– Las puertas cerradas son para los otros, cariño. -Se inclinó, depositó un beso en su frente y se tendió a su lado.
Ella se dio cuenta de cuán completamente natural se sentía. Había estado casada con Andrew cinco meses. Había estado con Jake durante dos años. Él había estado viniendo a su cuarto todas y cada una de las noches, desde el primer día que se había mudado a su casa. La sostuvo la primera noche cuando despertó con una pesadilla terrible, el hedor de fuego y el calor de las llamas todavía tan crudo y vívido. Cada gesto de él era más familiar para ella que los de Andrew. Cuándo recordaba el toque de un hombre, era el toque de Jake. Cuándo ardía de noche por el cuerpo de un hombre, era el cuerpo de Jake. ¿Cuándo había empezado todo esto a suceder? ¿Y por qué ahora? ¿Por qué se despertaba ella ahora? Estaba aterrorizada del cambio, atemorizada de perderlo todo.
– Cuéntame sobre tus padres. No hablas mucho acerca de ellos -dijo Jake.
– ¿Mis padres? -resonó Emma, asustada. El corazón revoloteó.
La mano de Jake se deslizó contra la suya, enredando los dedos con los de ella. A ella le dolió por dentro cuando él llevó las manos unidas a su pecho, justo sobre su corazón. Siempre hacía eso, atarlos juntos. Estaba atada a él por mucho más que los niños.
– ¿Tienes padres, verdad?
La rara diversión en su voz tironeó de la fibra sensible de Emma. Esta podía sentir su cuerpo, sólido y caliente justo a su lado. Podría contar los constantes latidos del corazón.
– Por supuesto que tengo padres. ¿Piensas que me arrastré de debajo de una piedra?
Él atrajo los dedos hasta los labios y le mordisqueó las puntas. La boca estaba caliente y húmeda y los dientes eran fuertes, aunque la mordedura fue suave y envió pequeños hormigueos de excitación por sus muslos y vientre.
– Creo que no quieres contarme nada sobre tus padres. ¿Tuviste una niñez feliz? -Giró la cabeza para mirarla-. Asumo que si porque eres una persona feliz.
Ella se encontró sonriéndole.
– Sí, la tuve. Mis padres eran muy cariñosos. Viajamos mucho. Mi padre tenía dificultades para establecerse y nos movíamos a menudo. Siempre estaba inquieto. Yo volvía a casa desde la casa de unas amigas y ya habíamos empacado todo en el coche. Raramente tenía tiempo de despedirme. Simplemente nos íbamos.
– Eso debe haber sido difícil.
– Deseaba una casa, ya sabes, la casa tradicional con un patio como los otros, y una escuela habitual…
– ¿No asististe a la escuela?
La mirada de Emma saltó a su cara. Su voz había sido cuidadosamente neutral y él la miraba a los dedos, atrayéndolos distraídamente a la boca, pellizcando las puntas.
– Estoy muy bien educada, gracias -dijo ella, frunciendo el entrecejo, cautelosa ahora.
Su ceño fue malgastado. Él le mordió las puntas de los dedos, los dientes raspaban de aquí para allá. La sensación era intensamente seductora, enviaba relámpagos por su sangre. Los senos le dolían. No ayudaba que estuviera lista para la cama, sin un sujetador, y el delgado material del pijama rozaba sus pezones mientras se endurecían en picos apretados. La mirada en la cara de Jake era sensual pero remota, como si la sensualidad fuera tan inherente a su carácter que aún cuando no ponía atención, las mujeres no pudieran evitar sentir su calor sexual.
Giró de repente la cabeza para mirarla y el corazón de Emma se aceleró, latiendo con fuerza, quedándose sin respiración. Los ojos dorados tenían posesión, la hipnotizaban, le robaban la palabra. Abrió la boca, pero no salió absolutamente nada.
– Sé que eres culta. Solamente que siempre te imaginé en la escuela con otros niños. Yo tuve tutores privados. Siempre me pregunté cómo era ir a una escuela con otros niños.
Emma apretó los labios juntos, sintiéndolos hormiguear. Estaba tan enfocado cuando la miraba, tan completamente concentrado en ella, que se sentía amenazada en algunas maneras y completamente estimulada en otras.
– También yo -se las arregló para decir.
– Emma. -Su voz se ablandó, fundiéndola-. Estás tan tensa. Algo ha sucedido esta noche y quiero saber que es.
El muslo rozó el de ella cuando él giró de lado, sosteniéndose sobre un codo y curvando el cuerpo alrededor del suyo en actitud protectora. Estaba más cerca de ella que nunca, tan cerca que ella podía intercambiar aliento con él. Era el hombre más hermoso con el que jamás se había encontrado, de un modo crudo y sexual. Cada vez que se movía, los músculos ondulaban y se deslizaban bajo la piel, un movimiento poderoso, fluido y muy sensual que calentaba su sangre por mucho que ella intentara duramente no notar.
Jake le ahuecó la cara con la palma, el pulgar se deslizaba suavemente sobre su mejilla hasta la comisura de la boca.
– Cariño, te lo juro, tenía toda la intención de estar en casa esta noche. Surgió algo que fue inevitable. Compensaré a los niños. Trato de mejorar el asunto de estar implicado con ellos. Créeme, sé que les dejo contigo más de lo que debería. -Apuñalaba en la oscuridad, tratando de que ella se abriera. Deseaba que estuviera molesta por la fiesta. Podría compensar eso. Pero no, había algo mucho más profundo, y tenía un mal presentimiento acerca de la dirección a donde la llevaban sus pensamientos.
Emma cerró los ojos para bloquear la vista de él, pero sus otros sentidos se agudizaron inmediatamente. Un calor líquido se apresuró, humedeciéndole entre las piernas, la sangre latía con la necesidad. Siempre había condenado en secreto a Jake por sus proezas sexuales con mujeres. Nunca ocultaba el hecho de que las mujeres le encontraran atractivo. Ella sabía que le visitaban en su oficina de la ciudad y sabía por qué. Quizá todo el tiempo había estado celosa y nunca había identificado su propia atracción por él. Pero era horrible sentirse como una de esas mujeres.
No quería ser otra mujer más haciendo cola, rivalizando por su atención, rogando que la notara, para ser desechada en el momento en que atendiera sus necesidades. ¿Cómo le podía decir que ya no le podía tener en su cama porque todo en lo que pensaba era en subirse encima de él? ¿Por qué todo lo que hacía parecía tan sexual en este momento, cuando él había estado haciendo exactamente la misma cosa durante los últimos dos años y ella ni una vez había reaccionado? Debía haber sido ella quien había cambiado. Una nueva oleada de lágrimas le inundó los ojos.
– Eso es -dijo Jake con brusquedad, la enmarcó la cara con las manos, los pulgares bajo el mentón, acariciándola de modo seductor. Dobló la cabeza hacia la de ella y le robó el aliento-. Tienes que parar. ¿Me oyes, Emma? Tienes que parar o haré algo que ninguno de los dos será capaz de olvidar.
Ella le apretó la frente con la suya.
– No sé que está mal conmigo, Jake, pero lo odio. Me siento como si me estuviera saliendo de mi piel.
Le acarició la cara con la mano.
– Has pasado por mucho en dos años. Has perdido a un marido, cuidado de un bebé, tenido otro, tomado las riendas de esta casa, lo cual, si no te lo he dicho, has hecho un trabajo asombroso. Creo que tienes derecho a derrumbarte. Sólo has dejado el rancho para hacer pequeñas compras, e incluso entonces, la mayoría de las cosas son entregadas. Nunca te tomas tiempo libre para ti.
Las madres no se tomaban tiempo libre. No pensaba en sí misma como el ama de llaves, era la madre de Kyle y Andraya. Pero esta no era realmente su casa. Kyle no era su hijo. Tenía un trabajo. Era un trabajo.
– Nunca hemos hablado de tiempo libre. -¿Es así cómo él veía lo que ella hacía? ¿Cómo un trabajo?
Se sintió entumecida por adentro, y gracias a Dios, el ardiente infierno se estaba enfriando, la sensibilidad de la piel disminuía. El anhelo por él no disminuía, pero por lo menos no era tan crudo y mordiente que tenía miedo de atacarle.
Él parpadeó. Los ojos dorados casi resplandecieron. Un débil retumbar, muy similar a un gruñido, salió de lo profundo de su pecho.