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La deseaba allí, en el suelo de su oficina, donde no había posibilidad de que escapara, donde podía sujetarla y conducirse profundamente, tomando lo que por derecho era suyo. La agarró por las nalgas y la urgió más firmemente contra la mano, los dedos se deslizaron profundamente, resbalando dentro y fuera de ella, mientras la lengua reclamaba la posesión de su boca. Su cuerpo estaba ardiendo, un extraño rugido en las orejas. Estaba pesado y lleno, más allá del dolor.

No era suficiente. Necesitaba que ella le tocara, necesitaba que ella le deseara con el mismo frenesí salvaje de tormento. Agarró la hebilla del cinturón, arrastró sus pantalones abriéndolos, para sentir cierto alivio.

– Necesito que me toques, cariño. Ahora mismo, maldita sea. -Su voz fue un gruñido desigual que intentó ser suave pero no pudo-. Emma, te necesito, cariño. Tócame. Por favor, solo tócame, joder. -Desesperado por la sensación de sus manos sobre él, no le dio elección. Enredó una mano en su cabello y guió su mano hacia su polla con la otra.

Su cuerpo tembló ante el primer toque de los dedos contra la carne pulsante, ante el modo en que los dedos le amasaron, le tocaron y acariciaron. Se estremeció, empujando en la mano, mientras la agarraba del pelo y la forzaba a ponerse de rodillas.

– Pon la boca sobre mí -ordenó duramente. Era como si su miembro tuviera vida propia, estuviera ardiendo, tan grueso que sentía que estallaría.

No iba a vivir otro momento a menos que ella obedeciera. Su verga escapó de la palma y ella frotó la cabeza sensible con la punta del pulgar, alzando la mirada hacia él, los ojos somnolientos, atractivos. Ella parecía imposiblemente sensual arrodillada a sus pies, su cuerpo desnudo excepto por el sujetador de encaje, las gotitas de humedad capturadas en los rizos llameantes en la unión de sus piernas, los senos derramándose por fuera, su marca de posesión en la garganta y sobre los suaves montículos. Él estaba completamente vestido, su polla gruesa, dura y doliendo como una hija de puta.

– Pon tu jodida boca en mi ahora -siseó entre los dientes apretados mientras la lengua de Emma escapaba para curvarse alrededor de la cabeza ancha y excitada, para saborear las gotas color perla de allí.

Emma se inclinó hacia adelante y él se quedó sin respiración, perdió la mente, todo su ser, mientras ella comenzaba a mamarlo. Ella le consumió con su pasión, con placer caliente y terrible. La boca era un tubo de fuego que le quemaba, le achicharraba, estaba apretado como un puño, le ordeñaba, la lengua se deslizaba por encima y debajo, lamiendo con avidez su base, su bolsa y de vuelta a tragarlo una vez más.

El leopardo rugió y él sintió las garras estirándose, sintió los huesos chasqueando mientras la boca le llevaba por el borde de su control. Luchó contra el cambio, luchó por evitar ser demasiado violento, demasiado salvaje, pero la sensación de su boca le estaba matando. Podía sentir sus pelotas apretándose, la verga creciendo en el resbaladero caliente de la boca. Quería más, enterró ambas manos hondo en su pelo, sosteniéndola en el sitio mientras empujaba las caderas y echaba atrás la cabeza cuando tocó la parte de atrás de su garganta, un placer brutal estalló por él como el sol.

Ella comenzó a luchar, trayéndole de vuelta a la realidad.

– Relájate. -Intentó forzar su cuerpo a calmarse, pero no podía liberarla, obligarse a sí mismo a abandonar el refugio caliente de la boca-. Relájate, cariño. Me puedes tomar. Solo relájate.

Ella se calmó un poco bajo su tono calmante, forzando los músculos de la garganta a relajarse cuando él le echó la cabeza más atrás. Él se introdujo más, murmurando ánimo, un grito ronco escapó cuando la garganta de Emma convulsionó a su alrededor. Tenía que parar. Tenía que encontrar el control. Si no lo hacía, rociaría su semilla por la garganta, y necesitaba estar dentro de ella. Se arrancó la camisa y lanzó la tela a un lado, la piel estaba al rojo vivo.

– No puedo esperar, cariño, ni otro minuto. Lo siento, tengo que tenerte ahora. Más tarde, me tomaré mi tiempo, lo juro, pero no esta vez. Me volveré loco si no estoy dentro de ti.

Empujó contra ella agresivamente, la agarró por los hombros y la llevó hacia atrás al suelo. Ella se tendió, con las rodillas levantadas, el pelo esparcido por la brillante madera como seda, los pechos empujando hacia arriba, palpitando con la jadeante respiración. Él se cernió sobre ella como un conquistador, pateó los zapatos y se despojó de los pantalones antes de estirarse para deshacerse del sujetador.

– Jake. -Había incertidumbre en su voz cuando parpadeó hacia él, un tinte de temor en los ojos. Su cuerpo estaba ruborizado, excitado; él olía su excitación, incitando al leopardo a nuevas alturas de lujuria.

Sabía que debía ir más despacio, tranquilizarla, pero el leopardo no lo permitiría, le estaba guiando ahora, más allá del sentido, indiferente a nada excepto a reclamarla, a atarla a él. Había esperado por siempre, ardiendo noche tras noche, hasta que vivió en una clase de infierno.

Bajó al suelo, le apartó las rodillas y tiró de su cuerpo a través de la madera pulida; bajó la cabeza y apuñaló con la lengua hondo en su centro caliente y cremoso. Emma corcoveó, gritó e intentó alejarse retorciéndose, empujando en el piso con los tacones en un esfuerzo por arrastrarse fuera de debajo de él. Él gruñó otra vez, levantó la cabeza de un tirón, los ojos ardían sobre ella, hundió los dedos profundamente en sus muslos, para evitar que se moviera ni un centímetro. Ella estaba tan mojada, tan preparada, su cuerpo ya se estaba apretando con espasmos, desesperado por el suyo.

– Es demasiado, vete más despacio -rogó Emma, envolviendo el puño en su pelo.

El dolor en la cabeza de Jake sólo le estimuló. Gruñó otra vez, elevando las sensaciones con vibraciones mientras empezaba a darse un banquete en ella. Su sabor era salvajemente exótico, y la sangre se apresuró a su verga, hinchando su miembro a tal plenitud intolerable que pensó que estallaría. Más crema se deslizó de ella y la lamió como un gato hambriento mientras ella gemía y se retorcía bajo su asalto. Otro gruñido caliente y desesperado retumbó hondo en su garganta mientras la devoraba. Los dientes le rasparon el clítoris. Ella levantó las caderas y él la atrapó por los muslos, abriéndolos más para conseguir mejor acceso. Cuándo se amamantó del pequeño brote duro, ella corcoveó desenfrenadamente contra su boca, sus gritos se volvieron sollozos de placer mientras él la lanzaba a un intenso orgasmo.

– Jake… Para… No puedo hacer esto. No puedo tomar más. Tienes que parar. -Él iba a matarla con el puro placer. Ella necesitaba ir más despacio, recobrar el aliento. Él iba a volverla loca-. Jake. -Intentó decir con voz entrecortada que parara, pero ya era demasiado tarde.

Él no paró. En lugar de eso, su reacción se intensificó. La lengua golpeó el brote sensible una y otra vez, conduciéndola más alto, haciendo que ardiera más caliente, hasta que el nudo de terminaciones nerviosas se sintió en llamas contra la lengua. Ella le empujó, golpeándole ahora, su propia voz un ronco sollozo mientras intentaba aflojar el agarre despiadado en los muslos. El aliento desigual y el cuerpo que corcoveaba provocó que la lujuria de Jake aumentara. El leopardo saltó y rugió, arañándole el vientre, demandando más de ese sabor adictivo, queriendo marcarla por todas partes para que ella nunca pudiera intentar negar otra vez a quién pertenecía.

La lengua apuñaló y dio golpecitos, hundiéndose hasta el fondo, negándose a darle un momento para recuperarse, controlándola deliberadamente. Sus salvajes empujes sólo alimentaban la necesidad de su gato de dominar, y él deslizó la boca por ella, lamió la humedad resbaladiza que cubría su montículo varias veces y luego colocó los dientes en el interior de su muslo, marcándola una vez más.