Ella adoraba esa aspereza en él, ese giro de la ternura al hambre ruda, como si su necesidad de ella fuera tan grande que estuviera al borde de su control. Y aunque ella estuviera tan dispuesta y deseosa, había una parte de ella que chillaba: No. No. Para lo que estás haciendo. Estás arriesgando todo lo que tienes.
Jake ahuecó los senos en las manos. Tan firmes. Tan tentadores. ¿Cuántas veces había entrado en la guardería infantil y la había visto amamantando a Andraya? No sabía sobre otros hombres, pero la vista siempre enviaba rayos de erótico placer que le atravesaba. Siempre había querido dejarse caer de rodillas y probarla. Ella era tan hermosa, una mujer sensual en su estado natural.
La besó otra vez, adorando su boca. Siempre había amado su boca, había soñado con ella tantas veces. Sabía incluso mejor de lo que se había imaginado, toda dulce y picante y tan Emma. Amaba el calor de su cuerpo, la manera en que se abría para él cuando las manos se movieron sobre ella hasta los muslos, ya mojada, necesitada y dispuesta a acomodarle. Su cuerpo era suyo, aunque ella todavía quisiera negarlo.
La miró a la cara mientras aplicaba presión en el duro pequeño punto del seno, vio su cara ruborizarse mientras el calor se extendía, miró la mordedura del dolor mezclarse con el intenso placer cuando tironeó. El aliento entró en ella en un desigual jadeo y sus ojos se volvieron de ese sexy barniz vidrioso que adoraba. Ella era exquisita, aún más cuando estaba excitada. Bajó la cabeza y tomó un seno en la boca. Lamió, chupó, los dientes tironearon, pellizcaron, y él observó cada reacción, conduciéndola más y más alto.
Se movió más abajo para lamerle el abdomen, excitando el intrigante ombligo, lamiendo las gotas de sus rizos llameantes. El aliento le salió en un largo siseo cuando él golpeó la lengua sobre su montículo. Jake bajó el cuerpo, deslizándose sobre ella, abriéndole los muslos, todavía mirándola, amando el modo en que los ojos se desenfocaban y se volvían enteramente esmeralda, casi resplandeciendo con lujuria somnolienta.
Dio una larga, lenta y deliberada lamida, la lengua se arremolinó alrededor del apretado brote, y luego dio golpecitos de aquí para allá sobre él hasta que ella estuvo jadeando, luchando y retorciéndose bajo él. Las terminaciones nerviosas, ya tan sensibles, crepitaron y ardieron. Le hizo el amor de la única manera que conocía, -crudo, sensual, conduciéndola más allá de sus límites preconcebidos. Llevándola tan alto como ella pensaba que podía ir y luego más, chupando, lamiendo, acariciando, utilizando dientes, lengua y dedos. Ella no pensaría que estaba amándola, pero esta era la única expresión de emoción que él le podía dar. Esto era quién era él. Se tomó su tiempo, besándola, puso atención a la menor reacción antes de que su ávida boca se cerrara en su caliente, mojada vaina para tirarla sobre el borde.
Ella gritó, levantando las caderas cuando él empujó la lengua en ella con un golpe lento y fuerte. El cuerpo de Emma era un infierno, tan caliente, tan mojado, un fuego furioso que amenazaba con consumirla. Sollozó por la liberación. Jake chupó su clítoris en su boca, dio golpecitos sobre el apretado brote con la lengua, lo arañó con los dientes. Ella se tensó, sollozó otra vez, le clavó las uñas en los hombros, y luego su cuerpo se fundió, se volvió liquido mientras un orgasmo devastador la alcanzaba.
Cuándo se calmó, él volvió a ponerse encima, ofreciendo su miembro que latía. Ella abrió los muslos para aceptarlo, pero él se estiró hacia abajo y la instó a que se pusiera de rodillas, sacudiendo la cabeza, aunque estaba desesperado por estar dentro de ella.
– No -dijo suavemente, su voz firme, exigiendo-. No esta vez. Necesito tu boca sobre mí otra vez, Emma. Necesito verte deseándome, todo lo que soy. -Porque ella le había dado todo excepto lo que necesitaba y él iba a tomar todo de ella. Ella era suya. E iba a hacer que lo supiera, tanto si ella quería admitirlo como sino. ¿No revelando su amor por él? ¿Pensaba ella que no era amor?
Necesitaba su boca, tan caliente y sexy, más de lo que jamás podría expresarle o explicarle. Ella no se había rendido. ¿Creía que él no podía sentir el conflicto en ella? Su cuerpo era suyo, pero no su corazón ni su mente, y él no se conformaría con menos que su absoluta rendición. Ella tenía que saber a quién pertenecía, para quien había nacido.
El leopardo gruñó y paseó, rastrilló con las garras, mantenía un asalto implacable en su mente. Tómala. Tómala. Ella me pertenece. Ella tiene que saber que es mía. La necesidad le tronaba en el corazón, en su cuerpo, un rugido de supremacía absoluta. El felino era salvaje, estaba furioso porque ella no se sometería totalmente a él.
– Emma. -Dijo su nombre, nada más. Pero era una demanda, una orden y Emma dejó caer la mirada a su erección pulsante.
Ella aspiró el aliento, tan excitada porque habría hecho algo para él, tan hambrienta de su cuerpo que le necesitaba llenándole la boca casi más de lo que él la necesitaba a ella. Quería saborearle, sentirle, abrasarle en el infierno de su boca. Pareció tan personal, la última intimidad, la mujer de un hombre que lo acaricia y lo venera, dándole un placer exquisito. Y estaba su cara, dura con lujuria, los ojos tristes, como si… como si necesitara algo de ella, algo que sólo ella le podía dar.
Hipnotizada, se inclinó hacia delante y chasqueó la lengua sobre la ancha cabeza que goteaba. Todo el cuerpo de Jake se estremeció. Su gruñido fue puro animal, un sonido gutural y duro que hizo que otro orgasmo la atravesara.
– Hijo de puta, Emma, joder, hazlo antes de que explote.
La agarró del pelo y tiró de su cabeza hacia él. Cuándo ella fue a agarrar la base con la mano, para rodear su miembro, él sacudió la cabeza.
– Pon las manos en mis caderas y mantenlas allí.
El corazón de Emma saltó. Alzó la mirada. Los ojos dorados de Jake habían cambiado a ojos de gato, resplandeciendo con poder, con lujuria, con una necesidad más allá de algo que ella hubiera experimentado jamás. Sentía la ferocidad en él y algo en ella saltó para encontrarlo. No pudo evitar lamer las gotas antes de que él la agarrara del cabello más fuerte y empujara su miembro, duro como el acero y abrasadoramente caliente al refugio de su boca.
Las caderas de él dieron un tirón, jadeó, apretó la mandíbula y su gruñido se volvió más áspero. La lengua de Emma se curvó alrededor de él deslizándose tan perezosamente que hizo que todas las terminaciones nerviosas de él llamearan. La sensación de su húmeda boca de terciopelo mamándole era terriblemente erótica. Él la había tomado dos veces y todavía estaba tan duro como una piedra, empujaba en la boca, intentando ser suave, sabiendo que ella estaba agotada. Ella comenzó a levantar las manos y él gruñó una advertencia, manteniendo el control, elevando su placer aún más.
Le clavó las afiladas uñas en los muslos, pero ella no movió las manos, no las alejó de él. Él sintió las puntas de los dedos trazando las cicatrices, deslizándose sobre ellas, frotándolas, acariciándolas, enviando una caliente excitación directa a su polla. La boca estaba ansiosa, sus pequeños gemidos vibraban alrededor de él, volviéndolo loco hasta que los pulmones le ardieron por aire y el aliento entró en jadeos duros. Todo en él se apretó, ardió. Cada músculo, cada célula, cada terminación nerviosa. El calor hirvió, el fuego achicharró, quemó mientras se acercaba a su explosivo orgasmo.