Schörner se puso pálido:
– ¿Hay teléfono aquí?
Sabine meneó la cabeza.
– ¡Rottenführer, quiero cuatro soldados en mi auto! El resto nos seguirá en el camión.
– ¿Qué hacemos con los heridos, Sturmbannführer? Algunos no pueden caminar.
– ¡Déjelos donde están!
Treinta y tres kilómetros al norte de Totenhausen, el navegante del bombardero que encabezaba la escuadrilla GENERAL SHERMAN avistó la desembocadura del río Recknitz.
– Ahí está, señor. Hay que virar.
El jefe de la escuadrilla, Harry Sumner, viró el Mosquito hacia el sur.
– ¿Está todo el mundo, Jacobs?
– Nos siguen, señor.
Sumner miró el indicador de combustible. Un viento de frente los había retrasado un poco, pero el mismo viento los ayudaría en el regreso. Habían perdido un avión, obligado a volver debido a un fallo mecánico. Así sucedían las cosas. Pero tenían bombas y bengalas de sobra para realizar la misión.
– ¿Podrá ubicar el blanco, Jacobs? Dicen que está casi tapado por los árboles.
El navegante estudiaba un mapa a la luz de una pequeña linterna que sostenía entre los dientes.
– No se aparte del río -farfulló-. El H2S muestra las curvas. Si el mapa es preciso, el pueblo de Dornow y el río nos servirán de límites. Con las bengalas podremos ver la estación transformadora y el campo.
Sumner miró la oscuridad a través del parabrisas. La cinta de plata del río les indicaba el camino hacia el sur. Era una misión rara, incluso para la Escuadrilla de Tareas Especiales. ¿Penetrar hasta el corazón de Alemania para bombardear un pequeño campo a pedido del SOE? Los mariscales del aire mantenían una guerra constante con Duff Smith para impedir que hundiera sus garras en los dichosos aviones. ¿Cómo había conseguido toda una escuadrilla de Mosquitos? Sumner se lo había preguntado a su superior en Wick, pero éste respondió con una mirada torva y murmuró que "la orden vino directamente de Downing Street".
Sumner no supo que responder. Pero sí sabía una cosa. Desde trescientos metros de altura y sin tener que preocuparse por las baterías antiaéreas, su escuadrilla era capaz de acertarle a una cabina telefónica y dejar sólo un cráter de dos mil metros cuadrados.
– Faltan ocho minutos -dijo el navegante.
– ¡Todavía no nos siguen! -dijo McConnell, mirando el espejo retrovisor. Trataba de mantener la mayor velocidad posible.
– Ya lo harán. -Anna hundió los brazos en las mangas del equipo de hule y alzó la cremallera del pecho. Él le tomó la mano.
– Primero, colócate el casco, así el traje se cierra sobre la parte que cae sobre los hombros. Es la única manera de cerrarlo herméticamente.
Anna tomó las dos máscaras.
– Ponte la tuya -indicó él-. Podré oírte si quieres hablar.
McConnell redujo la velocidad cuando el camino empezó a ascender. Apareció la primera curva cerrada del camino sinuoso que surcaba las colinas. Al tomar la curva vio los faros que los seguían.
– Ahí vienen -dijo-. ¿Conoces los tubos de aire comprimido?
– He suministrado oxígeno a muchos pacientes.
– Bueno, el funcionamiento es el mismo. Abre la válvula, conecta la manguera a la máscara y respira normalmente. -Giró bruscamente para esquivar unos abedules. -¡Diablos, es un verdadero camino de cornisa!
Anna se había colocado la máscara, que emborronaba sus rasgos y apagaba el brillo de sus ojos. Parecía un extra en una película del espacio.
– Las botas me quedan grandes -dijo. Su voz zumbaba a través del diafragma transmisor sobre la boquilla.
– Póntelas. Y baja las piernas del traje sobre ellas. -Aminoró para tomar otra curva-. ¿Cuánto falta para llegar a la estación transformadora?
– Poco.
– Dejaré el auto entre los árboles. Schörner y sus hombres seguirán de largo.
Anna asintió y señaló a su izquierda:
– Despacio.
Pasó de largo por la estación transformadora. En medio de la jungla de soportes metálicos estaba la casilla de madera del vigía; una luz tenue brillaba a través de la ventana. Treinta metros más allá, salió del camino y siguió hasta que lo detuvieron unos troncos.
Se puso la máscara y cerró la cremallera del equipo. El silencio le pareció sobrenatural después de la escaramuza frente a la casa. Anna lo ayudó a sujetar el tubo de aire. Se sentía como un caballo de noria con anteojeras. Antes de conectar la manguera, se inclinó hacia adelante:
– Será mejor que llevemos las armas.
Ella meneó la cabeza y le entregó el Mauser.
– ¿Qué haces?
– Me quedaré aquí. Tal vez Schörner se detenga en la estación transformadora o doble aquí. No podemos correr el riesgo.
– Pero no podrás detenerlos.
– Tengo las granadas de Stern y la pistola. Tú lleva el fusil, pero no lo uses hasta último momento.
– Anna…
– ¡Ya!
Iba a decir algo más, pero ella le colgó el Mauser del hombro y lo alejó de un empujón hacia los árboles. Se volvió un instante a mirarla. Estaba de pie en la oscuridad, inmóvil junto al auto, una hermosa mujer enfundada en hule negro con la cabeza cubierta por una bolsa de vinilo transparente. Ridícula. Trágica. Pensó en el diario que había llevado durante tanto tiempo, y que ahora él llevaba en la pierna izquierda de su equipo antigás. Sólo rogaba que viviera para escribir la última página cuando terminara esa noche.
Agitó el brazo, se volvió y caminó pesadamente sobre la nieve hacia el poste.
El comandante Schörner corría por las colinas al doble de velocidad que McConnell. El cabo nervioso iba a su lado y tres soldados ocupaban el asiento trasero con sus metralletas. El camión los seguía de cerca, tal vez porque su conductor estaba tan furioso y sediento de venganza como los soldados que viajaban en la caja. Schörner dio sus órdenes al cabo.
– Nos separaremos en la estación transformadora. Usted y dos hombres volverán en el auto a Totenhausen. Dígale a Sturm que se prepare para un asalto comando. Habrá un apagón en cualquier momento. La alambrada se quedará sin corriente. Gracias a Dios que se me ocurrió colocar esas minas. Dígale a Sturm que ponga la mitad de sus hombres a vigilar los tanques de gas y la otra mitad alrededor de la fábrica. Dígale… -el auto casi se salió del camino en una curva cerrada, pero Schörner no perdió el control-…dígale que volveré lo antes posible. Apostaré a los del camión en la estación transformadora. Me parece que el norteamericano tratará de detonar explosivos colocados hace unos días. El detonador debe de estar entre los árboles, cerca de la estación transformadora. Ach, daría cualquier cosa por tener uno de los perros de Sturm.