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El leopardo levantó la cara hacia la lluvia y el viento, permitiendo que barriera sobre él, esperando que lo limpiara. La tormenta aumentó en fuerza, el viento azotó los árboles, doblando los esquejes, arrancando hojas y rompiendo las ramas más pequeñas para que llovieran sobre él. El viento en la piel se sentía bien, la tormenta se añadía al humor nervioso del leopardo. Era libre. Podía perderse aquí, donde los árboles y el agua ahogaban el ruido de la ciudad. Dónde nadie le podía detener que atrapara a su presa cuando quería hacerlo. Había música en el viento y las hojas, el parentesco con los animales y pájaros. Pertenecía a algún lugar. Corrió libre, devorando kilómetros incluso cuando el corazón se sentía como si estallara y el aliento entraba en grandes soplos de vapor.

Llegó a una fuerte corriente y se zambulló sin vacilación, indiferente a que la corriente le atrapara, zarandeando al gran gato y atrayéndolo hacia una curva. Las ramas le golpearon con fuerza, haciéndolo girar, y salió gruñendo y escupiendo, usando sus pesados músculos para empujarse al borde donde pudo arrastrarse a tierra.

Se detuvo, la cabeza hacia abajo, los costados subiendo y bajando, luchando por respirar, luchando contra sí mismo. ¿Qué demonios estaba haciendo? Se había colocado en el curso de la venganza y en algún lugar de la línea ese curso se había alterado. No comprendía la emoción y no confiaba en ella. Sus emociones eran demasiado violentas, demasiado intensas, y él era demasiado capaz de herir a otros.

El dolor de los arañazos de garra en su costado le recordó todas y cada una de las victorias de su niñez, cada vez que ejercía control, cada vez que se construía su determinación para sobrevivir y crecer fuerte. El leopardo se tumbó bajo un árbol grande, el paraguas de hojas y ramas oscilaba desenfrenadamente con el viento turbulento, permitiendo que la lluvia se vertiera continuamente en él, refrescando el calor de su cuerpo y la ferocidad de su mente.

Drake había estado con él durante dos años. Joshua le había seguido, dejando la selva tropical para intentar una vida diferente. Él era de trato más fácil que Drake, reía más, pero detrás de los ojos verdes había sombras oscuras. Jake no había curioseado cuando Joshua le pidió un trabajo. Jake sabía que era leopardo, un amigo de Drake, y aunque una parte de él tuviera envidia de la agradable relación entre los dos hombres que habían crecido juntos, dejándole ser un intruso que mira, estaba todavía agradecido de tener un segundo leopardo para ayudar a instruirlo. Tampoco jamás había dicho que él se sentiría así, completamente fundido.

Admiraba la fuerza de Drake. El leopardo era cada parte de ellos como el respirar, aunque Drake no pudiera cambiar ya. Había tomado una bala que le había destrozado la pierna, y la chapa metálica que la sostenía junta le impedía cambiar. Algo tenía que ser hecho acerca de eso pronto. Drake no podía vivir sin su leopardo para siempre.

Profundamente el leopardo en Jake se puso en alerta. Estaba al borde de un descubrimiento importante. Drake no podía vivir sin su leopardo para siempre. Drake no era un leopardo. No era un hombre. Era los dos. Juntos. El hombre necesitaba al leopardo y el leopardo necesitaba al hombre. Uno no podía sobrevivir mucho tiempo sin el otro. El leopardo de Drake vivía dentro de él, pero no podía correr libre. No podía correr, respirar y sentir la alegría del leopardo mientras corría por territorio abierto o saltaba sin prisa de una rama a la siguiente. ¿Qué estaba haciendo el leopardo? ¿Pensar? ¿Sentir? Él no podría sobrevivir mucho tiempo en tal estado, y tampoco Drake.

Así que ¿qué de su propio leopardo? ¿Qué le había dado? ¿Qué había hecho por él? Se había cerrado a esa parte, cuidadoso de protegerse. Temía que el leopardo le convirtiera en sus padres y permitiera que las cualidades bestiales de su naturaleza se liberaran. Pero correr libre noche tras noche había calmado su rabia, le había permitido escapar al dolor de las pesadillas de su niñez. Todo el tiempo, aún siendo pequeño, antes de que el leopardo emergiera, el leopardo le había dado la fuerza de aguantar.

Drake había viajado miles de millas con él por fe solamente, dispuesto a abandonar parte de su vida, su propia necesidad y amor por la selva tropical, para instruir a Jake sobre su herencia. El dinero significaba poco para Drake. Era solamente un medio para un fin, un instrumento con que hacer las cosas que sentía necesarias. Había venido a Texas sólo para ayudar a Jake. Como siempre, Jake había desconfiado de la amabilidad. Y desconfiaba del leopardo, su otra mitad. El leopardo le había esperado, su aceptación, alzándose sólo cuando Jake necesitaba su fuerza, cuando algo o alguien provocaban sus instintos o cuando Jake necesitaba desaparecer y correr libre. Ni una vez Jake había compartido nada con Drake mientras este le contaba lo que era necesario para el completo desarrollo.

Tenía miedo. Darse cuenta le aturdió. Había pensado mucho en sí mismo durante el temor del pasado. Había sobrevivido cuando otros nunca lo habrían hecho, y había sobrevivido por instinto y completa determinación, en medio de una tormenta salvaje, con sus costados subiendo y bajando, el sudor oscureció su temor, jadeando con horror cuando supo lo que yacía dentro de él. Jake no quería entregarse a nadie, no a los niños, ni al leopardo y ciertamente no a Emma. Ellos tenían que ser suyos. Controlados por él. Obedeciendo sus órdenes en el mundo perfecto que había construido y en el que gobernaba.

Todo el tiempo, Drake le había dicho que tenía que dejarse ir. Con el corazón latiendo deprisa, saboreó el terror en la boca. Si se dejaba ir y el leopardo le tragaba, estaría perdido. Si amaba a sus niños y algo les sucedía, le arrancarían el corazón. Si se entrega a Emma y ella le dejaba, no sobreviviría.

El leopardo puso la cabeza entre las patas y lloró, las lágrimas se mezclaron con las gotas de agua mientras la tormenta comenzaba a disminuir. Siempre se había negado a pensar en él mismo como una víctima. Había sobrevivido porque era fuerte y había sido su elección no defenderse. No había permitido que el leopardo saltara sobre sus enemigos y desgarrara y rompiera hasta que no existieran más, aunque más de una vez había rabiado interiormente para hacer eso. Su control siempre había sido su prueba de que era diferente. Dejarse ir, confiar, dar, era sinceramente aterrador.

Por primera vez en la vida de Jake, se dio cuenta de que quizás no fuera lo bastante fuerte para vencer el trauma de su niñez. Nunca había reconocido que había sido víctima de abusos. Había sido un estilo de vida y había aprendido lecciones, lecciones muy duras, pero ellas le habían transformado en un hombre de éxito, y en un empresario aún más exitoso. Pensaba en sí mismo como intocable, y en la mayoría de las maneras lo era. Tenía la reputación de ser demasiado rico, de tener demasiadas conexiones políticas, demasiado despiadado, y demasiado peligroso para interferir con él.

Pero tenía miedo de sí mismo. Su enemigo más grande estaba dentro de él. Drake había dicho que él no podría vivir separado de su leopardo, y si no abrazaba a la bestia, le daba la bienvenida y aprendía a utilizar lo que él consideraba defectos como fuerzas, nunca estaría realmente vivo. Y finalmente el leopardo lucharía contra él a cada centímetro del camino. No quería correr el riesgo. Todo en él se rebeló, pero estaba peligrosamente cerca de herir a Emma, de destruir su casa, la única casa que jamás había conocido.

El leopardo extendió las patas y rastrilló hondo en la tierra. La noche se asentaba, trayendo los sonidos de insectos y búhos cazando. Yació tranquilo, escuchando el ciclo interminable de la vida, sabiendo que no podría abandonar a Emma. Se suponía que ella le necesitaba. Se suponía que los niños le necesitaban. Podía aceptar eso y él sería un socio increíble, encargándose de todo por ellos, pero no quería sentir ese cariño él mismo. No podía tener eso.