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No llamaría a los hombres y mujeres que venían a la casa amigos de Jake. Eran socios de trabajo, personas que buscaban favores, o trataban de acercarse a él. Ella les podría haber dicho, después de observarle durante dos años, que Jake no permitía que nadie se acercara. Había siempre una distancia entre él y los demás, inclusive de los niños.

¿Era eso por lo que estaba llorando? había esperado mucho para que ella pudiera ser de Jake, y cuando fue evidente que él no iba a ir a su propia fiesta de cumpleaños, permitió que los niños soplaran las velas y comieran. Gran parte acabó en sus cabellos y sobre sus ropas así que les llevó al baño. Mientras lavaba el pastel del pelo y la piel de los niños finalmente se dio cuenta de cuan sola estaba, cuan solos estaban todos. Vivian a la sombra de la presencia de Jake, día tras día, pero él no les había hecho parte de su vida.

Jake escuchaba cuando ella le contaba los progresos de los niños y relataba todas las cosas lindas que hacían mientras crecían y empezaban a descubrir el mundo a su alrededor, pero la cara de de Jake no se iluminaba, no reía del modo en que debería. Se mantenía detrás de ellos, aparte. Ella se había sentido triste por Kyle y Andraya, así como por sí misma. En ese momento, no se había dado cuenta de que no había una esperanza real para ella y Jake. Por mucho que le amara y respetara, por mucho que su cuerpo anhelara el de él, ella necesitaría más, mucho más de lo que él era capaz o estaba dispuesto a darle. Metió a los niños en la cama y se fue a su cuarto, cerrando la puerta para que no pudieran entrar si la oían sollozar desenfrenadamente.

Ahora tenía la humillación agregada de que su cuerpo ardía noche y día, desesperado por el toque de Jake. Apenas podía encararse consigo misma, recordando cómo se había tirado prácticamente sobre Jake, besándole, besándole. Se tocó la boca, los labios, recordando la sensación y forma de él, su sabor y textura. Quería arrastrarse dentro de él, devorarle, los impulsos eran tan fuertes y abrumadores que no confiaba en sí misma cerca de él. Iba a arruinar todo lo que tenía. O quizá realmente no tenía nada de nada.

Un gran sollozo destruyó su cuerpo, le apretó el pecho y le rasgó la garganta.

– ¿Por qué infiernos me has cerrado la puerta?

Emma casi saltó fuera de la cama, abrió los ojos de par en par por la sorpresa, el corazón le latía tan fuerte en el pecho, tan rápido que la adrenalina se vertió por su cuerpo.

– ¿Estás loco? -preguntó-. Jake, me has asustado. -Tiró la almohada en dirección a la voz, incapaz de detener la agresión que hervía dentro de ella-. Vete.

El misil no le frenó. Caminó a zancadas por el cuarto hasta cernirse sobre ella. Debería haber estado intimidada, como obviamente era la intención de Jake, pero su conducta sólo la hizo enojarse más.

Se echó el pelo a la espalda para mirarle con furia.

– Eres un asno. ¿No tienes límites? Mi puerta estaba cerrada. Con pestillo. Eso claramente significa no entrar.

La ira de Jake se derritió en el momento que la vio sentada en medio de la cama con el largo cabello despeinado como si acabara de haber hecho el amor. Sus ojos eran grandes, encuadrados en gruesas pestañas, mirándole fijamente con chispas de fuego irradiando de ellos. Parecía besable, demasiado besable. Apenas podía resistir el inclinarse y tomar posesión de la boca. Fue sólo entonces que él notó su cara, pálida con manchas rojas y huellas de lágrimas.

Su intestino se apretó.

La agarró por el mentón y la hizo levantar la cara.

– Has estado llorando.

Se apartó de un tirón, girando la cara lejos de él.

– De ahí la puerta cerrada y la necesidad de intimidad. Ahora por favor vete y déjame. – Meneó los dedos hacia la puerta con desdén.

– No.

Ella giró la cabeza con brusquedad, el pelo voló en todas direcciones.

– Jake. Estoy claramente molesta. ¿Podrías por una vez tener un poco de respeto y dejarme ser yo misma esta noche?

– No voy a dejarte sola cuando estás molesta. -Se hundió en la cama, forzándola a correrse un poco para darle suficiente espacio-. Siento lo de mi fiesta de cumpleaños. Mi ausencia fue inevitable.

– No te halagues.

Él pudo ver que la había enojado más al haberse movido automáticamente hacia él. A menudo durante los últimos dos años, él había ido a su cuarto y habían estado uno al lado del otro, hablando cuando ninguno podía dormir, y él contaba con esa cercanía familiar.

– No estoy llorando a causa de ti ni por el hecho de que no apareciste a tu propia fiesta de cumpleaños. Aunque egoísta, no fue totalmente inesperado.

Él respingó ante el puñetazo deliberado de Emma. Emma se sentó levantando las rodillas, se meció de aquí para allá con obvia pena. Dudó si ella sabía cuan trastornada estaba. Estaba acurrucada para hacerse tan pequeña como pudiera, los ojos ahogados en lágrimas. Jake se estiró y la atrajo fácilmente, acunándola contra su cuerpo, sosteniéndola cerca de él.

– Si no he sido yo lo que te ha trastornado tanto, ¿qué ha sido? Me encargaré de ello, pero tienes que contarme que está mal primero. -Depositó un sendero de besos desde su sien hasta la comisura de su boca y de vuelta a la sien, robando cada lágrima con los labios.

Emma enterró la cara contra su pecho. No podía mirarle. En el momento en que la boca de Jake se deslizó sobre su piel, descargas eléctricas se apresuraron desde los senos al vientre. No se atrevió a mirarle, empezaría a besarle, y entonces ¿qué sucedería? Estaba segura de que Jake estaría dispuesto a tener sexo con ella. Él siempre estaba dispuesto a tener sexo con alguien. Podía sentirle, duro como una piedra, contra la parte trasera de los muslos, pero ella no estaba hecha para ligues de una noche o para apasionadas aventuras que ardían rápidamente. Tenía dos niños a los que quería y una casa donde quería permanecer. Ceder al deseo sexual la satisfaría momentáneamente, pero finalmente le costaría todo. Jake no podría, no tendría un compromiso emocional.

– Habla conmigo, cariño. Puedes decirme lo que sea, Emma.

Las manos subieron y bajaron por sus brazos, sobre la ardiente piel, elevando su temperatura aún más.

– Sólo he tenido un mal día, Jake. Los tengo a veces. Todos los tienen. -La piel era tan sensible que casi dolía que la tocara. La sensación se había desvanecido un rato antes por la tarde, pero ahora parecía estar volviendo con más fuerza que nunca-. Tengo que acostarme. Y la luz tiene que estar apagada. Y necesito estar sola.

Jake frunció el entrecejo y frotó la cara sobre la de ella, casi como un gato.

– Quizá debería llamar a un médico, Emma. Te sientes un poco febril.

A pesar de todo, ella sintió el impulso de sonreír. Jake probablemente nunca había utilizado la palabra febril en su vida antes de que Kyle naciera, y ahora la soltaba alrededor como un viejo profesional.

– Estoy bien. Llorar a veces hace que una persona se acalore y sude. -Y estaba demasiado caliente. Él olía tan bien, fresco por una ducha, siempre podía decirlo. Tenía el cabello húmedo y olía a limpio con un débil, elusivo sabor a salvaje.

– Eso no es lo bastante bueno, Emma. Algunas mujeres pueden llorar sin ninguna razón, pero no tú. Alguien o algo te ha molestado. Tengo intención de saber que fue antes de salir de esta habitación esta noche. -Dejó que ella se deslizara fuera de sus brazos.

Ella cerró los ojos contra la sensación de las almohadillas de los dedos deslizándose por su piel mientras se estiraba en la cama, dándole a Jake sitio de sobra para que no tuviera que tocarla.

– Adivino que tú realmente no comprendes el concepto de una puerta cerrada.

Él se encogió de hombros, allí en la oscuridad cercana, subiendo los anchos hombros de la manera casual en que siempre lo hacía. Ella fue instantáneamente consciente de cada músculo que se deslizaba bajo la piel. Emma apretó los párpados cerrados con más fuerza. Respiró y lo tomó en sus pulmones.