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– Cuando te ciernes sobre mí me siento amenazada, físicamente amenazada. Puedes llegar a ser muy aterrador, Jake. Gritos todos los que quieras, pero nada de golpes. Jamás.

Él comenzó a asentir, entonces se detuvo.

– Tenemos que hablar de esto. Si alguna vez yo te golpeara o a los niños estando encolerizado, Emma, quiero que agarres a los niños y vayas directamente a por Drake y Joshua. Que les digas lo que haya pasado y que les hagas que te ayuden a marcharte. Y no vuelvas. No me aceptes de vuelta nunca. Quiero que me prometas que lo harás así. Drake y Joshua tendrán orden de ayudarte. Ellos te llevaran a algún sitio seguro donde yo no pueda alcanzarte.

Ella alzó la vista hacia él, su mirada buscó la suya. Y asintió con la cabeza.

– Pero… -La sonrisa de él se volvió sensual y su mirada cautelosa-. Hay cosas que podemos hacer en el dormitorio que no se hacen encolerizados. Cosas que pueden ser muy eróticas.

Ella pareció ultrajada y un poco curiosa.

– Los golpes no son eróticos en ninguna circunstancia.

– No, pero una azotaina puede serlo. Y hay otras cosas. No quiero que nosotros las excluyamos hasta que las pruebes conmigo. Si no te gusta algo, no lo haremos otra vez, pero no habrá mentiras por tu parte o por la mía. Si encuentras placer pero estás asustada, seguiremos. Cuando me digas no, estate totalmente segura de que ese caliente pequeño cuerpo tuyo no está mojado.

– Eso no es justo, Jake -protestó Emma-. Siempre me pones mojada, aun cuando me aterrorizas. -Como ahora. Las palabras eran tácitas pero ella se sonrojó en una oscuridad carmesí, con miedo de que pudiera haberlo dicho en voz alta.

Él enmarcó su cara con las manos y la besó otra vez, provocando su boca reacia con tironcitos de dientes y una danzarina lengua hasta que ella se abrió para él. Él era un besador estupendo, y ella se perdió en él, dejándose ir completamente. Él levantó la cara el primero y trazó los pómulos de Emma con las yemas de los dedos.

– Me gustas mojada por mí. Nunca te avergüences por desearme. -Su mano fue a parar despreocupadamente a la gruesa erección que abultaba la parte delantera de sus vaqueros-. Yo tengo una empalmada de tres pares de cojones y no estoy avergonzado. ¿No es mejor que estés un poco cachonda por el hombre con el que vas a casarte?

– No me parece normal -admitió ella en voz baja-. Nosotros sólo… -Su voz se rezagó y ella hizo una mueca-. Todavía estoy disgustada contigo.

– No hay ninguna razón para estar disgustada, Emma. Interpretaste mal lo que yo estaba haciendo. Puedo entender, después de nuestra conversación anterior, por qué pensaste eso, pero nunca lo pienses de nuevo. Tú eres mía, y nunca te querría para mí si no te respetara.

Él sacó una pequeña caja de sus vaqueros.

– Esto es para ti. Lo hice hacer para ti y si te lo pones en tu dedo, Emma, no hay vuelta atrás.

Él abrió la caja. El anillo era inusual; brillantes diamantes dorados centelleaban en ella. Por el modo en que estaban tallados se asemejaban a los ojos de un gato.

Ella respiró hondo y se puso ambas manos detrás de la espalda para impedir alargarlas hacia él.

– Jake. -Agitó la cabeza-. Si hago esto, sabes que será peor. Tú lo controlas todo, no puedes evitarlo, y eso es una muy seria advertencia para mí.

– Sé que soy diferente, Emma -dijo Jake en voz baja. Mantenía esa misma nota hipnótica que ella encontraba tan atractiva. Se inclinó hacia ella, ahuecando su barbilla en la mano y le dirigió la cara para que lo mirara-. ¿Tan malo es que yo tenga el control?

La pregunta era tan suave, en un tono tan bajo que su voz se movió por su cuerpo como densa lava fundida. Ella sintió la reacción de su cuerpo y eso la asustó; la asustó el que ella quisiera decir no cuando sabía bien que era sí.

– ¿Tan difíciles han sido realmente estos dos últimos años? En el momento en que has venido a mí con un problema o una queja, ¿no he actuado inmediatamente?

– ¿Y lo de la puerta, Jake? No podía salir esta noche. ¿Qué hay de eso? -Detestó el que su voz tuviera una nota suplicante. Le conocía. Sabía que él no podía ser algo diferente, que el control era un enorme problema para él. Incluso si Jake se lo prometía a ella, ¿cómo podría él ser otra cosa salvo lo que era?

– Debería habértelo explicado, pero no quise asustarte, Emma. Eso estuvo mal por mi parte, pero es que tú nunca habías querido dejar el rancho antes. Cuando lo hacías, siempre me lo decías con mucha anticipación y yo podía organizar la protección tanto para ti como para los niños. Tengo enemigos y ellos te harían daño a ti y se llevarían a nuestros niños.

– ¿Qué enemigos? ¿Estás seguro de que simplemente no estás siendo paranoico? Tú no confías para nada ni en nadie, Jake.

– Con razón. No, no estoy siendo paranoico. ¡Ojalá lo fuera! He tenido que aumentar la seguridad a lo largo de estos últimos meses porque han surgido evidencias que me han llamado la atención sobre alguien que planea atacarme a través de ti y de los niños.

Ella frunció el ceño.

– ¿Por qué tratarían ellos de usarme para llegar a ti?

Él suspiró, su pulgar rozó los labios de ella como si así borrarse su ceño fruncido.

– Eres la única persona que tendría que hacerme esa pregunta. Aparte de los niños, Emma, ¿Quién más me importa? Todos lo ven, salvo tú.

– Jake. -Ella miró el anillo. Él sólo lo sostenía ahí como si fuera su corazón. Él parecía tan solo. Pero…

– Te necesito mucho más que alguien como Greg Patterson o incluso lo que Andrew te necesita. Mírame, Emma. Te necesito. Nunca le he dicho esto a otro ser humano. No será fácil. Tengo un elevado apetito sexual y no te dejaré en paz. Soy protector y dominante; vale, controlador, y no tengo habilidades sociales. No puedo prometerte que convivir conmigo no será difícil, pero puedo prometerte que haré todo lo que esté en mi mano por hacerte feliz.

Él sacó el anillo del terciopelo y volvió a deslizar la caja en su bolsillo.

– Cásate conmigo. Pasa tu vida conmigo. Pasaré mi vida haciéndote feliz.

Él estaba poniéndole el anillo en el dedo. Ella podía sentir el peso de éste. Jake había sido el que le quitaba el anillo de Andrew cuando ella estaba en cama y sus manos se hinchaban y ella temía que tuvieran que cortarlo. Jake había tenido cuidado, lo había envuelto y puesto en el cajón superior de la mesilla. Él fue tan gentil cuando le deslizó su anillo en el dedo.

– Jake, ¿estás seguro de que esto es lo que quieres? -Ella alargó una mano hasta su cara y presionó sus dedos contra la cálida piel masculina. Fuera hacía frío, pero, como siempre, él estaba caliente. Era como si su temperatura corporal estuviera mucho más caliente que la de cualquier otro.

Jake envolvió la mano en la seda roja de su pelo y le echó la cabeza hacia atrás para llevar su boca hasta la suya. Un triunfo salvaje lo atravesó. Lo había conseguido. Finalmente lo había conseguido. Emma era suya. Empujó la lengua dentro de su boca, deslizándola sobre la de ella, arrastrando el gusto dulce de ésta en su propia boca. Sus manos encontraron la camiseta de Emma y la desprendieron de su cuerpo, sin hacer caso a la tela que se rasgó. Le soltó el sujetador y lo lanzó lejos.

– Tus vaqueros. Quítate los vaqueros. -Él ya se estaba deshaciéndose de su ropa. Emma miró a su alrededor prudentemente.

– Estamos en campo abierto, Jake. No hay ningún árbol. Y sí uno de los hombres…

Él dio una patada a su ropa para apartarla y arrastró a Emma por sus caderas.

– Yo sabría si alguien se acercara. -Su voz era áspera y gutural mientras la levantaba en brazos y la depositaba sobre el capó del Jeep, empujando las piernas de ella sobre sus hombros y bajando su cabeza al centro caliente y húmedo. Emma sabía incluso más dulce de lo que recordaba. Ella era adictiva.