Kyle le sonrió.
– No soy un niño. Draya sí.
– Kyle, no le hables así a Susan -dijo Emma en voz baja. Limpió lo que quedaba del pastel de la mesa y arrastró a Susan hacia el fregadero-. Los niños no comen pastel para desayunar.
– Ambos lo lanzaron hacia mí y luego del uno al otro.
Emma les dirigió una severa mirada a los niños.
– Ambos tendrán su castigo y luego se disculparán -dijo.
El labio inferior de Andraya se curvó en un puchero, pero Emma la ignoró mientras quitaba todo el pastel que pudo del pelo de Susan y de su ropa.
– Creo que será mejor que te des una ducha mientras limpio a estos pequeños monstruitos.
– Quiero oírlo todo de Jake -protestó Susan-. ¿Qué dijo acerca de que me quede aquí un par de semanas? ¿Crees que le gusta mi pelo? -Ella dio unas palmaditas al sofisticado corte que se había hecho poco antes de llegar a la hacienda Bannaconni.
– Por lo general, Jake no habla sobre el aspecto de nadie -dijo Emma, intentando que Susan no se sintiera decepcionada. La muchacha sufría un fuerte encaprichamiento por el hombre, y no era como si Emma pudiera culparla. Se volvió hacia Kyle y empezó a limpiarle. Él iba a necesitar un baño para dejarle el pelo limpio, pero a juzgar por los ojos brillantes, los enormes hoyuelos y la abierta sonrisa infantil de oreja a oreja, él parecía como si hubiera disfrutado a fondo de la mañana.
Susan subió corriendo para darse una ducha mientras Emma limpiaba la cocina y a los niños y luego los llevaba arriba para bañarlos. Para cuando bajó de nuevo con ellos, Jake caminaba por la cocina otra vez como un gato enjaulado, y Susan estaba pálida y tenía los ojos muy abiertos, como si fuera a desmayarse, o gritar, de un momento a otro.
Los niños corrieron hacia a Jake, quien se inclinó inmediatamente para cogerles.
– Susan hizo el café -anunció él torvamente.
Emma le dio la espalda, ocultando una sonrisa. El héroe de Susan tenía pies de arcilla. Era un adicto al café y sin él tendía a ser gruñón por la mañana. La mayoría de los hombres que trabajaban cerca de la casa tenían también el hábito de dejarse caer para llenar de café sus tazas-termo.
– Estoy en ello -dijo, mordiéndose el labio, divertida. Susan inhaló por la nariz y Emma puso el brazo alrededor de la chica-. ¿Podías llevar a los niños al patio? Creo que Evan está aquí esta mañana para cuidar de ellos. Él te puede ayudar.
Susan se reanimó inmediatamente. Evan era bastante joven, parecía un vaquero «auténtico» con sus vaqueros, sus botas y su sombrero, y no le importaba coquetear con ella aunque fuera una adolescente. Aunque raramente hablaba, daba la impresión de ser un tipo fuerte y silencioso, lo que a Susan le resultaba misterioso.
– Por supuesto, Emma -acordó, para mostrarle a Jake que no era tan inútil como él pensaba.
– Háblales en francés. Sólo en francés -añadió Emma deliberadamente, disparando contra Jake una clara reprimenda por encima de su hombro-. Hoy es el día del francés.
Susan levantó su barbilla en el aire mientras extendía los brazos para coger a los dos niños, dirigiendo a Jake su mirada más arrogante.
Cuando Andraya protestó, aferrándose al cuello de Jake, él la soltó con cuidado, hablándole en un francés fluido, diciéndole que se fuera con Susan a jugar. Andraya se enfurruñó, pero siempre le hacía caso a Jake y salió hasta donde Evan les esperaba para escoltarles al patio.
– Esa chica ni siquiera sabe hacer café -dijo Jake.
– Esa chica tiene un nombre. Es Susan. Ella tiene un ama de llaves, tres criadas, un cocinero y ninguna madre, Jake. Su institutriz, esa horrible Dana Anderson, no podría ocuparse menos de ella y la menosprecia a la menor oportunidad. Susan habla tres idiomas y ya cursa estudios a nivel universitario. Y tú tampoco sabes hacer café.
Jake se colocó detrás de ella, inclinado sobre su hombro mientras ella molía los granos de café recién tostados.
– ¿Qué te hace pensar que no sé hacer café?
– Porque sin café tú eres un completo gruñón y estás aquí delante, sin haberlo hecho todavía.
– Sólo porque tu café es mucho mejor.
– Susan te hizo el café esta mañana, pero a ti no te gustó.
– No llamaría café a lo que ella hizo.
Ella le dio un codazo, con fuerza, en el costado.
– Fuera. Me molestas más de lo normal esta mañana.
– No me gustan los extraños en mi casa.
– Jake. De verdad. En serio. Susan es una adolescente sin madre y su padre nunca está en casa. Ten un poco de compasión. Está encaprichada de ti y tú estás siendo mezquino. -Ella se dio la vuelta, apoyando la espalda en los armarios, y le sonrió-. Eso es mezquino.
Jake enderezó su cuerpo alto, atrapándola por la cintura con ambas manos para levantarla, colocándola en la encimera junto a la cafetera para que estuviera a su altura.
– Me portaré mejor con ella. Haré un esfuerzo.
– ¿Lo prometes? -Una vez que Jake daba su palabra, siempre la mantenía.
Él vaciló. Ella le conocía lo suficiente como para saber que estaba pensando.
– No te atrevas a usar esto como moneda de cambio. Tú deberías esforzarte con Susan porque es joven y no tiene mucha familia. Es una chica agradable y necesita un poco de ayuda ahora mismo, y no que tú puedas salirte con la tuya.
– Suenas tan sexy cuando te pones mandona, Emma -bromeó él-. Dije que me esforzaré con ella y lo haré. Olvidé decirte que he contratado un hombre nuevo. Es un amigo de Drake y Joshua y ha estado enfermo. No habla mucho, pero es un buen hombre. Haz trabajar tu magia con él, ¿vale? Pero no coquetees.
– Yo no coqueteo -le sonrió-. Vete a tu oficina y sal de mi cocina. Corro el riesgo de cocinar algo para ti y ponerle arsénico si sigues así.
– Tengo los nervios de punta últimamente en lo que a ti se refiere, así que no frecuentes demasiado al tipo nuevo. No le conozco y él no me conoce a mí.
– No tiene ningún sentido. Si es amigo de Drake y le contrataste, supongo que fue investigado a fondo y que no estás preocupado de que pueda hacernos ningún daño. ¿De qué estás hablando entonces?
Jake la levantó de la encimera y la apartó de él, deslizando su mano sobre su cadera y su trasero, su palma se demoraba, incluso la acariciaba.
– Tendría que darle un buen susto a un hombre que respeto, o algo peor aún. Simplemente compórtate.
– Jake -se dio la vuelta, empujando la pared de su pecho-. ¿Qué ha sido eso?
– ¿Qué?
– Acabas de manosearme el trasero. No soy una cualquiera, ya lo sabes.
– No te manosearía si fueses una cualquiera.
Ella puso ambas manos en sus caderas y le dirigió su mirada más severa.
– ¿Eres consciente de que esa pequeña caricia robada tuya podría ser interpretada como acoso sexual en el trabajo?
– No cobras nada, recuerda, así que técnicamente no trabajas para mí. Eres la madre de mis hijos y haces el mejor café que he probado nunca. -Le dirigió una amplia sonrisa impenitente-. Si quiero tener más hijos, tarde o temprano voy a tener que hacer algo más que manosearte el trasero. Así que bien puedes acostumbrarte a eso.
Trató de seguir molesta con él y no sentir el rubor de placer de ser llamada la madre de sus hijos, o se sentirse feliz porque él pensara en ella de ese modo. Se había negado a aceptar dinero por llevar la casa cuando él había cuidado tan bien de ella, y luego el acuerdo que sus abogados habían arreglado para ella y Andraya había dispuesto más dinero del que había oído nunca. Había establecido fondos fiduciarios para Andraya y Kyle, así que el dinero no iba a ser un problema. En realidad, Jake nunca la había tratado como una empleada, sino más bien como una mascota, consentida, pero sujeta a sus normas. No aceptar su dinero siempre la había hecho sentirse más a su altura. Ella no tenía que obedecer sus órdenes.
Ella suspiró. Era tan complicado, tan difícil de estar con él todo el tiempo, con su humor punzante y sus silencios amenazantes. Le conocía mejor que la mayoría de la gente, pero todavía lo encontraba difícil de leer, en particular cuando él estaba del humor que tenía ahora.