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Jacqui se sintió tentada de poner una mueca de dolor y hacer que él la mirara de cerca.

– Hiciste un buen trabajo, doctor -dijo con voz ronca, y tuvo que carraspear antes de añadir-: Te recomendaré a todos mis amigos.

Y luego, temiendo volver a parecerse al gato de Cheshire, levantó la caja de los polluelos, indicando que tenía que moverse. Su radiante sonrisa había hecho estremecerse a Harry. Sólo la mano aferrada al brazalete en su bolsillo lo había mantenido con los pies en la tierra. Su intención había sido devolvérsela cuando la encontrara, pero el lío de los teléfonos había hecho que se le olvidara, y luego se había ido a lo alto de la colina, como si con la altura pudiera alejarse de todo lo que no podía controlar.

Salvo que aquel día se había sorprendido cediendo terreno. No sólo ante Maisie, sino también ante Jacqui. Había metido las manos en los bolsillos para no intentar detenerla y había encontrado la pulsera. Por eso había llamado a Jacqui. Para devolvérsela. Con los dedos frotó la cadena y el diminuto corazón. Lo sacó y volvió a leer la inscripción. «Olvida y sonríe».

¿A quién quería olvidar? ¿Habría conseguido olvidarlo? ¿Cómo lo habría hecho? Lo mejor sería no hacerse esas preguntas y dejar la pulsera en alguna parte para que Jacqui la encontrara. Más tarde, cuando los polluelos estuvieron instalados y él se hubo tomado los sándwiches que Jacqui le había preparado, intentó ponerse en contacto con su prima. A pesar de que Jacqui había manifestado su disposición para quedarse, no podía aprovecharse de su buen corazón. Aun así, cuando se acercó el teléfono a la oreja, deseó que la línea hubiera vuelto a cortarse. No tuvo suerte.

– ¿Harry? -espetó Sally-. ¿Tienes idea de qué hora es aquí?

– ¿Las dos, las tres de la mañana? ¿Estabas durmiendo?

– ¡Pues claro que estaba durmiendo!

– Llamo por Maisie.

– Oh.

– La agencia y la niñera encargada pensaban que iba a quedarse con tía Katie, Sally.

– ¿En serio? ¿Por qué? Yo sólo les pedí que la dejaran en casa de su abuela. Ya lo habían hecho antes.

– No lo entiendes, Sally. Ésta es gente responsable que se toma su trabajo muy en serio. No pueden dejarla con cualquiera.

– Tú no eres cualquiera.

– Ella es tu responsabilidad, Sally -dijo él, negándose a que lo llevara a su terreno-. Es una niña pequeña. No puedes tratarla como a uno de tus animales. Tendrás que mandar un fax a la agencia, dándoles permiso para que puedan dejarla aquí.

– ¡De acuerdo! Eso está hecho -exclamó ella-. ¿Algo más? Quiero decir, ¿está enferma o tiene algún problema?

– ¿Y si lo estuviera? ¿Lo dejarías todo y volverías a casa enseguida?

– No digas tonterías, cariño. Yo no le hago falta. Además, ya sabes lo inútil que soy para esas cosas.

Harry se contuvo para no decirle unas cuantas cosas más.

– ¿Cuándo volverás?

– No hasta dentro de un mes, como mínimo. Desde aquí voy a Japón, y luego a Estados Unidos para algunos anuncios. Después quiero pasar un tiempo en el yate de un amigo. Necesito unas vacaciones.

– ¿Y qué pasa con Maisie? ¿No crees que le gustaría acompañarte?

– ¿Maisie? ¿Qué demonios iba a hacer ella en un yate?

Harry no le preguntó por qué se iba a un yate. Su idilio con un playboy millonario era bien conocido por todos, y su prima no quería que una niña precoz se interpusiera.

– Un mes… De acuerdo.

– Bueno, quizá sea un poco más. Depende de que los decoradores hayan terminado con la casa.

– ¿Decoradores?

– Va a aparecer en una revista este año, así que los diseñadores de interiores se están desviviendo por conseguir la publicidad. Se suponía que tenía que estar acabada para Pascua, pero ya sabes cómo son esas cosas.

– Sí, me hago una idea -afirmó él, comprendiendo por fin por qué Maisie no podía quedarse en casa, atendida por el séquito de Sally, como normalmente hacía-. ¿Te gustaría hablar con Maisie?

– Estoy muy cansada, Harry. Si no duermo esta noche, mañana no habrá maquillaje que pueda borrar mis ojeras.

– ¿Con Jacqui, entonces?

– ¿Quién?

– La niñera que trajo a Maisie.

– ¿Qué? Pero si yo creía que… ¿No se iba de vacaciones?

– Sí. Perdió su vuelo por culpa de tu incompetencia, y ahora ha tenido que renunciar a sus vacaciones para quedarse a cuidar de Maisie.

– Por amor de Dios, Harry, ¿cómo has dejado que haga eso? Eres perfectamente capaz de cuidar de una niña pequeña, ¿no?

– Yo no le he dejado hacer nada. Fue ella quien insistió. Supongo que quiere obtener unos beneficios extras por cuidar a Maisie -dijo, respondiendo a la primera pregunta e ignorando la segunda, pues ambos sabían cuál era la respuesta.

– Vickie Campbell dijo que era una joya, y confía en poder persuadirla para que acepte el trabajo a tiempo completo.

– ¿Ah, sí? Bueno, pues por el bien de Maisie espero que logre convencerla.

Tras colgar, pensó en llamar a su tía, pero decidió no hacerlo. Llamar a Sally en mitad de la noche había sido una estrategia deliberada para pillarla desprevenida, pero asustar a Kate era algo muy distinto. Y además, ¿qué podía hacer ella? ¿Abandonar las primeras vacaciones de verdad que había tenido en años sólo porque él quería preservar su soledad? Kate tomaría el primer vuelo si él se lo pedía, de eso no había duda, pero ya era bastante malo que su hija la tratara como a una criada.

Ese era el problema de la moralidad. Que impedía desentenderse de las situaciones difíciles. Jacqui iba a quedarse. Maisie era feliz. Y en cuanto a él… Bueno, en esos momentos lo que más necesitaba era un baño caliente y relajante. Con suerte, tal vez Jacqui le hubiera dejado las sobras de la cena para que se las recalentara, ya que parecía haberse empeñado en que comiera correctamente.

Subió sonriente las escaleras, pero al llegar arriba se quedó paralizado al escuchar unos ruidos. Gritos, risas y chapoteos. Unos ruidos tan alegres y tan… normales que Harry no pudo evitar acercarse.

– Uno, dos, tres… -el chorro salió a través de los dedos de Maisie, que soltó un alegre chillido mientras el agua se desbordaba por el borde de la bañera.

Jacqui agarró una toalla para contener la inundación, pero cuando la extendió en el suelo, se encontró con un par de pies enfundados en unos calcetines empapados.

– Oh… -levantó la mirada-. Lo siento. Estábamos teniendo una guerra de agua. ¿Quieres jugar?

– ¿Quieres inundar toda la casa?

– No se habrá filtrado por el techo, ¿verdad? -preguntó ella, levantándose.

– No, no pasa nada. No era mi intención fastidiaros la diversión. Sólo he venido para devolverte esto -sacó el brazalete del bolsillo-. Lo encontré en la biblioteca. Pensé que lo echarías de menos.

Jacqui se miró la muñeca, sin poder creerse que se le hubiera caído sin darse cuenta.

– Gracias.

– Una inscripción muy interesante.

– ¿La has leído? Hace falta una lupa para hacerlo.

– Tengo muy buena vista.

– Pregúntaselo ahora -le susurró Maisie a Jacqui.

– ¿Qué tienes que preguntarme?

Jacqui se dispuso a decírselo, pero él la hizo callar con un dedo.

– ¿Maisie?

Maisie empezó a jugar con un pato de plástico, hundiéndolo en el agua. De repente no parecía tan segura de sí misma.

– Sobre lo que Susan ha dicho esta mañana.

Él se arrodilló junto a la bañera, ignorando el agua que le calaba los pantalones, y le arrebató el pato para obligarla a mirarlo.

– Susan ha dicho muchas cosas esta mañana.

Maisie murmuró algo incomprensible. Harry esperó en silencio.

– Sobre lo de ir al colegio del pueblo -repitió con enfado.

– ¿De verdad te gustaría ir? -le preguntó Harry, aunque el rostro de la niña lo decía todo-. Pero ¿qué ropa te pondrías? No puedes ir al colegio con un vestido de fiesta.