– Sí.
– Bueno, es pura Scheisse. Supongamos que le pongo una bolsa de papel sobre la cabeza. Es todo el aire que tiene. ¿Cuánto tiempo sobrevivirá?
– Poco.
– Así es. Bueno, piense que la Cámara E es como una bolsa de papel grande. Tiene nueve metros cuadrados de espacio. Parece mucho, pero no lo es. Digamos que podemos introducir cien cuerpos de hombres, mujeres y niños desnutridos. Pero cada cuerpo que entra desplaza una cierta cantidad de aire, y reduce así el oxígeno disponible.
– ¿Cuánta gente puede sobrevivir ahí?
– Depende de quiénes son. -McConnell tomó el lápiz. -¿Cuántos prisioneros hay?
– Hay seis cuadras -dijo Anna-. Dos para hombres, dos para mujeres y dos para niños. Eso es para separar a los judíos de los demás.
– Los privilegiados de siempre -murmuró Stern.
– Lo normal es que haya cincuenta personas por cuadra, trescientas en total. Pero últimamente hay escasez de gente. Hay menos de quince en la cuadra de los judíos. Las cuadras de niños están casi repletas, lo mismo que la de las judías. La de las mujeres cristianas está desabastecida. Y después de las represalias, diría que la población total no llega a doscientos veinte.
– Conté cuarenta y ocho mujeres en la cuadra de las judías -dijo Stern-. Pero después fusilaron a cinco.
McConnell tomó el lápiz y anotó más cifras.
– Digamos que hay cuarenta y cinco mujeres y cincuenta niños -prosiguió Stern-. Todos ellos caben en la cámara… quiero decir, que hay espacio suficiente.
– Entiendo lo que quiere decir -dijo McConnell-. Déme un minuto, nada más. Son cifras grandes. Mililitros de aire… Porcentaje total y consumido de oxígeno… por kilo por minuto… la cifra pediátrica… Diablos… bueno, ya está.
– ¿Cuánto le da?
– Para cuarenta y cinco mujeres y cincuenta niños, hay oxígeno suficiente para ciento dos minutos. Es una cifra conjetural, pero bien fundada.
– Una hora con cuarenta y dos minutos -dijo Anna-. ¿Es suficiente?
– Francamente, me parece que no. Los científicos de Smith planificaron un ataque con ocho garrafas. O sea que tenemos un gas de tipo Sarin. Estoy seguro de que es una copia. Si el gas británico es efectivo, persistirá en cantidades fatales durante cuatro horas o más.
– Demasiado tiempo -dijo Stern-. Podrían llegar refuerzos de las SS.
McConnell no lo había pensado. Los refuerzos de las SS serían tan fatales como el Sarin si no los matara el gas.
– Hay que reducir las cifras para que el oxígeno alcance para dos horas como mínimo.
– ¿Cifras? -exclamó Stern-. ¡Hablamos de seres humanos!
– Ya lo sé -dijo McConnell sin perder la calma-. Los ciento veinticinco excluidos de la ecuación también son seres humanos. Sólo que no son judíos.
Por primera vez, Stern conservó la calma frente a una verdad desagradable.
– ¿Qué les pasa a esos nazis de mierda? -gruñó-. Siempre hacen todo en grande. ¿Por qué acá no?
– Los gases de Brandt son los más tóxicos que existen -informó Anna-. A veces hacen varios experimentos por día. Diseñaron la Cámara E para poder limpiarla rápida y totalmente con vapor y detergentes. El proceso está automatizado.
– Como la burbuja en mi laboratorio, pero un poco más grande -dijo McConnell.
– ¿Qué es eso?
– Ah, sí -dijo Stern-. Sólo que usted experimenta con ratas y ellos con gente. Bueno, ¿cuánta gente puede sobrevivir en la burbuja de Brandt?
– ¿Quiere salvar a todos los niños o todas las mujeres?
– Dios mío -susurró Anna-. No tiene derecho.
– Efectivamente -asintió McConnell-. Pero lo haré de todas maneras.
– Kinder -dijo Stern-. Salve a los niños.
– Pero alguien tiene que ocuparse de ellos cuando salgan -observó Anna.
– Las mujeres consumen más oxígeno -dijo Stern-. Siempre habrá suficientes para hacerse cargo de los niños. Elimine algunas mujeres. McConnell repasó sus cálculos.
– Si saca a diez mujeres, el oxígeno duraría ciento diecinueve minutos. Uno menos de dos horas. Mi opinión es que debemos eliminar veinte mujeres. Sé que es horrible, pero no es cuestión de matar a todos por querer salvar a demasiados.
– ¡Un momento! -exclamó Anna-. ¿Y si conseguimos un tubo de oxígeno?
McConnell alzó las cejas:
– ¿Oxígeno? Según la clase de tubo, podría significar una diferencia importante.
– Hay varios tanques grandes en la fábrica. Son inaccesibles, pero en el hospital hay dos tubos portátiles. No sé cuánto contienen, pero podría robar uno. El otro lo están usando para un soldado SS enfermo de neumonía. Enseguida descubrirían su ausencia.
Stern asentía, excitado:
– Y podríamos salvar a todas las mujeres, ¿no? Y unos cuantos hombres…
McConnell alzó la mano:
– Hay otro problema. Los límites de tiempo que mencioné se refieren al agotamiento total del oxígeno. O sea, la muerte. Pero antes habría ataques de histeria, desmayos, incluso de violencia. Hablamos de mujeres y niños aterrados, encerrados a oscuras en una cámara sellada. En menos de una hora tal vez se pelearían entre ellos, pisotearían a los niños, qué sé yo. ¿Entienden?
– ¿O sea que no podemos introducir más gente?
– O sea que el tubo de oxígeno es sólo una reserva. No tenemos la seguridad de poder llevarlo a la Cámara E. Además, la gente tal vez no pueda salir antes de tres o cuatro horas.
Stern asintió con resignación.
– ¿Podemos abrir la cámara? -preguntó McConnell.
– Siempre está abierta -dijo Anna-. ¿Quién entraría por propia voluntad?
– Tiene razón. Bueno, Jonas, creo que debe volver ahora mismo, esta noche. Le quedan tres horas de oscuridad. Hable con su padre, explíquele la situación, dígale que empiece a llevar gente a la Cámara E antes del amanecer. Entonces, atacamos.
Stern rió:
– Doctor, usted sabe mucho de química, pero nada de táctica militar. -Se sentó y tomó el lápiz. -¿Qué cree que sucederá cuando ataquemos? ¿Dónde irán esas mujeres con los niños?
– ¿Dónde irían si los salváramos? No estamos en Hollywood, Stern. Lo único que les damos es una oportunidad de sobrevivir. Ahora ni siquiera tienen eso. Tal vez puedan escapar a Polonia y contactar a la resistencia.
– Evidentemente, no sabe que la mitad de la resistencia polaca es tan antisemita como los nazis.
– Mierda, Stern…
– No, tiene razón, doctor. Tendrán que huir hacia Polonia. Pero no de día. ¿Cree que un montón de mujeres y niños podrán cruzar de día setenta y cinco kilómetros de territorio nazi en camiones robados a las SS? ¡Está loco! Además, no me gusta la idea de ir a nuestro submarino de día. Además, tal vez no sea tan fácil entrar en el campo esta misma noche después de lo que hizo Fraulein Kaas. Y si lo hago, ¿cuánto tiempo tengo para convencer a mi padre y a las mujeres de que condenen a muerte a sus amigos, salir, subir la cuesta y lanzar el gas? -Stern arrojó el lápiz sobre la mesa. -No, tendremos que hacerlo mañana. -Se volvió hacia Anna: -¿A qué hora pasan lista?