarse con la nueva amenaza. El tajo de las garras afiladas envió un dolor por el muslo de Jake. Por un momento los pulmones ardieron con agonía y respiró un profundo y estremecedor aliento. Victoria. La victoria en el dolor. El dolor era su vida, y lo estabilizó como nada más podría hacerlo.
Tomó posesión de su leopardo que gruñía y forzó su voluntad de hierro sobre el gato. Murmurando palabras calmantes, prometió que pronto tendrían a su compañera. Hizo retroceder al gato que rugía, palmo a palmo. Su leopardo luchó a cada paso del camino, los instintos guerreaban con su mente humana. Jake era fuerte -más fuerte que el leopardo cuando se refería a su determinación- y el leopardo se rindió bruscamente, dando la vuelta y corriendo hacia los árboles.
El leopardo corrió, imprimiendo velocidad para llevarlo profundo al bosque. La necesidad por su compañera bordeaba la desesperación, y Jake deseaba al leopardo tan lejos del rancho y Emma como fuera posible. No tenía la menor idea de lo que le estaba sucediendo como leopardo o como hombre, pero tenía que aprender a controlarlo antes de que pudiera hacer cualquier demanda a Emma.
El viento se alzó y rugió por los árboles, advirtiendo que venía una tormenta. La oscuridad se extendió y trajo consigo la lluvia. Las gotas cayeron como si los cielos lloraran por él, lloraban con él por la viciosa crueldad que corría por sus venas. Las grandes almohadillas le permitieron ser silencioso mientras se movía rápidamente, yendo más profundo a la protección del bosque, tratando de dejar atrás su naturaleza fea y brutal. Había temido toda su vida que sería como ellos: los enemigos, y una parte de él había tratado de convencerle que no era así, pero por la manera en que su cuerpo y mente ardían obsesivamente por Emma, la manera en que reaccionaba cada vez que la veía, las violentas emociones que se le arremolinan en el vientre, todo contaba una historia diferente.